La condena por el ataque a Salman Rushdie reaviva el fantasma de la fatwa: ¿justicia o venganza?
El brutal apuñalamiento del autor de 'Los versos satánicos' revive un conflicto cultural, político y religioso con más de tres décadas de historia
El 12 de agosto de 2022, el mundo literario y político fue sacudido por un acto de violencia que parecía sacado de otra época: Salman Rushdie fue apuñalado repetidamente en un escenario en Nueva York, mientras se preparaba para hablar sobre la libertad de expresión. El ataque reavivó viejos temores que muchos creían superados y devolvió al centro del debate global la fatwa emitida por el ayatolá Ruhollah Jomeiní en 1989. Esta semana, más de dos años después del atentado, su autor fue sentenciado. Pero ¿se hizo verdadera justicia o simplemente respondió el sistema con una pena ejemplar ante la presión internacional y el peso simbólico del caso?
Una condena con múltiples capas: el caso de Hadi Matar
Hadi Matar, de 27 años, fue declarado culpable de intento de asesinato en segundo grado por apuñalar en más de una docena de ocasiones a Salman Rushdie en el escenario de la Institución Chautauqua, en el oeste del estado de Nueva York. El juez dictó una pena de 25 años de prisión por la tentativa de asesinato y otros 7 años por asalto a un segundo hombre que intentó socorrer al autor. Ambas condenas se cumplirán de manera concurrente.
Durante el juicio, Rushdie, de 77 años, fue el testigo principal. Narró, con voz pausada pero firme, cómo creyó que estaba a punto de morir mientras sentía cómo el cuchillo lo atravesaba repetidamente en el rostro y el abdomen. El ataque le dejó ciego de un ojo y con una movilidad limitada en una de sus manos. Su recuperación fue dolorosa y extensa: pasó 17 días en un hospital de Pensilvania y más de tres semanas en un centro de rehabilitación en Nueva York. En su reciente libro de memorias titulado "Knife", Rushdie ofrece un relato crudo de lo que vivió física y emocionalmente.
Un ataque con raíces ideológicas que datan de 1989
Según los fiscales federales, Matar —ciudadano estadounidense de raíces libanesas— intentó ejecutar una antigua fatwa. Dicho edicto fue proclamado en 1989 por el líder supremo iraní, el ayatolá Ruhollah Jomeiní, luego de la publicación del polémico libro Los versos satánicos, considerado blasfemo por muchos musulmanes. Aunque Irán afirmó en 1998 que no haría cumplir el decreto, nunca llegó a anularlo oficialmente.
Matar viajó desde su hogar en Nueva Jersey con la aparente intención de cumplir esa fatwa. Alegó en el juicio que se inspiró en discursos del líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, quien revalidó la condena en 2006, así como en la narrativa de que Rushdie personificaba un enemigo del islam. Estas creencias no se construyeron en un vacío. Nacido después de la emisión de la fatwa, Matar creció alimentando una idea de redención religiosa vinculado con la ejecución de actos violentos contra figuras “blasfemas”.
¿Es la justicia penal suficiente frente al terrorismo ideológico?
El juicio de Matar se centró principalmente en los detalles brutales del ataque. Las imágenes del video de seguridad mostraron cómo se lanzó sobre Rushdie por la espalda, lo apuñaló de manera frenética y continuó golpeando mientras el autor intentaba zafarse, hasta que finalmente ambos cayeron al suelo y los asistentes intervinieron.
Sin embargo, lo que viene a continuación es igual o más delicado: Matar enfrenta ahora un juicio federal por cargos de terrorismo. Las acusaciones incluyen proporcionar apoyo material a una organización terrorista (Hezbolá) y terrorismo transnacional. Este proceso no será simplemente una continuación legal del caso, sino que abrirá interrogantes sobre la motivación, radicalización y complicidad.
Según diversas investigaciones, Matar no tenía contacto directo con Hezbolá, pero se había sumergido de manera obsesiva en propagandas yihadistas, discursos religiosos y foros en línea dedicados a glorificar el martirio. Si bien el sistema judicial puede castigar sus actos, ¿puede corregir o prevenir la mentalidad que lo motivó?
La cultura del odio, la censura y la autocensura
El ataque contra Rushdie también reabre el debate sobre el precio de la libertad de expresión en un mundo donde las palabras han dejado de ser ideas cuestionables para convertirse en causas mortales. Rushdie, tras décadas de vivir entre la clandestinidad y la vigilancia constante, había vuelto a la vida pública y a viajar con relativa normalidad. Esto reflejaba la sensación de que el mundo occidental había dejado atrás la amenaza de la fatwa.
Pero no fue así. El cuchillo de Hadi Matar rompió esa ilusión. “Sabía que aún existía el riesgo, pero pensé que los años habían cambiado las cosas”, confesó el autor durante el juicio.
El efecto del ataque ha sido devastador para muchos escritores e intelectuales que veían en Rushdie un símbolo de resistencia. Las amenazas a la libertad de expresión ya no son abstractas, y muchos autores ahora reconsideran sus temas o el tono con el que los abordan. ¿Hasta qué punto la autocensura se está infiltrando en la lucha contra la intolerancia?
El legado transformado por la violencia
Rushdie ha sido reconocido repetidamente por su lucha en pro del derecho a narrar lo inenarrable. Fue galardonado recientemente por el Authors Guild por su coraje y compromiso. Su novela más reciente, Victory City, se publicó poco después del atentado, un acto de resiliencia literaria frente a la barbarie.
El escritor ha dicho que "la palabra sigue siendo más poderosa que el cuchillo". Su figura, sin embargo, ya no puede desligarse del brutal ataque que sufrió. De ser el símbolo de un conflicto entre ficción y religión, ha pasado a encarnar una batalla entre la civilización y el fanatismo. No solo se trata de su historia, sino de cómo la cultura democrática responde a los intentos de silenciarla con sangre.
Fatua y geopolítica: ¿seguimos creyendo en fantasmas?
Cuando Jomeiní emitió la fatwa, la reacción internacional fue inmediata: Reino Unido rompió relaciones diplomáticas con Irán durante años, y Rushdie vivió escondido con protección policial permanente. Pero con el tiempo, el peligro pareció diluirse. Irán nunca revocó la fatwa, pero bajó el tono.
Sin embargo, con el incremento del conflicto entre Occidente y los bloques liderados por potencias islamistas, resurgieron algunas viejas tensiones. A pesar de que Irán negó participación directa en el ataque de 2022, el apoyo indirecto a Matar desde algunos sectores radicales fue evidente en redes sociales y medios afines. La consigna: el castigo divino se ha cumplido.
Esto nos lleva a una reflexión inquietante: ¿es posible cerrar las heridas que dejó una cruzada teocrática contra la libertad artística? ¿O acaso estamos condenados a repetir los mismos ciclos de odio a lo largo de las generaciones?
El cuchillo como símbolo: más que un atentado, una amenaza sistémica
Lo ocurrido en Chautauqua no es un hecho aislado. La violencia contra escritores ha ido en aumento. Desde Charlie Hebdo hasta el asesinato de blogueros en Bangladesh, el mensaje es claro: opiniones heréticas pueden costarte la vida. En este contexto, Rushdie se convierte en más que una víctima: es el emblema de un mundo donde el pensamiento libre se ha vuelto peligroso.
Organizaciones como PEN America han denunciado que el clima para los escritores es cada vez más hostil, incluso dentro de democracias liberales donde los discursos de odio y la polarización amenazan el pensamiento crítico. El caso Rushdie es, entonces, una advertencia: los enemigos de la cultura siempre están al acecho, aunque tarden décadas en atacar.
¿Qué sigue para Hadi Matar y los extremismos?
La sentencia impuesta a Matar es solo el principio. Su próximo juicio federal podría revelar conexiones más profundas con células ideológicas o patrones de radicalización. También pondrá a prueba el sistema judicial estadounidense frente a delitos cuya motivación va más allá del individuo para abrazar el fundamentalismo global.
Por el momento, Matar permanece en una prisión de máxima seguridad. Pero el peligro que encarna no ha sido encarcelado con él. Porque aún hay muchos jóvenes, en muchos rincones del mundo, expuestos a las mismas ideas que lo llevaron a ver un crimen como una misión sagrada.
Una pregunta que sigue abierta
El caso de Salman Rushdie y Hadi Matar no se cierra con una condena. Nos obliga a reflexionar sobre la fragilidad de nuestras libertades, la persistencia del odio religioso, y la responsabilidad que tenemos, como sociedad global, de proteger la palabra cuando está amenazada por el filo de un cuchillo.
Como dijo el propio Rushdie: “La literatura no existe para complacer a los fanáticos, sino para recordarnos que pensar diferente es un derecho inalienable del ser humano.”