Nigeria en crisis humanitaria: el alto costo de recortar la ayuda internacional
La reducción drástica de fondos de la USAID deja a cientos de miles al borde del colapso humanitario en el noreste de Nigeria
Una madre, una tragedia y una emergencia silenciosa
En el corazón asolado de Dikwa, una ciudad del noreste de Nigeria devastada por la violencia de Boko Haram, Yagana Bulama, de 40 años, sostiene a su bebé sobreviviente bajo la tenue sombra de una choza de paja. Su otro hijo, gemelo del pequeño que aún vive, murió recientemente por desnutrición aguda. No es el primer hijo que pierde: antes fueron tres trillizos. Mientras el mundo gira con indiferencia, comunidades enteras como la suya luchan por sobrevivir cada día.
Una dependencia crítica de la ayuda internacional
Dikwa alberga a aproximadamente 400,000 personas desplazadas, el equivalente a toda su población. Estas familias no pueden regresar a sus hogares ni cultivar sus tierras debido a restricciones de seguridad impuestas por el ejército, que solo permite movimientos dentro de lo que llaman zonas "seguras". La autosuficiencia es un lujo que ya no pueden permitirse.
Durante años, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) fue el pilar clave de la respuesta humanitaria en la región. Su financiación permitía a organizaciones no gubernamentales proporcionar alimentos terapéuticos, albergue, atención médica y educación. Sin embargo, en un giro devastador, la administración de Donald Trump recortó más del 90% de los contratos de ayuda extranjera de USAID, eliminando hasta 60,000 millones de dólares en asistencia global.
Los niños: las primeras víctimas de una decisión política
El impacto ha sido inmediato y letal, especialmente para los niños. Según Shawn Baker, exjefe de nutrición de USAID y actual oficial de programas de Helen Keller International:
“El 50% de los alimentos terapéuticos para tratar la desnutrición en niños eran financiados por USAID, y el 40% eran producidos en EE.UU. La consecuencia podría ser que más de un millón de niños no reciban tratamiento, causando unas 163,500 muertes adicionales anualmente.”
En febrero de este año, Mercy Corps, cuya operación era financiada en su totalidad por USAID, cerró su programa en Dikwa. Dos semanas después, el bebé gemelo de Bulama murió. Hoy, su hijo sobreviviente es atendido por UNICEF, pero el centro está sobrepoblado. Muchas familias ya no reciben atención alguna.
Una cadena de colapsos: salud, vivienda y alimentación
La organización Intersos, de origen italiano, es la única que continúa brindando servicios hospitalarios especializados en desnutrición infantil en Dikwa. Desde los recortes de USAID, se ha visto forzada a reducir su personal de 30 a apenas 11 trabajadores. Ayuba Kauji, supervisor de salud y nutrición en su centro, advierte:
“Antes del recorte de USAID hicimos muchos avances. Ahora, mi mayor preocupación es la alta mortalidad. No tenemos suficientes recursos para continuar.”
Las consecuencias se extienden a Maiduguri, capital del estado de Borno. Allí, otro centro administrado por Intersos apenas cuenta con 4 enfermeras y 2 médicos para atender a cincuenta niños desnutridos nuevos por semana. Un número que antes era “mucho menor”, según Emmanuel Ali, uno de los médicos que aún se mantiene en el equipo.
El efecto dominó: pérdida de empleos y servicios esenciales
El colapso no es exclusivo del sistema sanitario. El centro de recepción de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Dikwa está desbordado. Miles de personas desplazadas o recientemente liberadas del cautiverio de Boko Haram llegan a diario, pero ya no hay nuevos albergues construidos ni programas de reubicación activos.
“Anteriormente, organizaciones como Mercy Corps reconstruían viviendas y rehabilitaban estructuras dañadas”, comenta un funcionario del centro, que pidió el anonimato. “Eso ya no ocurre”.
Además de los colapsos en salud y vivienda, la pérdida de empleos en el campo humanitario es masiva. Decenas de doctores especializados, enfermeras, nutricionistas, trabajadores sociales y técnicos han sido despedidos. Esto agrava la crisis económica local y genera potencialmente un caldo de cultivo para reclutamiento de jóvenes por grupos armados, como advirtió Trond Jensen, jefe humanitario de la ONU en Maiduguri.
Una crisis regional: de Nigeria a Mozambique
La situación en Nigeria es solo una muestra de un problema mayor. Según Kate Phillips-Barrasso, vicepresidenta de políticas de Mercy Corps:
“40 de nuestros 62 programas con financiación estadounidense han sido cancelados, afectando a más de 3.5 millones de personas en diez países, incluyendo Nigeria, Somalia, Sudán, Afganistán, Irak, Líbano y Gaza.”
En Mozambique, donde la violencia islamista ha desplazado a más de un millón de personas desde 2017, los recortes afectan directamente a la atención del VIH/SIDA. Inocêncio Impissa, portavoz del gabinete del gobierno mozambiqueño, advirtió que el país ya busca vías alternativas de financiación para evitar el colapso total del sistema de salud.
¿Un problema de voluntad política?
Los recortes de la administración Trump son parte de una narrativa política que cuestiona el papel de EE. UU. en el financiamiento de misiones internacionales. Mientras algunos sectores dentro del Congreso abogan por una política más “America First”, las consecuencias de estas decisiones alcanzan a las poblaciones más vulnerables del planeta.
Niños hambrientos, madres desesperadas y una región fragmentada por el conflicto son el resultado visible. Pero también hay un impacto estratégico menos evidente: el deterioro de la influencia humanitaria y diplomática estadounidense.
Como advirtió recientemente el secretario general de la ONU, António Guterres:
“Cuando el mundo abandona a los más vulnerables, perdemos nuestra humanidad común.”
¿Qué pasará en junio?
Gran parte del financiamiento restante en Dikwa proviene ahora del Fondo Humanitario de Nigeria, aportado principalmente por algunos países europeos. Sin embargo, ese dinero se agotará en junio. Sin entrada de fondos adicionales, los centros médicos y de nutrición tendrán que cerrar o reducir aún más sus operaciones.
El futuro es sombrío. La única certeza es la urgencia de actuar. Porque cada día que pasa sin intervención es una tumba más abierta, una madre más devastada, un niño menos con futuro.
¿Qué puede hacer la comunidad internacional?
- Restaurar fondos de emergencia para organizaciones como Mercy Corps, UNICEF e Intersos.
- Promover una coalición internacional de ayuda humanitaria liderada por organismos multilaterales como la ONU, con apoyo rápido de países europeos, asiáticos y latinoamericanos.
- Establecer corredores humanitarios permanentes que permitan acceso seguro y estable a zonas aisladas por conflictos.
- Promover la inversión en infraestructura agrícola y apoyo económico que permita autosuficiencia a mediano plazo en comunidades desplazadas.
Ignorar esta crisis equivale a aceptar la muerte de cientos de miles de personas como una consecuencia colateral del desacuerdo político. Y eso, moralmente, debería ser inaceptable para la humanidad.