La nueva cruzada de Trump en el Pentágono: la marginación de tropas transgénero y el regreso del 'Don’t Ask, Don’t Tell'
La política militar que busca eliminar a soldados con disforia de género revive tensiones sobre inclusión, derechos humanos y militarismo conservador
La exclusión sistematizada bajo Trump II
La administración Trump ha iniciado una nueva ofensiva contra los derechos de personas transgénero dentro de las fuerzas armadas estadounidenses. En un aparente regreso a un enfoque similar al infame “Don’t Ask, Don’t Tell”, el presidente y el Departamento de Defensa han puesto en marcha una directiva para identificar y forzar la separación del servicio militar de aquellos miembros diagnosticados con disforia de género.
Según declaraciones de funcionarios de defensa, los comandantes de unidad han recibido instrucciones para señalar a cualquier efectivo bajo su mando que padezca o haya padecido disforia de género, exigiéndoles evaluaciones médicas que podrían iniciar un proceso de exclusión del servicio que, aunque disfrazado de burocracia, tiene como objetivo central una purga ideológica.
“No más trans en el Departamento de Defensa”
Estas fueron las palabras exactas de Pete Hegseth, actual Secretario de Defensa bajo esta administración, en una reciente conferencia de operaciones especiales. Su retórica ha sido clara y provocadora:
“No more dudes in dresses. We’re done with that s---.”
Con este tipo de discursos, se busca justificar esta medida bajo la noción de que las personas trans no cumplen con los estándares físicos y mentales requeridos para prestar servicio.
El estigma reempaquetado: disforia de género como criterio de exclusión
La disforia de género es una condición clínicamente reconocida por la Asociación Americana de Psiquiatría, y en ninguna parte se clasifica como un impedimento automático para desempeñar funciones militares. Pero bajo la nueva política, se convierte en un criterio clave para presionar la baja médica del personal afectado.
Se ha rediseñado la evaluación médica anual obligatoria para incluir preguntas sobre disforia de género, lo que deja a los soldados transgénero expuestos a revelar información sensible en evaluaciones que han dejado de ser clínicas para convertirse en herramientas de discriminación institucional.
Un proceso delator: ¿voluntario o forzado?
Se otorgan plazos con incentivos monetarios para que los militares diagnosticados con disforia de género se identifiquen voluntariamente —hasta el 6 de junio para militares activos y el 7 de julio para la Guardia Nacional y Reservas. A cambio, reciben una indemnización de separación duplicada en comparación con quienes son identificados por terceros.
Esto, sin embargo, abre la puerta a casos de delación interna, donde compañeros o superiores podrán reportar a soldados, incluso si estos no han manifestado abiertamente su identidad o condición médica. Esta dinámica revive fantasmas del pasado reciente de las fuerzas armadas, cuando la orientación sexual era utilizada para expulsar soldados en secreto.
La cifra gris: cuántos soldados trans hay
Según cifras del Pentágono citadas en diciembre de 2024, 4,240 soldados han sido diagnosticados con disforia de género, aunque se sospecha que el número real podría ser mucho mayor. A considerar que las Fuerzas Armadas estadounidenses cuentan con aproximadamente 2.1 millones de efectivos, eso representa menos del 0.21% del total.
De esos, al menos 1,000 ya han iniciado voluntariamente el proceso de separación tras la entrada en vigor de las nuevas normas.
Retroceso legal: cómo llegamos hasta aquí
Durante su primer mandato, Trump intentó implementar un veto directo a la participación de personas trans en el ejército. Aquella decisión fue impugnada en cortes y temporalmente bloqueada. Bajo la administración de Joe Biden, la orden fue revocada el 25 de enero de 2021 por medio de un decreto presidencial que restauraba el derecho de cualquier estadounidense a servir, sin importar su identidad de género.
Pero ahora, un fallo reciente de la Corte Suprema ha permitido a Trump retomar su cruzada al permitirle aplicar este nuevo veto mientras continúan los recursos legales en otros tribunales.
El pentágono y la política: ¿militar o ideológico?
El Pentágono afirma que confía en que los comandantes cumplirán con este procedimiento sin abusos ni venganzas personales. Pero tras bastidores, el proceso huele más a ideología que a estrategia militar.
La implementación coincide con una serie de decisiones que buscan “despolitizar” la cultura de las Fuerzas Armadas, según Trump y Hegseth. En su visión, aceptar soldados trans o miembros de otras minorías es sinónimo de una “agenda woke”, y eliminar sus derechos, una restauración de la disciplina y la meritocracia.
Resonancias peligrosas: “Don’t Ask, Don’t Tell” versión 2.0
Entre 1993 y 2011 rigió en el ejército estadounidense la política conocida como “Don’t Ask, Don’t Tell”. Esta prohibía que las fuerzas armadas preguntaran la orientación sexual de sus miembros, pero al mismo tiempo expulsaba a quienes la manifestaran. En la práctica, se tradujo en largas campañas de acoso, delación y despidos injustificados, con más de 13,000 militares despedidos bajo esa norma.
La nueva política de Trump refleja una lógica similar, pero más insidiosa: no prohíbe la identidad transgénero, pero utiliza evaluaciones médicas y presiones institucionales para provocar la “salida voluntaria” de estos soldados. A diferencia de “Don’t Ask, Don’t Tell”, esta nueva política no se basa en el silencio, sino en el señalamiento.
La masculinidad militar en tiempos de backlash conservador
En contextos de polarización política, las fuerzas armadas se convierten en símbolos de identidad nacional. En este caso, el cuerpo del soldado se instrumentaliza como territorio de disputa ideológica. La administración Trump no solo busca eficiencia militar: busca modelar una imagen específica de masculinidad autosuficiente, heterosexual y cisgénero, donde no caben las complejidades de géneros diversos.
Como señaló el sociólogo estadounidense Michael Messner en su libro “Politics of Masculinities”, los momentos de regresión política suelen acompañarse de ansiedades sobre la feminización de instituciones consideradas vitales para el poder estatal, como el ejército. Esta política encaja perfectamente en esa matriz cultural.
¿Quién gana con esto?
- Políticamente: Trump consolida su base conservadora apoyando una política que considera “restauradora del orden”.
- Militarmente: se pierde talento valioso cuya identidad de género no afecta su capacidad operativa.
- Socialmente: aumenta la discriminación institucionalizada, reforzando mensajes de exclusión hacia minorías ya vulnerables.
El impacto humano
Detrás de esta política hay vidas. Soldados que han jurado defender la Constitución. Hombres y mujeres trans que han servido honorablemente en misiones dentro y fuera del país. Profesionales capacitados que ahora enfrentan la expulsión simplemente por ser quienes son.
Como lo expresó el Centro Nacional para la Igualdad Transgénero en un comunicado reciente: “Este tipo de políticas no solo afectan carreras militares; envían un mensaje a toda la nación de que hay ciudadanos de segunda clase.”
Queda por ver si los tribunales, la opinión pública y, eventualmente, el Congreso, permitirán que el ejército estadounidense dé este salto atrás de casi tres décadas.