Fe, comunidad y refugiados: La Virginia profunda que desafía los estereotipos políticos de EE.UU.

En Fredericksburg, exmilitares, iglesias evangélicas y católicas se unen para apoyar a los refugiados afganos pese al clima político nacional

Fredericksburg: donde convergen lo militar, la fe y el exilio

En medio de la campiña de Virginia, entre bases militares y pequeñas ciudades históricas, algo inusual está ocurriendo. Fredericksburg, un área con profundas raíces conservadoras y una fuerte presencia militar, se ha convertido en un inesperado refugio para miles de afganos que colaboraron con las fuerzas armadas estadounidenses durante la guerra en Afganistán. Lo que sorprende no es solo la cifra —Virginia ha acogido más refugiados afganos per cápita que cualquier otro estado, según datos del gobierno federal—, sino también quiénes están liderando esta acogida: comunidades cristianas profundamente comprometidas, muchas de ellas identificadas como votantes republicanos y tradicionalmente asociadas con posiciones duras frente a la migración.

De misión militar a misión humanitaria

Kat Renfroe, esposa de un marine retirado que sirvió en Afganistán en cuatro ocasiones, recuerda el día que vio en el boletín parroquial una llamada para voluntarios que ayudaran a jóvenes afganos. “Mi esposo hablaba con cariño de los afganos como de ningún otro lugar”, cuenta. Se ofreció, y aquello cambió su vida. Años después, dirige la oficina de servicios para migrantes y refugiados de Caridades Católicas de la Diócesis de Arlington. Por décadas, organizaciones de fe han sido clave en la política de reasentamiento de refugiados en EE.UU. Siete de las diez agencias autorizadas para este fin tenían orígenes confesionales. Entre ellas, Caridades Católicas lleva desde la guerra de Vietnam amparando a quienes escapan de conflictos. Sin embargo, esta labor ha sido puesta en jaque por las restricciones de la administración Trump, que congeló fondos federales y detuvo la mayor parte de nuevos ingresos.

La paradoja de la acogida: republicanos y refugiados

Jake y Joi Rogers, un exmarine y su esposa, son una pareja representativa de esta comunidad. Ambos pertenecen a la red de iglesias Pillar, una agrupación de 16 congregaciones bautistas del sur con presencia en zonas militares como Quantico. Aunque sus fieles tienden a ser republicanos y evangélicos conservadores —dos segmentos que han apoyado ampliamente al expresidente Trump— su labor con los afganos ha sido constante y desinteresada. “Es un sesgo asumir que no apoyamos a los refugiados solo porque somos evangélicos conservadores”, explica Colby Garman, pastor fundador de Pillar. “Nos dijeron que amáramos a nuestro prójimo. Esta es nuestra oportunidad de llevar eso a la práctica”.

Voluntariado que se transforma en familia

El apoyo va más allá de lo simbólico. Las casas de oración se han convertido en centros de acogida. Voluntarios ayudan a los nuevos vecinos afganos a encontrar vivienda, mobiliario, cursos de inglés y acceso a cuidado médico. Algunos incluso han abierto sus hogares. Es el caso de Katlyn y Phil Williams, padres temporales de una adolescente refugiada llamada Mahsa Zarabi, quien llegó sola tras ser separada de su familia en el aeropuerto de Kabul durante la evacuación de 2021. Hoy, Mahsa cursa estudios universitarios mientras mantiene un estrecho vínculo con los Williams. “Es parte de nuestra familia, siempre lo será”, dice Katlyn.

Caridades Católicas ante el abismo

El cambio de política federal ha afectado duramente a las agencias de reasentamiento. La Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU. anunció en abril la cancelación de su histórica colaboración con el Gobierno federal por la falta de financiamiento. Sin embargo, la oficina de Fredericksburg se mantiene activa gracias a fondos estatales y al apoyo de la diócesis local. Pese a todo, el horizonte es incierto. Kat Renfroe dice estar lista para volver al voluntariado si fuera necesario. “Seguimos aquí, nos importa su bienestar, y queremos que nuestras familias refugiadas sepan que no están solas”.

Islam y Cristianismo en vínculo inesperado

Las colaboraciones interreligiosas también han cobrado un papel central. En el centro de Caridades Católicas se mezclan familias musulmanas recién llegadas con personal católico. La convivencia ha generado un lazo de respeto y entendimiento. “La interpretación del Islam que hacen los talibanes es errónea”, afirma Suraya Qaderi, abogada especialista en derecho islámico llegada a EE.UU. en enero de 2025. Ella fue la última en ser admitida, justo antes de la congelación de la política migratoria. “Islam no les pertenece solo a ellos”, añade con firmeza. Qaderi fue testigo del colapso del estado afgano, trabajó para la comisión electoral de su país y cargó por años con el recuerdo de la desaparición de su padre en manos del antiguo régimen talibán. Hoy, defiende su fe con dignidad mientras reemprende su vida en Virginia.

La respuesta de las iglesias a la política

El caso de Fredericksburg representa un microcosmos donde la guerra, la religión y la migración se entrelazan. Según el censo de 2020, cerca del 10% de su población es inmigrante, y el porcentaje se ha incrementado notablemente desde la llegada de refugiados afganos en masa tras la caída de Kabul en agosto de 2021. “La gente podría asumir que las iglesias de base evangélica no apoyarían a migrantes por estar alineadas con posturas políticas más conservadoras. Sin embargo, el núcleo cristiano de muchas de estas comunidades les impulsa a actuar justo en la dirección contraria”, señala Frederic Pape, investigador especializado en religiosidad política en Estados Unidos. Jake Rogers lo resume así: “Independientemente de tu postura sobre las políticas migratorias de tu país, como cristianos deberíamos reflejar el corazón de Dios hacia quienes más nos necesitan”.

¿Un modelo replicable?

La historia de Fredericksburg no es una anomalía aislada. En diversos puntos del país, desde Iowa hasta Texas, se han documentado casos similares donde congregaciones conservadoras han liderado redes de apoyo a refugiados provenientes de Siria, Ucrania o Venezuela. Pero el caso específico de los afganos es único, dados sus lazos directos con las Fuerzas Armadas estadounidenses. Se estima que más de 300,000 afganos trabajaron con Estados Unidos durante el conflicto armado, de los cuales decenas de miles se enfrentan hoy al olvido o al peligro. Según el Departamento de Estado, solo 15.000 afganos han recibido el estatus de visa especial para inmigrantes (SIV) desde 2021. Muchos aún esperan en Pakistán, Qatar o Albania. Y mientras tanto, quienes lograron llegar ahora luchan por integrarse en un país que lo mismo los acogió con esperanza como los dejó en el limbo de la política.

La política puede cambiar, la compasión no debería

En 2025, con el futuro político de EE.UU. en juego y los vaivenes migratorios como centro del debate electoral, estas comunidades tienen un mensaje claro: su compromiso humanitario no depende del partido en el poder. Como dijo Joi Rogers, cuyo trabajo con niños afganos le dejó una huella profunda: “Como iglesia, como cristianos, tenemos un deber con estos refugiados. Ellos creyeron en nosotros cuando más lo necesitábamos. Es nuestro turno de creer en ellos”.
Este artículo fue redactado con información de Associated Press