Margot Friedländer: la voz centenaria que se negó al silencio
Su testimonio vivió más de un siglo contra el olvido del Holocausto. Una historia de dolor, exilio, y retorno que Alemania no puede olvidar.
Un legado de memoria frente al horror
El 80 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial coincidió con el fallecimiento de una de las últimas testigos directas del Holocausto: Margot Friedländer, quien murió a los 103 años dejando un legado invaluable de memoria, coraje y reconciliación. Margot sobrevivió al terror nazi para convertirse, ya en su vejez, en una incansable defensora de la memoria histórica del pueblo judío y de la tragedia que significó el régimen de Hitler para la humanidad entera.
Su historia, hilada entre persecución, resistencia y reconstrucción, refleja no sólo el sufrimiento indescriptible de millones de víctimas, sino también la luz que puede brotar incluso de los rincones más oscuros de la historia.
De Berlín a Theresienstadt: una travesía desde el terror
Margot Bendheim nació el 5 de noviembre de 1921, en Berlín. Su padre, combatiente en la Primera Guerra Mundial para el ejército alemán, creía que su nacionalidad protegería a su familia de los nazis: “No se refieren a nosotros, somos alemanes”, declaraba erróneamente.
Pero la realidad fue distinta. En 1937 los padres de Margot se divorciaron y, como tantos otros judíos berlineses, su familia fue forzada a vivir en condiciones indignas en “departamentos judíos”. En 1943, en el marco de la Solución Final, su hermano Ralph fue deportado por la Gestapo y su madre decidió entregarse voluntariamente para acompañarlo: “Ve con Ralph, a donde sea que vayan”, fue su última frase, llevada por una vecina y que Margot convirtió en el título de su autobiografía: “Intenta llevar tu vida”.
Fue entonces cuando comenzó su vida en clandestinidad. Se quitó la estrella amarilla, se tiñó el cabello y vivió escondida durante 15 meses, gracias a la solidaridad de 16 personas. Pero en 1944 fue arrestada tras un control de identidad y enviada al campo de concentración y gueto de Theresienstadt.
Theresienstadt: entender la magnitud del horror
En junio de 1944, Friedländer fue deportada a Theresienstadt, un campo que servía de antesala al exterminio y de pantalla para la propaganda nazi. Aunque no era un centro de muerte como Auschwitz, allí murió casi un tercio de la población reclusa a causa del hambre, las enfermedades y las condiciones miserables.
Fue allí donde Margot comprendió por fin la magnitud del genocidio: “Cuando vi llegar a los esqueléticos sobrevivientes de las marchas de la muerte desde Auschwitz, supe que nunca más vería a mi madre ni a mi hermano”. Y su premonición no falló: ambos fueron asesinados en Auschwitz, al igual que su padre, deportado desde Francia en 1942.
A pesar de todo, el destino le permitió sobrevivir. Allí se reencontró con Adolf Friedländer, otro prisionero berlinés que años después se convertiría en su esposo. Recién en 1946, y con ayuda de una hermana de Adolf que vivía en Nueva York, la pareja emigró a Estados Unidos, donde reconstruyeron sus vidas.
El exilio y el retorno: reconciliarse con Alemania
Margot vivió más de medio siglo en Estados Unidos, naturalizándose como ciudadana y llevando una vida plena como modista y luego como dueña de una agencia de viajes. Adolf murió en 1997, y en 2003, ella regresó a Berlín por primera vez, invitada al Ayuntamiento en un acto para los judíos expulsados durante el nazismo.
Con casi 90 años, decidió mudarse nuevamente a su ciudad natal. Su objetivo era claro: hablar con los jóvenes, contar su historia y dar voz a los que no pudieron contar la suya. Como ella misma afirmó en múltiples ocasiones: “Lo que hago me da fuerza, porque hablo por aquellos que ya no pueden hablar”.
Una voz clara en tiempos de negacionismo
En la última década, el negacionismo ha resurgido en Europa y en otros continentes, especialmente en redes sociales y movimientos de extrema derecha. La labor de Margot Friedländer se volvió aún más relevante: no solo relataba su supervivencia, sino también las decisiones difíciles, la culpa de haber logrado vivir mientras otros no, y la necesidad de que las nuevas generaciones se conviertan en guardianes de la historia.
En 2018, al ser condecorada como Ciudadana de Honor de Berlín, urgió a los jóvenes a ser “los testigos que nosotros ya no podemos ser por mucho tiempo más”.
Reconocimientos y legado
- En 2011 recibió la Cruz Federal del Mérito, la más alta condecoración civil de Alemania.
- En 2022, se le erigió una estatua en el Ayuntamiento de Berlín.
- Fue declarada ciudadana de honor de la ciudad que una vez la expulsó.
El presidente alemán Frank-Walter Steinmeier expresó tras su muerte que Alemania no podrá agradecerle nunca lo suficiente por haber ofrecido su perdón a un país que tanto le arrebató.
Holocausto y memoria: una carrera contrarreloj
Un informe reciente sostiene que más de 200.000 sobrevivientes del Holocausto aún están vivos, pero que el 70% fallecerá en la próxima década. Cada año desaparecen miles de voces que fueron testigos directos de las atrocidades nazi.
Por eso, la obra de Friedländer y otros sobrevivientes no solo representa un acto de valentía individual, sino una lucha colectiva para inmunizar a la humanidad contra el olvido. Su autobiografía, proyectos educativos y conferencias sirven hoy como archivo vivo que relativiza estadísticas y rescata la dimensión humana de la tragedia.
En un tiempo donde el antisemitismo crece incluso en espacios institucionales, el relato de Friedländer se vuelve una herramienta educativa y moral imprescindible. Contar su historia es, en esencia, prevenir la repetición de la historia.
No solo por los judíos, sino por todos
Margot lo dejó claro: su mensaje era para todos. “Yo no hablo solo por los 6 millones de judíos asesinados, sino por todos los inocentes que murieron”, decía en sus intervenciones. Su testimonio universal resume el impacto global del odio institucionalizado y la importancia de los valores democráticos y humanos.
Ahora que ha partido, Friedländer nos deja una tarea viva: pasar la antorcha de la memoria, una responsabilidad que no puede descansar solo en monumentos o museos, sino en nuestra conciencia activa.
Que su legado no sea una nota al pie en los libros, sino una lección que late en el corazón del presente.