Trump, Arabia Saudita y el nuevo eje del poder: millones, símbolos y amenazas a la democracia
El regreso de Trump al escenario internacional reafirma una alianza dorada con Riad mientras impulsa represalias políticas internas contra las organizaciones sin fines de lucro en EE.UU.
Un regreso envuelto en oro y simbolismo
Donald Trump volvió al ámbito internacional con una visita espectacular a Arabia Saudita el 13 de mayo de 2025. Recibido con espadas doradas, caballos árabes, café tradicional y la pompa de la realeza, el expresidente —y actual mandatario tras su regreso al poder— se reencontró con un viejo aliado: el príncipe heredero Mohammed bin Salman. La escena contrastó marcadamente con la visita más austera que realizó Joe Biden en 2022, cuya recepción se limitó a un puño entre ambos mandatarios y gestos fríos.
Trump no escatimó elogios. En un acto público dentro del palacio real, lo llamó “mi amigo” e “increíble hombre”, mientras el propio príncipe se refería a él como “mi querido presidente Trump”. La música de fondo: el infame “YMCA” y “God Bless the U.S.A.” —himnos de campaña de Trump— resonaban en un foro de inversión repleto de figuras influyentes.
Negocios antes que derechos humanos
Ni una mención a derechos humanos. Ni al asesinato de Jamal Khashoggi en 2018, periodista del Washington Post asesinado brutalmente en el consulado saudí en Estambul, crimen que según la CIA fue ordenado por el propio bin Salman. En cambio, la jornada estuvo dominada por propuestas económicas y signos de una amistad estratégica que busca reflotar inversiones occidentales en un reino que intenta diversificarse más allá del petróleo.
Entre los asistentes al almuerzo real destacaban gigantes empresariales: Ruth Porat (Google), Stephen Schwarzman (Blackstone), Jane Fraser (Citicorp), Jensen Huang (NVIDIA), Alex Karp (Palantir) y el magnate Elon Musk, quien se consolida como uno de los principales asesores de Trump. Como en 2017, cuando Trump eligió Arabia Saudita como primer destino internacional, esta nueva gira apuntala la idea de un gobierno volcado abiertamente a consolidar poder económico con socios geopolíticos cuestionables.
Una política exterior empresarial
En su discurso, Trump fue claro: la relación entre EE.UU. y Arabia Saudita “ha sido una roca de seguridad y prosperidad”. Su administración apuesta por un pragmatismo crudo, en detrimento de principios democráticos o derechos civiles. La política exterior se presenta como una extensión del capitalismo sin barreras morales.
Todo esto ocurre mientras en el Congreso estadounidense los republicanos impulsan una polémica legislación que permitiría privar de beneficios fiscales a organizaciones sin fines de lucro que —según el criterio del gobierno— “apoyen el terrorismo”. Sin una definición clara de qué constituye ese apoyo, y con un contexto de creciente crítica por parte de Trump hacia grupos como universidades, ONGs medioambientales o entidades de derechos civiles, la alarma ha sido inmediata.
Un arma fiscal para castigar la disidencia
El proyecto de ley permitiría al gobierno revocar el estatus 501(c)(3), categoría fiscal clave para miles de organizaciones, sin necesidad de juicio, investigación o evidencia pública. Diane Yentel, al frente del National Council of Nonprofits, lo considera una transferencia de poder sin precedentes que pone en peligro al tercer sector.
“Es una alarma de cinco puntos para todas las organizaciones sin fines de lucro del país”, señaló Lia Holland, directora de Fight for the Future. El temor no es infundado. En ocasiones recientes, Trump amenazó con retirar beneficios fiscales a Harvard tras no seguir sus directrices políticas, congelando $2.2 mil millones en subvenciones y $60 millones en contratos. También ha advertido que podría actuar contra grupos como el Citizens for Responsibility and Ethics in Washington (CREW) o entidades ecologistas.
La historia se repite
No es la primera vez que se intenta instrumentalizar el IRS (la agencia tributaria) con fines políticos. Sin embargo, desde 1998, el Congreso prohíbe que los presidentes ordenen directamente investigaciones fiscales. Aun así, surgen dudas sobre la independencia de la institución en este nuevo mandato trumpista.
Thomas Kelley, profesor de derecho de la Universidad de Carolina del Norte, alertó que la eliminación del estatus 501(c)(3) amenazaría a miles de fundaciones que operan gracias a subvenciones privadas con la condición de que los beneficiarios tengan reconocimiento fiscal. “Si estas deducciones desaparecen, las donaciones con ellas”, advierte.
El otro frente: la expansión mediática y el cerco cultural
Otro punto inquietante es el control cultural desde el aparato estatal. Con un nuevo servicio de streaming a punto de lanzarse por ESPN (a $29.99 mensuales), se abre el debate sobre cómo los conglomerados mediáticos podrían alinearse o resistirse a imposiciones políticas futuras.
Con personalidades como Rich Eisen regresando a ESPN desde otros canales como la NFL Network, y el uso de inteligencia artificial para personalizar contenidos, se consolida un ecosistema donde la línea entre entretenimiento, política e ideología se difumina.
En una administración que elogió públicamente a un régimen conocido por censurar, encarcelar y eliminar físicamente disidentes —pero que a la vez ofrece grandes oportunidades de inversión—, el riesgo de replicar modelos autoritarios desde el ámbito cultural y económico se vuelve más probable.
Reconfiguración del eje geopolítico
Mientras Europa permanece en segundo plano, Trump parece apostarle todo al eje Estados Unidos-Arabia Saudita-Israel, omitiendo las tensiones internas relacionadas con los derechos humanos o la guerra en Gaza. Esta vez, su discurso se alineó completamente con Riad.
“No queremos que nos den lecciones… como ha pasado en el pasado”, declaró el empresario saudita Mohammad A. Abunayyan, reflejando el entusiasmo con el que los socios del reino ven esta fase trumpista. Para ellos, Estados Unidos vuelve a ser un aliado sin pretensiones éticas, dispuesto a cerrar acuerdos sin incomodar.
Cierre del círculo: poder, lucro e impunidad
La visita de Trump a Arabia Saudita es mucho más que una anécdota diplomática. Es un símbolo de un nuevo orden carente de límites morales, donde la inversión económica vale más que la democracia, y donde cualquier voz disidente —externa o interna— puede ser castigada mediante el aparato estatal.
Con oposición silenciada, medios en transformación y aliados autoritarios celebrando su regreso, la pregunta ya no es si Trump pretende transformar profundamente la institucionalidad estadounidense en favor del autoritarismo, sino cuánto más podrá avanzar sin que encuentre resistencia efectiva.