Lujo, poder e impunidad: Trump en Medio Oriente y el desencuentro con la Constitución
Mientras el expresidente estadounidense admira el mármol qatarí y sueña con salones dorados, un congresista demócrata lo acusa de violar la Carta Magna, en un contraste que evidencia las tensiones entre glamour, poder e institucionalidad
Una gira presidencial con sabor a envidia
Durante su visita oficial a Medio Oriente, el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha desplegado un espectáculo de admiración por la opulencia de los líderes del Golfo. Desde el lujo marmóreo del palacio Amiri Diwan en Doha hasta los figurines ecuestres que escoltaron su limusina, el republicano no ha ocultado su fascinación por el estilo autocrático y decorativo de sus anfitriones.
En palabras del propio Trump, al observar la arquitectura del palacio en Qatar: “Esto es lo que llaman perfecto. Como persona que trabajó en la construcción, esto es mármol perfecto y muy difícil de conseguir”. Asimismo, expresó su disgusto por seguir volando en una versión envejecida del Air Force One, alegando que los jeques árabes tienen “estos nuevos Boeing 747” mientras él tiene una aeronave “mucho más pequeña y menos impresionante”. Tan fuerte es su deseo de tener un avión nuevo que incluso ha considerado aceptar uno como obsequio del gobierno de Qatar, lo cual podría ser ilegal conforme a la Constitución estadounidense.
¿Un regalo peligroso?
El hecho de considerar aceptar un avión extranjero es más que una vil vanidad: podría ser una violación directa de la cláusula de emolumentos de la Constitución, que prohíbe a los funcionarios federales aceptar regalos de gobiernos extranjeros sin la aprobación del Congreso. Esta disposición se remonta a 1788 y busca evitar justamente lo que se sospecha en este caso: que los intereses particulares de un líder puedan entrelazarse con los de una nación extranjera.
Más allá de la legalidad, es importante preguntarse: ¿un regalo como este comprometería la seguridad nacional? ¿Está en juego la autonomía del comandante en jefe al recibir prebendas tan costosas de gobiernos autoritarios?
Una visión dorada del poder
Esta no es la primera vez que Trump intenta imprimir su estética dorada en instituciones del Estado. En su primer mandato llevó a cabo varias remodelaciones al Salón Oval, incorporando mármol y detalles en oro de 24 quilates. También ha hablado con entusiasmo sobre construir un ballroom al estilo Mar-a-Lago dentro de la Casa Blanca, incluso ofreciendo cubrir el costo—unos 100 millones de dólares—con su propio dinero, lo cual levanta numerosas cejas éticas.
“Hemos superado eso de las carpas, ¿no lo creen?”, comentó recientemente en tono de burla, refiriéndose a las cenas de estado que deben realizarse en estructuras temporales por falta de espacio en la residencia presidencial.
Además, planea pavimentar el césped del Jardín de las Rosas para colocar una terraza “con piedra hermosa” apta para eventos. Estos impulsos de renovación despiertan un debate crucial: ¿Dónde se traza la línea entre modernización y culto a la personalidad?
Thanedar, el disidente inexpugnable
En contraste con el boato presidencial, el congresista demócrata Shri Thanedar, inmigrante originario de la India, está dando la batalla desde los pasillos del Capitolio. En un paso audaz, ha presentado una resolución con siete artículos para intentar impeachar a Trump por lo que considera “crímenes desde el día uno”, incluyendo soborno, corrupción, violaciones a la Primera Enmienda y la creación de una supuesta oficina ilegal dentro del Departamento de Justicia Empresarial (DOGE).
“No podemos preguntarnos si ganaremos esta batalla o si es el momento correcto; debemos hacer lo correcto”, dijo Thanedar durante su pronunciamiento en el Congreso. “Tanto Trump como yo juramos proteger la Constitución. Él ha violado ese juramento”.
Resistencia en su propio partido
Pese a sus argumentos, su iniciativa no ha encontrado eco entre los líderes del Partido Demócrata. Pete Aguilar, presidente del Caucus Demócrata, consideró que el juicio político “no es el camino correcto” y que en estos momentos debería priorizarse la lucha contra los recortes republicanos a programas sociales como Medicaid y la asistencia nutricional.
Otros representantes, como Hank Johnson y Rick Larsen, criticaron el impulso unipersonal de Thanedar, subrayando que no ha habido audiencias ni estándares probatorios que justifiquen un impeachment. “El patrocinador está fuera de sintonía con el estado de ánimo de los demócratas”, sentenció Johnson.
El tercer intento de destitución
Si bien se anticipa que la iniciativa fracasará, marcaría el tercer intento de destitución contra Trump. En 2019 fue acusado de retener ayuda militar a Ucrania para ejercer presión política, y en 2021 fue acusado de incitación a la insurrección tras el asalto al Capitolio. En ambas ocasiones fue absuelto por el Senado.
En medio de la gira de Trump por Medio Oriente, el gesto de Thanedar rompe la tradición política de evitar confrontaciones públicas con el presidente mientras se encuentra en el extranjero. Pero según Thanedar, la posible aceptación del avión qatarí y los conflictos de interés lo obligan a actuar: “Mis electores me piden actuar. No puedo quedarme callado”.
Una república entre espejos
Esta historia representa un microcosmos de la tensa dualidad de la política estadounidense: por un lado, un líder que se deja seducir por la opulencia y busca importarla al corazón de una república fundada sobre principios de austeridad y separación de poderes; y por el otro, representantes que intentan preservar los límites impuestos por la Constitución, incluso a riesgo de desafiar a su propio partido.
La disyuntiva no es solo estética ni simbólica. Es estructural. Recordemos que tras la independencia, George Washington insistió en que su presidencia debía servir como modelo de “república virtuosa”, alejada de las monarquías europeas. De hecho, rechazó títulos como “Su Excelencia” y prefirió “Sr. Presidente”. Uno se pregunta qué opinaría hoy el primer presidente al ver el Salón Oval decorado con oro macizo o convertido en vitrina para maquetas de jets de lujo.
¿Es posible para una nación democrática resistir los impulsos monárquicos de sus líderes contemporáneos?
Impeachment y espectáculo
Lo paradójico es que tanto el lujo mostrado en Medio Oriente como la propuesta de impeachment están entrelazados en una narrativa de poder como espectáculo. Una especie de reality presidencial donde la alfombra roja se entrelaza con la cláusula de emolumentos. Un episodio que, como decía el politólogo Guy Debord, confirma que “la sociedad actual tiende a transformar todo lo que experimenta en espectáculo”.
Trump continúa encarnando esa transformación, convirtiendo lo presidencial en una marca visual y comercial. Thanedar, por su parte, intenta infundirle contenido ético e institucional al relato. La tensión entre ambos evidencia que, para muchas naciones, la lucha democrática ya no es únicamente ideológica, sino también estética, simbólica y profundamente narrativa.
Pero ese relato, de momento, carece de desenlace. Lo que está claro es que el equilibrio entre poder, forma y ley será el terreno donde Estados Unidos seguirá debatiendo su propia identidad en los años por venir.