Iraq: la sobrepoblación carcelaria, la ley de amnistía y el dilema de los derechos humanos

Una mirada crítica al sistema penitenciario iraquí bajo presión y los retos de aplicar justicia con equidad en un país fracturado por décadas de conflicto

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Una bomba de tiempo tras las rejas

Las cárceles de Irak están a punto de estallar. No en sentido figurado solamente, sino por una sobrepoblación carcelaria que ha alcanzado proporciones alarmantes. Según el ministro de Justicia Khaled Shwani, las prisiones iraquíes albergan a cerca de 65,000 reclusos, el doble de su capacidad diseñada. Este hecho, por sí solo, revela una crisis estructural dentro del sistema penitenciario del país árabe, reflejo de un aparato judicial asediado por décadas de guerra, ocupación extranjera, corrupción y terrorismo.

Pero la reciente implementación de una controvertida ley de amnistía general ha traído nuevas tensiones. Mientras busca aliviar la presión sobre el sistema penitenciario y reparar injusticias pasadas, también ha encendido alarmas sobre sus posibles consecuencias legales y sociales.

De 300% a 200%: ¿avance o maquillaje?

Al asumir funciones, el ministro Shwani encontró que algunas prisiones estaban operando al 300% de su capacidad. Según afirma, gracias a dos años de reformas, esa cifra ha bajado al 200%, y el objetivo es alcanzar el 100% en 2025, conforme a estándares internacionales. Para lograrlo, el gobierno ha cerrado tres prisiones, ampliado otras seis y construye actualmente cuatro más. Dos nuevas instalaciones ya han sido inauguradas.

Sin embargo, la cifra sigue siendo crítica, especialmente cuando miles de detenidos aún están bajo custodia de agencias de seguridad, esperando ser trasladados legalmente al Ministerio de Justicia, cuya red de prisiones simplemente no puede recibirlos.

Una ley redactada entre polémicas

La Ley de Amnistía General, aprobada en enero de este año, fue respaldada principalmente por legisladores sunitas, quienes argumentan que sus comunidades han sido desproporcionadamente criminalizadas con cargos de terrorismo. Casos documentados incluyen confesiones extraídas bajo tortura y sentencias sin el debido proceso legal.

Desde su promulgación, al menos 2,118 presos han sido liberados únicamente desde las cárceles del Ministerio de Justicia, mientras que otros fueron puestos en libertad desde centros bajo control de las fuerzas de seguridad antes de su eventual transferencia. Una comisión revisa actualmente posibles candidatos a ser amnistiados.

Sin embargo, los críticos de la ley temen que también deje escapar por las grietas a criminales peligrosos. El Observatorio Iraquí de Derechos Humanos advirtió que la legislación podría abrir la puerta a la liberación de personas acusadas de corrupción, malversación e incluso crímenes de guerra.

El dilema del castigo capital

Otro aspecto polémico es el de las ejecuciones. Si bien actualmente están suspendidas temporalmente para revisar casos de acuerdo a la ley de amnistía, Irak ha sido criticado durante años por la aplicación de la pena de muerte —especialmente en juicios masivos o sin respeto a los derechos del acusado.

Shwani defendió la postura oficial señalando que "el número de ejecuciones realizadas es limitado" y que solo se ejecuta a quienes cometen crímenes que amenazan seriamente la seguridad nacional, como atentados con bombas, violaciones de menores o líderes del Estado Islámico de alto rango.

No obstante, organizaciones como Human Rights Watch han denunciado procesos plagados de irregularidades, incluyendo la falta de acceso a abogados y confesiones bajo coacción.

Inmigrantes y terrorismo internacional

Las cárceles iraquíes también albergan a cientos de ciudadanos extranjeros, la mayoría condenados por terrorismo o por pertenecer a grupos como Al Qaeda o el llamado Estado Islámico. Los detenidos provienen de países tan diversos como Kirguistán, Turquía, Egipto, Francia, Reino Unido, y hasta Estados Unidos.

Algunos gobiernos, como Irán, Reino Unido y Turquía, han negociado la repatriación de sus ciudadanos bajo acuerdos bilaterales. Por ejemplo, recientemente fueron devueltos a Teherán 127 ciudadanos iraníes condenados en Irak.

Sin embargo, no todos corren con la misma suerte. Un caso particular es el de Mohammed Ali Ridha, ciudadano iraní condenado por el asesinato del estadounidense Stephen Edward Troell, ocurrido en 2022 en Bagdad. Aunque otros cuatro iraquíes también fueron condenados en el caso, Ridha permanece detenido en Irak.

¿Justicia o impunidad?

El debate sobre la amnistía y la gestión penitenciaria en Irak refleja una dualidad compleja entre el deseo de justicia y la tentación de la impunidad. La presión sobre el sistema judicial no proviene únicamente de la sobrepoblación carcelaria, sino de años de conflicto sectario, violaciones sistemáticas de derechos, falta de transparencia y corrupción.

Según datos del Informe Mundial sobre Prisiones de la ONU, muchos países en situación de post-conflicto presentan los más altos índices de encarcelamiento, agravados por condiciones infrahumanas. En Irak, estos niveles solo acentúan una inestabilidad que amenaza con perpetuar el ciclo de violencia.

Los pasos para desacelerar el uso de la pena de muerte y proveer amnistía a quienes fueron injustamente encarcelados sin una debida defensa son loables. Pero esa misma moneda no debe ser usada para liberar agresores sexuales, yihadistas o infractores multimillonarios de delitos económicos que han saqueado el país.

Un futuro con más preguntas que respuestas

La verdadera prueba para la ley de amnistía no es cuántas puertas abre, sino a quiénes. La historia penal de Irak está plagada de errores judiciales y sentencias arbitrarias. Por tanto, es vital que los comités de revisión sean independientes del poder político, y que el Poder Judicial goce de autonomía para determinar quién realmente merece la libertad.

El proceso debe involucrar también a víctimas y sus familias. Una amnistía sin verdad ni reparación tiene más posibilidades de convertirse en una forma institucionalizada de olvido judicial que en un paso hacia la reconciliación.

Como dijo el propio ministro Shwani, "la visión aún no es final". Y eso es lo más inquietante: decisiones fundamentales se están tomando sin la claridad ni la legitimidad adecuadas.

Irak necesita sanar. Pero para hacerlo, debe evitar convertir su sistema penitenciario en un campo de batalla político, o peor aún, en un mercado de favores legales. En esa frágil frontera entre castigo y redención, se juega nada menos que la credibilidad del Estado y la dignidad de sus ciudadanos.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press