Yemen bajo fuego: los ataques de Estados Unidos y Reino Unido en el conflicto más olvidado de Medio Oriente

La campaña “Rough Rider” se intensifica con la participación del Reino Unido, mientras la población civil sufre las consecuencias de una guerra internacionalizada y silenciosa

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Una escalada bélica silenciosa

En medio del caos habitual del escenario geopolítico de Medio Oriente, un conflicto ha vuelto a ocupar el centro de la atención militar, aunque no necesariamente mediática: la campaña conjunta de bombardeos en Yemen, iniciada por Estados Unidos y recientemente respaldada, de forma más activa, por el Reino Unido. Este nuevo capítulo bélico se inscribe dentro de la operación bautizada como “Rough Rider”, una serie de ataques aéreos contra los rebeldes hutíes, presuntamente apoyados por Irán, que controlan gran parte del norte de Yemen desde 2014.

La participación británica más reciente marca un giro importante. Mientras que Estados Unidos ha mantenido una postura opaca sobre sus más de 800 ataques realizados desde marzo de 2024, los británicos, en un inusual gesto de transparencia, ofrecieron detalles concretos: atacaron una instalación de drones al sur de Saná el 29 de abril de 2025, desplegando bombas guiadas Paveway IV desde sus cazas Typhoon FGR4.

El blanco: drones hutíes, el nuevo terror del Mar Rojo

Los blancos de estos ataques han sido, en su mayoría, instalaciones utilizadas por los hutíes para fabricar y lanzar drones y misiles sobre el Mar Rojo y el golfo de Adén, ataques que han llegado a paralizar hasta un 55% del tráfico marítimo en esa zona estratégica del comercio global. De acuerdo con John Healey, secretario de Defensa del Reino Unido, esta interrupción ha tenido ya un costo de "miles de millones de dólares" y representa una amenaza directa a la economía occidental.

Desde 2020, los hutíes han intensificado los ataques contra buques comerciales, especialmente aquellos que navegan cerca de Israel o que tienen algún vínculo con economía o logística occidental. En respuesta, Estados Unidos desplegó el USS Harry S. Truman en el mar Rojo y el USS Carl Vinson en el mar Arábigo. Desde esas plataformas, se han lanzado ataques diarios que, según múltiples denuncias, también han afectado a civiles.

Víctimas colaterales: ¿quién defiende a los civiles?

El pasado lunes, un presunto ataque estadounidense destruyó una prisión donde se encontraban detenidos migrantes africanos, dejando al menos 68 muertos y 47 heridos. Este incidente se suma a otro aún más mortífero: el ataque al puerto de Ras Isa el 18 de abril, que dejó 74 muertos y 171 heridos. En ambos casos, organizaciones humanitarias y organismos internacionales han levantado la voz, pero sin consecuencias concretas sobre la dinámica operativa de la campaña.

La naturaleza de estos bombardeos y la falta de rendición de cuentas refuerzan una pregunta ya antigua sobre los conflictos modernos: ¿cómo se protege a los no combatientes?. Ni Estados Unidos ni el Reino Unido ofrecieron cifras de víctimas tras su más reciente ataque. El argumento oficial es que los bombardeos se realizan de noche y con alta precisión para minimizar daños colaterales, pero la realidad en el terreno muchas veces contradice esa narrativa.

La política detrás del misil

Más allá de los objetivos tácticos, esta ofensiva tiene un claro trasfondo diplomático: Irán. Estados Unidos sospecha que los hutíes son un brazo iraní dentro del llamado “Eje de Resistencia” que incluye también a Hezbollah en Líbano y otras milicias en Irak y Siria. A diferencia de otros grupos, los hutíes tienen la capacidad logística y territorial para atacar directamente a Israel con misiles balísticos o drones, lo que los convierte en una pieza clave del ajedrez geopolítico iraní.

Otro aspecto crítico es el marco político interno en el que se desarrolla esta campaña. La administración Trump ha decidido intensificar la estrategia militar para negociar desde una posición de fuerza en las conversaciones nucleares con Irán. Una táctica que, si bien no es nueva, sí ha demostrado escaso éxito para reducir la hostilidad en la región de forma duradera.

Yemen: un país atrapado entre potencias

El conflicto en Yemen se remonta al año 2014, cuando los hutíes —una minoría chií del norte del país— tomaron Saná y depusieron al gobierno reconocido internacionalmente. Desde entonces, el país ha sido el escenario de una de las guerras más devastadoras e ignoradas del siglo XXI, con al menos 377.000 muertes acumuladas, según cifras del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), de las cuales el 60% serían por causas indirectas como el hambre y las enfermedades.

Arabia Saudita lideró, desde 2015, una coalición regional para restablecer el gobierno derrocado, pero no logró sus objetivos militares a pesar de apoyo logístico e inteligencia de Occidente. La guerra se ha prolongado hasta convertirse en un verdadero callejón sin salida y un campo de batalla de las potencias regionales e internacionales.

El silencio informativo y la censura digital

A pesar del impacto humano, mediáticamente el conflicto ha sido prácticamente desterrado de las portadas. Ni los 800 ataques aéreos de Estados Unidos ni los crímenes colaterales reciben la atención que sí reciben otros frentes como Gaza o Ucrania. Esto es aún más preocupante si consideramos las denuncias recientes sobre el uso por parte del secretario de Defensa, Pete Hegseth, de la aplicación de mensajería Signal para difundir información operacional clasificada, sin ningún control institucional.

Estamos ante un fenómeno paradójico: una guerra moderna con capacidades tecnológicas de última generación, financiada con presupuestos multimillonarios, y sin embargo, marcada por la opacidad y la censura informativa.

¿Hacia dónde va Yemen?

Lo más alarmante es que no parece haber una salida política viable. La estrategia actual prioriza la contención militar sobre cualquier iniciativa diplomática real. Mientras tanto, Yemen se desangra. Más de 21 millones de personas —el 66% de la población— necesita asistencia humanitaria, y 4.5 millones han sido desplazadas de sus hogares, según datos de la ONU.

La intervención extranjera, lejos de resolver el conflicto, lo está prolongando, profundizando las divisiones internas y destruyendo lo poco que queda de infraestructura. En el fondo, la pregunta inevitable es: ¿vale la pena mantener una campaña de bombardeos cuya eficacia, tanto militar como política, es más que cuestionable?

“Una guerra olvidada, pero intensamente vivida por quienes no tienen escapatoria” — Médicos Sin Fronteras

Una guerra que nos concierne a todos

Es fácil ignorar Yemen. Es lejano. Es complejo. Pero es, también, un espejo incómodo de nuestras prioridades globales y de la manera en que las potencias abordan los derechos humanos cuando no son noticia.

El conflicto de Yemen no es un problema ajeno. Tiene múltiples implicaciones: desde la estabilidad del comercio por el Mar Rojo, hasta el uso y abuso de tecnología militar moderna sin responsabilidad política. Del otro lado, la población civil, atrapada en medio de una tormenta perfecta, sigue esperando algo que escasea tanto como los recursos: la paz.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press