Marjorie Taylor Greene y la política de espectáculos: ¿victimización o estrategia calculada?

El retiro de la congresista de Georgia de la contienda por el Senado desata un debate sobre su rol en el Partido Republicano y el futuro político de un estado en disputa

Una decisión inesperada (aunque calculada)

El reciente anuncio de la congresista Marjorie Taylor Greene de no competir por un escaño en el Senado en Georgia ha despertado tanto alivio como escepticismo dentro del establishment republicano. Si bien algunos celebran su ausencia en una contienda que requiere apelar a votantes independientes y moderados, otros interpretan su decisión como parte de su ya conocida estrategia de mantener control narrativo sobre su figura política.

¿Quién es Marjorie Taylor Greene?

Electa por primera vez en 2020, Greene representa el 14º distrito de Georgia, una región firmemente conservadora. Desde entonces, se ha convertido en una de las voces más reconocidas —y polémicas— dentro del Partido Republicano. Ha sido identificada por defender teorías conspirativas, como las del movimiento QAnon, y por su abierta simpatía con causas del expresidente Donald Trump, llegando incluso a visitar a los encarcelados por el asalto al Capitolio del 6 de enero, a los que considera "prisioneros políticos".

En febrero de 2021, fue despojada de sus cargos en comités del Congreso tras cruzar ciertas líneas de conducta incluso para miembros de su propio partido. Aun así, su capacidad para recaudar fondos (más de 11 millones de seguidores en redes sociales) y generar titulares ha hecho que continúe teniendo un lugar visible en la política estadounidense.

Un Senado improductivo, según Greene

En su carta publicada en X (antes Twitter), Greene indicó que no estaba interesada en postularse para el Senado porque considera que esa institución "no funciona". Según ella, está dominada por "políticos hostiles a los partidarios de las bases de Trump" y poco dispuestos a desafiar el status quo. "Si voy a luchar por un equipo, será por uno que esté dispuesto a darlo todo para salvar este país", escribió.

Estas declaraciones muestran no solo su constante narrativa de outsider, sino también su estrategia para posicionarse como la voz de quienes perciben el sistema político como corrupto o desconectado del ciudadano común.

Georgia: el nuevo campo de batalla

Georgia ha pasado de ser un bastión republicano a un verdadero campo de batalla político. En 2020, el demócrata Jon Ossoff ganó su escaño en el Senado por un margen mínimo, y su reelección en 2026 es una oportunidad clave para que los republicanos recuperen terreno en la Cámara Alta.

Pero el retiro de figuras prominentes como el gobernador Brian Kemp, quien anunció que no competiría por el escaño, y ahora el de Greene, deja el panorama más abierto y competitivo.

El congresista Buddy Carter ya ha declarado su candidatura, y otros nombres como Mike Collins, Rich McCormick, el Secretario de Estado Brad Raffensperger y otros funcionarios de alto perfil han manifestado interés. Todo indica que se avecina una primaria agitada dentro del Partido Republicano.

Una figura polarizadora, incluso dentro de su partido

Greene ha sabido utilizar el antagonismo como herramienta. Ha chocado frecuentemente con líderes republicanos, incluso con aquellos que inicialmente la cobijaron, como el ex presidente de la Cámara Kevin McCarthy. En 2023, el House Freedom Caucus, un grupo ultraconservador al que pertenecía, la expulsó debido a sus constantes confrontaciones y posturas extremas.

Toda esta tensión interna muestra cómo Greene permanentemente camina sobre la delgada línea entre ser una aliada útil para movilizar a la base extremista del partido y una carga que puede hacerlo perder elecciones claves.

La política como espectáculo

Más allá de su rol legislativo, Greene se ha convertido en una celebridad político-mediática. Ha participado en documentales de ideología derechista, organiza reuniones masivas y se presenta como víctima de una persecución mediática y política que, según ella, busca silenciar a los verdaderos representantes del pueblo estadounidense.

Esta autopercepción es lo que le permite mantener relevancia incluso fuera de la arena electoral. Greene no necesita ganar votos constantemente; le basta con mantenerse en el centro del debate público.

Una estrategia de largo plazo

Renunciar a la carrera por el Senado no implica que Greene se esté retirando de la política. Al contrario, parece consolidar su posición como influencer política y figura movilizadora para una buena parte del electorado republicano más radicalizado.

"Tengo opciones", dijo el jueves anterior a su anuncio. No es descabellado pensar que esté considerando otras formas de influencia, ya sea fortaleciendo alianzas dentro del Congreso, trabajando en campañas presidenciales como la de Trump o incluso preparando una futura carrera estatal desde un plano menos institucional.

Entre el activismo y la victimización

Un aspecto clave de su estrategia es la transformación de ataques en martirio. Para Greene, cada crítica refuerza su narrativa de persecución política y, por lo tanto, galvaniza a su base. En este sentido, dice defender a los “verdaderos americanos” contra las élites tanto demócratas como republicanas.

Esto le ha permitido mantener altos niveles de recaudación de fondos y una ferviente comunidad online, aunque también ha limitado sus posibilidades de crecer electoralmente más allá de su distrito altamente conservador.

Greene y el trumpismo

Tal vez el mayor logro de Greene ha sido su simbiosis con el trumpismo. Lejos de alejarse del expresidente tras la derrota de 2020 o los eventos del 6 de enero, ha incrementado su apoyo. Incluso, ha adoptado muchas de sus tácticas: el discurso incendiario, la confrontación permanente y el uso masivo de redes sociales.

Su decisión de no competir por el Senado podría también leerse como una forma de no dividir a los votantes pro-Trump en una elección donde se juega mucho. Esto refuerza su lealtad al movimiento más que a la estructura tradicional del partido.

¿Una figura a observar en 2026?

No se puede descartar que Greene esté preparando su posicionamiento para ámbitos más altos en el futuro. ¿Gobernadora? ¿Vicepresidenta? ¿Parte de la administración Trump si él gana en 2024? Las especulaciones abundan, y precisamente esa ambigüedad puede ser parte de su cálculo.

Según el estratega republicano Eric Tanenblatt: "Los escaños del Senado no aparecen tan seguido; si Greene estuviera verdaderamente interesada, esta era su oportunidad". Entonces, ¿por qué no tomarla?

Tal vez lo supo desde un inicio: su valor está más como agitadora cultural y símbolo de la lucha "contra el sistema" que como senadora en un cuerpo que ella misma desprecia.

Georgia mira al futuro

Con un escaño demócrata en juego en uno de los estados más reñidos del país, las elecciones de 2026 podrían redefinir el equilibrio de poder en el Senado. El Partido Republicano tendrá que decidir entre ofrecer un candidato moderado con posibilidades de ganar en una elección general o ceder ante la presión de su ala radicalizada.

En este juego de ajedrez político, la movida de Marjorie Taylor Greene ya marca la partida. Pero como ha demostrado en múltiples ocasiones, su juego no sigue las reglas tradicionales: es espectáculo, provocación y guerra cultural.

Y mientras los reflectores sigan apuntando hacia ella, Greene continuará moldeando —y desafiando— el rumbo del Partido Republicano y la política estadounidense en general.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press