El gran apagón de la Península Ibérica: un inesperado festival de humanidad
Lo que comenzó como caos por la falta de electricidad se convirtió en un bello recordatorio de conexión, comunidad y pausa en un mundo híperconectado
El lunes 28 de abril de 2025, la vida en España y Portugal se detuvo… literalmente. Un apagón masivo dejó sin electricidad a millones de personas en la Península Ibérica. Lo que podría parecer una catástrofe tecnológica terminó revelando algo mucho más profundo: el alma de las ciudades, la creatividad de sus habitantes y una efímera pero conmovedora reconexión con lo esencial.
¿Qué causó el apagón?
Hasta ahora, las autoridades eléctricas de ambos países no han emitido un informe detallado sobre las causas exactas del corte masivo. Sin embargo, expertos apuntan a un fallo en la red de interconexión que une a España con Portugal y Francia. A diferencia de otros incidentes eléctricos, este afectó a zonas urbanas y rurales por igual, deteniendo trenes, silenciando oficinas y colapsando el tráfico, pero también deteniendo, por unas horas, la maratón digital constante que vive la región.
Del caos a la calma: historias de las calles
En Barcelona, el barrio de Gracia se convirtió en un hervidero de vida orgánica. Las plazas se llenaron de lectores, parejas tomando el sol, niños jugando con tizas y hasta torneos improvisados de ajedrez. “Es como si el tiempo se hubiera detenido, ¡pero en el buen sentido!”, comentó Carlos Ruiz, un jubilado que por primera vez compartió banco con sus jóvenes vecinos.
En Madrid, la nostalgia reinó. Radios de transistores volvieron a sonar en las aceras, una escena evocadora de otras décadas. En muchas esquinas, vecinos mayores compartieron noticias con adultos y niños. En el barrio de Embajadores, una fundación sacó mesas a la calle e invitó a transeúntes a juegos de trivia. El juego de cartas UNO, casi extinto en tiempos de pantallas, volvió a cobrar protagonismo.
La alegría entre el desconcierto
En Sevilla, en plena calidez andaluza, el flamenco salió a las calles. Palmas, taconeo y guitarras improvisadas acompañaron una tarde donde el público no necesitó más luz que la del sol sevillano. Y mientras muchos intentaban preservar alimentos, otros decían: “¿para qué esperar?”, y regalaron helados, frutas y productos perecederos. Se formaron largas colas fuera de pequeños comercios, no por la escasez habitual de crisis, sino por la generosidad.
Lisboa no se quedó atrás. Turistas y locales se agruparon en miradores donde, sin luces eléctricas alrededor, el cielo nocturno ofreció un espectáculo estelar inédito. Hubo quienes cantaron, quienes tocaron instrumentos y quienes simplemente se abrazaron bajo las estrellas.
La estación de tren más musical del mundo
Uno de los momentos más virales ocurrió entre raíles. Grupos de pasajeros atrapados en trenes detenidos en plena nada decidieron hacer del aburrimiento una fiesta. Se grabaron interpretando bailes virales de TikTok, cantando hits en inglés, portugués y español, y compartiendo comida. Lo que empezó como impaciencia acabó en carcajadas compartidas. Jamás el ferrocarril fue tan humano.
No todo fue color de rosa
Por supuesto, hubo desesperación. Las clínicas, a pesar de contar con generadores, enfrentaron momentos tensos. Familias intentaron comunicarse sin éxito con seres queridos. Personas atrapadas en ascensores y semáforos colapsados pusieron a prueba a cuerpos de emergencia. Tampoco sobrevivió del todo la fantasía de una utopía sin tecnología.
“Esto es una emergencia. No podemos romantizarlo por completo”, advirtió Inés Álvarez, enfermera en el Hospital Clínico San Carlos. Aun así, muchos trabajadores esenciales reportaron una sorprendente colaboración ciudadana y menos caos del que esperaban.
Mindfulness del apagón
Más allá de lo anecdótico, varios psicólogos han empezado a estudiar lo que denominan “el efecto mindfulness colectivo”. Durante horas, la ausencia de pantallas, ruido digital, tareas automatizadas y estímulos constantes creó un estado de conciencia inesperado. Presencia, lentitud, silencio compartido y relaciones humanas se intensificaron.
“Es como si muchos redescubrieran su alrededor, sus sentidos y hasta a sus vecinos. Esa pausa puede ser más terapéutica de lo que imaginamos”, declaró la psicoterapeuta María Dolores Freitas en la radio portuguesa TSF.
Celebremos esto, pero aprendamos
Este evento, aunque no planeado, fue lo más parecido a una resistencia poética en una era dominada por la hiperconectividad. Nos hizo ver cómo dependemos emocional, laboral y socialmente de sistemas que pueden fallar en segundos. Pero también reveló un capital social inesperado: la capacidad de adaptación creativa y solidaria.
Cuando volvió la luz
Al caer la noche, en distintas partes de la península, una misma escena: postes de luz encendiéndose como velas digitales. En muchos barrios se escucharon vítores, como tras un gol. Gente aplaudiendo, otros grabando el momento, y el despertar de miles de smartphones con notificaciones por segundo.
La magia se desvaneció. Pero su recuerdo quedó grabado en quienes por unas horas vivieron su ciudad, su vecindario y su humanidad desde otra perspectiva. Una sin pantallas, sin correos, sin ruido de app... y con mucha alma.
¿Estamos preparados para un mundo sin botón de reinicio?
No podemos vivir sin electricidad, claro. Pero tal vez deberíamos preguntarnos cómo podemos vivir con ella sin perder lo que ganamos en ese breve apagón: atención, juego, ternura, contacto humano. Quizá propiciar “microapagones” voluntarios, sin necesidad de una falla masiva, sería una forma de reconectar con lo que importa y desconectar de la ansiedad digital.
Como decía una pancarta improvisada en un café madrileño iluminado con velas: «Apagados, pero más vivos que nunca».