La tormenta en los campos: cómo la guerra comercial con China afecta a los agricultores estadounidenses

Entre la incertidumbre de los aranceles y la esperanza de acuerdos comerciales, los productores de soya de EE. UU. enfrentan desafíos que van más allá del clima

El campo estadounidense en la mira de la política global

En el corazón agrícola de Estados Unidos, donde las vastas extensiones de tierra cultivable forman la columna vertebral de la economía rural, una nueva tormenta —no climática— se cierne sobre los campos: la guerra comercial entre Estados Unidos y China. En estados como Minnesota y Tennessee, agricultores como Dan Glessing y Matt Griggs viven con la tensión de los aranceles, los acuerdos suspendidos y la incertidumbre de los mercados internacionales, especialmente el chino, que por años ha sido un pilar del comercio agrícola estadounidense.

El protagonismo de China en las exportaciones de soya

Para comprender el impacto de esta guerra comercial, es crucial observar la magnitud del vínculo entre Estados Unidos y China en el comercio de soya. En 2023, China representó aproximadamente el 50% de todas las exportaciones de soya estadounidense, comprando cerca de $13 mil millones de este grano fundamental para la dieta del ganado y el consumo humano. Un solo estado como Minnesota suele exportar una de cada cuatro hileras de su cosecha directamente al gigante asiático.

Con el reciente anuncio de EE. UU. de aumentar los aranceles a productos chinos hasta un 145%, y la retaliación de China con un 125%, los productores como Glessing sienten tanto el temor como la esperanza ante un posible viraje económico. Un breve alivio vino con el anuncio de una tregua de 90 días en la escalada comercial, generando una subida de los futuros de la soya y el optimismo calculado de los agricultores.

Una vida entre incertidumbre: climas, aranceles y ciclos

“¿Estoy preocupado por los aranceles? Sí”, confiesa Dan Glessing mientras trabaja con su tractor en una granja cercana a Waverly, Minnesota. “Pero no son necesariamente el principal factor de los bajos precios de los productos agrícolas en los últimos dos años”. Y es que producir en el campo, como él mismo dice, es “una empresa basada en un suelo suelto y en lo impredecible del clima”.

Los costos de producción —semillas, fertilizantes y maquinaria— combinados con las elevadas tasas de interés, constituyen una ecuación difícil para quienes, como Glessing, cultivaron unas 700 hectáreas de maíz, soya y alfalfa este año.

Una economía interdependiente

Glessing, además de productor, es presidente del Buró de Agricultura de Minnesota. Él mismo reconoce que, aunque vende su producción localmente —la leche de sus 75 vacas lecheras va a una planta de quesos en Litchfield, y la soya a una procesadora en Mankato—, ninguna parte de la economía agrícola está aislada del resto.

“Todo está conectado”, repite. Si los precios globales de la soya bajan por una caída de la demanda internacional, eso termina afectando incluso a los que no exportan directamente.

Lecciones del pasado: 2018, el año que lo cambió todo

Matt Griggs, un agricultor de Tennessee que cultiva unas 1,600 hectáreas de algodón, maíz, trigo y soya, también conoce muy bien los vaivenes de una guerra comercial. Lo aprendió en 2018, durante la primera ofensiva del entonces presidente Trump contra China.

“Los precios cayeron alrededor de un 15% y perdimos mucha demanda”, recuerda Griggs. Aunque en 2025 la situación es distinta, su estrategia se ha vuelto más defensiva: cultivos diversificados, análisis de mercado en tiempo real y decisiones más pragmáticas.

“La mayor lección que aprendí es: si hay un periodo con buenos precios, véndelos. No esperes a que suban más porque uno nunca sabe qué viene después”.

La historia se repite: agricultura, geopolítica y resiliencia

En efecto, este ciclo de tensiones comerciales entre EE. UU. y China es un reflejo moderno de un fenómeno que ha acompañado al campo desde principios del siglo XX. El mercado agrícola siempre ha estado sujeto a las políticas exteriores. Durante la Gran Depresión, el colapso de precios agrícolas fue potenciado por medidas proteccionistas como la Ley Smoot-Hawley. En la década de los 70 y 80, el embargo de exportaciones a la Unión Soviética bajo la presidencia de Carter tuvo consecuencias similares para los agricultores del Medio Oeste.

Ahora, nuevamente, la política exterior resuena en los surcos de tierra arada por agricultores que solo buscan estabilidad y acceso justo a los mercados. Como dice Griggs: “Ningún agricultor quiere vivir de subsidios. Solo queremos acceso justo a los mercados y precios justos para lo que producimos”.

Política agrícola o política electoral: ¿quién protege realmente al productor?

Donald Trump ha sido un referente ambivalente para el mundo rural. Aunque obtuvo gran respaldo en regiones agrícolas durante sus campañas, sus políticas de aranceles y confrontaciones geoeconómicas han generado grietas en esa relación.

Durante su primer mandato, se instauraron subsidios de compensación como el programa de Facilitación del Mercado, que inyectó miles de millones de dólares para amortiguar los efectos de las pérdidas por la guerra comercial. Pero como confesó Griggs, vivir de subsidios no es el ideal. Es, simplemente, una curita ante una herida abierta.

La mirada hacia el futuro: entre acuerdos y tensiones

Tras años de negociaciones, con períodos breves de paz y tramos de agresividad, los agricultores ven con esperanza cada anuncio de avances. Un ejemplo es el reciente acuerdo con el Reino Unido, que ha devuelto algo de optimismo a agricultores como Glessing.

Sin embargo, con la ventana de 90 días de tregua con China, nadie está cantando victoria. Griggs, más escéptico, advierte: “Estamos en pausa. Nadie sabe qué viene después”.

Más allá del grano: la identidad rural en juego

En un país que muchas veces olvida al campo hasta que una crisis económica lo pone en las portadas, las guerras comerciales recuerdan que la soberanía alimentaria y la estabilidad rural dependen de factores que a menudo superan las capacidades de los mismos agricultores.

La imagen de Glessing conduciendo su tractor Case IH de 25 años, con su perro corgi Georgie a su lado entre siembras de alfalfa y maíz, muestra la esencia de miles de agricultores que sustentan la cadena alimentaria del país. Y esa imagen también representa una advertencia: sus preocupaciones son reales, su economía está en la cuerda floja, y sus esperanzas dependen de decisiones tomadas a miles de kilómetros de sus campos.

“Solo quiero que el producto que sembramos con tanto esfuerzo tenga valor en un mercado justo”, concluye Glessing, resumiendo la aspiración de tantos. Puede parecer simple, pero en tiempos de guerras comerciales, acuerdos volátiles y discursos incendiarios, lograrlo es todo menos fácil.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press