Lula, Putin y la encrucijada diplomática: ¿una paz posible en Ucrania o un juego geopolítico más?
Con la guerra en Ucrania por entrar en su cuarto año, Brasil y China intentan impulsar un diálogo directo entre Zelenskyy y Putin. ¿Qué se juega realmente en estas conversaciones?
Un encuentro (aún hipotético) en Estambul
En medio de un conflicto que ha transformado la seguridad euroatlántica y ha demostrado los límites (o la resiliencia) del orden internacional, un actor inesperado se perfila como mediador: Brasil. Esta semana, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha expresado su intención de convencer a su homólogo ruso, Vladimir Putin, de participar en una cumbre de paz con el presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskyy, en Estambul.
La propuesta, originada en una sugerencia rusa de retomar conversaciones directas sin condiciones previas, fue rápidamente retomada por Zelenskyy, quien lanzó un verdadero desafío diplomático al Kremlin: "Te espero en Turquía". Aunque el Kremlin aún no ha confirmado la asistencia de Putin, el gesto ha captado la atención del mundo.
La posición ambigua de Brasil
Lula ha mantenido una postura claramente distante del discurso occidental. Si bien ha condenado la guerra, también ha evitado alinearse completamente con las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea a Rusia. Mantiene un estrecho vínculo con Putin, lo que le ha generado múltiples críticas —desde Ucrania hasta Bruselas— pero también lo ha posicionado como un canal viable de comunicación hacia Moscú.
En sus declaraciones desde Beijing, Lula dejó clara su estrategia: “No me cuesta nada decir: ‘Camarada Putin, ve a Estambul y negocia’”. Esta frase, tan campechana como penetrante, resume su rol autodesignado: el de un conciliador global que desafía la lógica binaria de “aliado o enemigo”.
El plan conjurado por Brasil y China
En mayo de 2024, Brasil y China publicaron un plan de paz conjunto. Entre otras cosas, pedía una conferencia internacional con ambas partes en conflicto y evitaba ampliar el teatro de la guerra. Sin embargo, fue inmediatamente desestimado por Kyiv, al considerarlo ambiguo y, según ellos, favorecedor de la posición rusa.
Ahora, ambos países emitieron un nuevo comunicado conjunto apoyando la potencial cumbre en Estambul. “La única manera de poner fin al conflicto es a través del diálogo directo”, reza el mensaje. Suena bien. Pero, ¿es creíble esta propuesta en el actual contexto geopolítico?
Fuerzas internas y externas
- En Rusia: El Kremlin se enfrenta a presiones internas por el desgaste de una guerra que debía ser relámpago. Según el Institute for the Study of War, Moscú intenta alargar las negociaciones para ganar tiempo en el campo de batalla.
- En Ucrania: Zelenskyy ha dejado claro que solo hablará con Putin, no con representantes de niveles inferiores. Aún bajo ataques, su posición ha sido fortalecida por la reciente unidad mostrada con líderes europeos.
- Desde Occidente: Estados Unidos y líderes de la UE han redoblado la presión para reiniciar el diálogo. Washington ha amenazado con nuevas sanciones si no hay señales claras de avance.
Friedrich Merz, el nuevo factor europeo
En paralelo, Friedrich Merz ha asumido como nuevo canciller de Alemania. En su primer discurso parlamentario, dejó clara su visión: una Europa fuerte, con Alemania liderando militar y económicamente, y completamente alineada con Estados Unidos.
Merz no solo prometió dotar a su país de la “fuerza convencional más poderosa de Europa” —apuntando directamente a Rusia—, sino que también aseguró que la política exterior alemana ya no se definirá por la abstención o vacilación, como lo hizo su predecesor Olaf Scholz.
En otras palabras: la diplomacia de apaciguamiento ha muerto en Berlín. Y esto influye directamente en la ecuación de la guerra.
Geopolítica desde el sur
Brasil se encuentra en una encrucijada interesante. Si logra reunir a Putin y Zelenskyy, se colocará en un pedestal diplomático reservado históricamente para potencias como Francia o Estados Unidos. Pero si fracasa —y los expertos creen que es el escenario más probable— podría quedar aislado entre un bloque occidental que lo ve tibio y un Moscú que solo gana tiempo.
¿Vale la apuesta? Lula parece pensar que sí. En un mundo en el que las alianzas son cada vez más líquidas y las certezas escasas, el presidente brasileño se esfuerza en crear un nuevo tipo de liderazgo: uno no alineado, pero comprometido con resultados.
¿Qué sigue?
La cumbre en Estambul, de celebrarse, marcaría un punto de inflexión. Pero para que eso ocurra, deben alinearse múltiples factores:
- Que Putin acepte acudir personalmente, lo cual implicaría admitir, al menos implícitamente, que necesita negociar.
- Que Ucrania acepte hacerlo sin condiciones previas imposibles de cumplir (como el retiro total de Rusia de sus territorios ocupados).
- Que Occidente, sobre todo Estados Unidos, respalde el proceso sin imponer vetos.
- Que Brasil y China mantengan una posición firme sin inclinarse abiertamente hacia uno de los lados.
Todo esto mientras los combates no se detienen y la posibilidad de una nueva ofensiva rusa pone tensión adicional a cualquier iniciativa de paz.
Un ajedrez global con muchas piezas
La guerra en Ucrania ya no solo es una tragedia humanitaria y un desafío a la soberanía. Es también una guerra proxy, una batalla de modelos políticos, una competencia energética y un test para el orden mundial. Es por ello que cada gesto, como el de Lula, debe interpretarse más allá de la buena voluntad.
¿Puede el Sur Global moldear la geopolítica con diplomacia y neutralidad activa? ¿O está condenado a ser un espectador más del tablero dominado por Washington, Bruselas, Moscú y Pekín?
Quizás lo que estamos viendo en estas semanas no sea la solución al conflicto, sino algo más sutil: el rediseño del mapa del poder global. Y en ese mapa, un viaje de Lula a Moscú puede pesar más de lo que parece.
— Por Javier Toledo, analista internacional y corresponsal itinerante