Trump, los impuestos a los millonarios y una guerra civil en el Partido Republicano
Una mirada al debate que sacude a los conservadores: ¿defender a los millonarios o conquistar a la clase trabajadora?
En un giro que hace apenas unos años habría parecido impensable, el Partido Republicano —históricamente defensor férreo de los recortes fiscales— está fracturándose frente a una vieja pero candente pregunta: ¿deberían los millonarios pagar más impuestos?
El expresidente Donald Trump, ante el inminente rediseño del sistema tributario que plantea su “gran y hermosa” reforma fiscal, ha lanzado señales contradictorias sobre la posibilidad de aplicar un “impuesto a los millonarios”. Mientras tanto, sus propios aliados se dividen en dos campos ideológicamente irreconciliables.
¿Milagro fiscal o suicidio político?
Actualmente, el tipo impositivo más alto para personas físicas en Estados Unidos es del 37% para ingresos anuales superiores a $611,000 dólares para contribuyentes solteros y $767,000 para matrimonios. Sin embargo, esta tasa podría revertirse a su nivel anterior de 39.6% si el Congreso no actúa, ya que forma parte de las reducciones fiscales aprobadas en 2017 que están por expirar.
Y en ese marco se cuece una batalla sin precedentes: mientras el núcleo tradicional del partido —personificado por figuras como Newt Gingrich y Grover Norquist— se opone rotundamente a cualquier aumento fiscal, la facción populista encarnada por Steve Bannon empuja agresivamente por gravar a los contribuyentes más ricos del país.
Bannon no anda con rodeos. En una reciente intervención en el Semafor World Economy Summit, declaró:
“El sistema actual no es sostenible. Necesitamos recortes presupuestarios, sí, pero también subir los impuestos a los ricos. Tenemos que cambiar el paradigma.”
Según diversos analistas, aumentar la tasa impositiva al 40% para quienes ganan más de un millón de dólares anuales recaudaría unos $300 mil millones de dólares en una década. Una cifra nada desdeñable en un contexto en el que la deuda federal suma más de $36 billones de dólares.
Una grieta más ancha que nunca
La pregunta es: ¿por qué ahora esta discusión dentro del GOP (Grand Old Party)? Para entenderlo, hay que mirar al tejido cambiante de su base electoral.
Desde 2016, Trump logró algo inédito: energizar al electorado blanco de clase trabajadora, muchos de los cuales habían sido ignorados por las élites republicanas tradicionales interesadas solo en beneficios fiscales y regulación mínima. Esa base quiere ver que los multimillonarios aportan su parte justa, y no dudan en exigirlo desde la derecha.
Así lo resume Stephen Moore, exasesor económico de Trump:
“Puedes tener un partido del recorte de impuestos o un partido que represente a la clase trabajadora, pero no ambos. Es hora de escoger.”
Y la tensión no es solo ideológica. También es profundamente estratégica. El presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, ha dejado claro que “el partido está en contra de subir los impuestos”, pero sabe muy bien que hay un sector creciente que no está dispuesto a seguir firmando el cheque en blanco de los recortes fiscales indefinidos para los más ricos.
Trump: entre el instinto y el miedo electoral
Donald Trump, como es usual, se mueve con ambigüedad calculada. Ha dicho que le “encanta la idea” de cobrar más impuestos a los millonarios, pero teme el efecto político:
“Me encanta el concepto, pero no quiero que sea utilizado en mi contra,”
afirmó en una reciente entrevista con Time, agregando que no quiere repetir el error de George H.W. Bush, quien tras prometer “No más impuestos” fue derrotado luego de aprobar aumentos fiscales moderados.
Incluso envió una carta a Gingrich diciendo que “mientras amo la idea de un pequeño aumento, probablemente los demócratas lo usarían en nuestra contra, y terminaríamos como Bush: sin poder hacer nada.”
Sus declaraciones más recientes van aún más lejos. Frente a la prensa, Trump advirtió que un aumento fiscal “desataría un éxodo de capitales”, sugiriendo que los ricos simplemente abandonarían el país si se ven forzados a pagar más.
Dentro del Congreso: ¿quién paga la fiesta?
Mientras la pelea ideológica se intensifica, los legisladores republicanos trabajan en uno de los paquetes económicos más ambiciosos —y costosos— de la historia reciente: podría superar los $5 billones en una década.
Incluye:
- Extensión de las reducciones fiscales de 2017
- Nuevos beneficios fiscales para los trabajadores (como eliminar impuestos a propinas, ingresos por horas extras y seguridad social)
- Recortes en programas como Medicaid y asistencia alimentaria
Pero hallar los fondos para financiarlo ha sido un desafío. Incluso utilizando medidas contables agresivas —como considerar los recortes fiscales de 2017 como “política actual” y no como nuevo gasto— los números siguen sin cuadrar.
Según el Comité para un Presupuesto Federal Responsable, aún bajo esta contabilidad optimista, faltan por cubrir entre $1.5 y $2 billones de dólares.
¿Rebelión en Texas?
Todo este debate encuentra un eco simbólico en la posible candidatura al Senado del congresista texano Wesley Hunt, representante de un distrito que incluye desde barrios elitistas como River Oaks hasta zonas obreras del condado Harris.
Hunt representa la nueva cara “trumpista” del GOP: exmilitar, afroamericano, liberal en lo fiscal pero más pragmático en estrategias electorales. Cercano al expresidente, ha sido mencionado como una posible figura mediadora en la pugna republicana.
Su entrada en la contienda por el Senado coincidiría con el debilitamiento de figuras tradicionales como John Cornyn, criticado por haber tomado distancias de Trump tras el asalto al Capitolio y por apoyar restricciones mínimas a la venta de armas tras la masacre en Uvalde.
Si Hunt entra oficialmente a la carrera, Trump deberá decidir si respalda a Cornyn, al ultraconservador Ken Paxton, o al propio Hunt, arriesgándose a dividir su base en un estado clave.
La herencia de Norquist y el fantasma de Bush
Gran parte del dilema actual nace del poder que ha acumulado el “no new taxes pledge” promovido por Grover Norquist y su organización Americans for Tax Reform. Unos 180 congresistas republicanos han firmado la promesa de no subir impuestos bajo ningún concepto.
Esa promesa se ha convertido en dogma entre los conservadores más ortodoxos. Pero ahora choca con una realidad fiscal innegable, y con un nuevo electorado que exige justicia social, incluso desde la derecha.
Como advirtió Gingrich, coautor de la “Revolución Republicana” de la década de 1990:
“Subir impuestos destruiría la coalición que construimos durante 40 años. Es una locura.”
¿Populismo fiscal en la era MAGA?
La batalla va más allá de los impuestos. Es una colisión frontal entre dos almas del movimiento conservador: el libertarismo económico y el populismo nacionalista.
Y aunque Trump aún no ha decidido de qué lado se inclina definitivamente, su ambigüedad podría ser táctica: mantener unido a su ejército, sin alienar ni a los empresarios que financian su campaña ni a los obreros que llenan sus mítines.
En un país donde el 1% más rico acumula más del 30% de la riqueza total, y donde el déficit presupuestario supera el 6% del PIB, el debate sobre quién paga la fiesta ya está en las puertas del Capitolio.
Lo que aún no sabemos es si el partido que alguna vez prometió jamás subir los impuestos está dispuesto a romper con su pasado para evitar un colapso fiscal futuro.