Tensión sin tregua: Cachemira, el polvorín entre India y Pakistán amenaza con estallar

Una mirada crítica al repunte del conflicto indo-pakistaní tras el mortífero ataque en Cachemira y su posible desenlace en el escenario geopolítico

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Por décadas, Cachemira ha sido el epicentro de tensas disputas territoriales, ideológicas y diplomáticas entre India y Pakistán. Pero la reciente escalada —marcada por un ataque sangriento que dejó 26 muertos— amenaza con encender nuevamente la mecha de un conflicto de consecuencias impredecibles.

Un nuevo ataque y viejas heridas abiertas

El pasado martes, un grupo de hombres armados atacó cerca de la ciudad turística de Pahalgam en Cachemira controlada por India, asesinando a 26 personas. Este acto de violencia se convirtió en el atentado más mortífero contra civiles en la región desde al menos el año 2000.

India calificó inmediatamente el ataque como un “acto terrorista con vínculos transfronterizos”, insinuando —sin ambigüedades— la implicación de Pakistán. Esta acusación agudizó una relación ya fracturada entre ambos países con arsenal nuclear, y provocó un efecto dominó de represalias diplomáticas sin precedentes en los últimos tiempos.

El papel de la ONU: llamado a la prudencia

En un intento por frenar la escalada, la ONU instó tanto a Nueva Delhi como a Islamabad a la máxima contención. Según el portavoz del organismo internacional:

“Cualquier asunto entre Pakistán e India debe resolverse pacíficamente y mediante el compromiso mutuo”.

No obstante, las acciones de ambos gobiernos parecen indicar lo contrario.

Diplomacia en llamas: medidas de represalia bilateral

India respondió al ataque con una serie de medidas drásticas:

  • Suspensión del tratado de compartición de aguas del río Indo, firmado en 1960.
  • Cierre del único paso fronterizo terrestre entre ambos países.
  • Reducción de personal diplomático pakistaní en Nueva Delhi.
  • Revocación de todos los visados emitidos a ciudadanos paquistaníes.

Pakistán replicó con gestos igualmente duros:

  • Cancelación de visados para ciudadanos indios.
  • Cierre de su espacio aéreo a aerolíneas indias o controladas por India.
  • Suspensión total del comercio bilateral, incluso con terceros países.
  • Declaración de que cualquier intento indio de desviar el flujo de agua sería considerado un “acto de guerra”.

Cachemira: de paraíso montañoso a campo de batalla geopolítico

Cachemira no es solo un problema de fronteras: es una región cargada de símbolos, historias y agonías. Tanto India como Pakistán la reclaman en su totalidad, aunque ambos solo controlan partes del territorio. Desde 1989, Cachemira ha sido el teatro de una insurgencia armada que ha dejado decenas de miles de muertos, una mezcla de conflictos étnicos, religiosos y territoriales.

Para el gobierno indio, esta insurgencia es alentada —e incluso financiada— por Islamabad. Por su parte, Pakistán niega tajantemente cualquier implicación directa y argumenta que se trata de un movimiento de liberación autóctono entre kashmiríes musulmanes, quienes durante décadas han denunciado represión, militarización y pérdida de autonomía bajo el yugo de Nueva Delhi.

¿Una tercera guerra en el horizonte?

India y Pakistán ya se han enfrentado en tres guerras desde 1947, dos de ellas por Cachemira. En 1999, también estuvieron al borde de una guerra total durante el conflicto de Kargil. La diferencia hoy es aún más preocupante: ambas naciones tienen armas nucleares —India cuenta con aproximadamente 164 ojivas nucleares, y Pakistán con unas 170, según estimaciones del SIPRI (Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo).

Con esta carga de misiles y tensiones, muchos analistas alertan que cualquier error de cálculo o provocación adicional puede derivar en una confrontación regional de proporciones devastadoras.

Las voces internas: localismo reprimido y populismo desenfrenado

Ambos gobiernos han usado históricamente la “cuestión Cachemira” como catalizador del nacionalismo. El primer ministro indio, Narendra Modi, ha endurecido significativamente su discurso y acciones con respecto a Cachemira desde que asumió el poder, especialmente tras revocar su autonomía constitucional en 2019.

En Pakistán, los gobiernos civiles y militares han encontrado en Cachemira una causa bandera para consolidar poder, desviar la atención de problemas económicos y, en muchos casos, usarla para justificar la injerencia del ejército en la política.

¿Quién pagará el precio? El pueblo de Cachemira

Más allá de las declaraciones diplomáticas y ensayos militares, quienes sufren el impacto más crudo del conflicto son los millones de kashmiríes que viven atrapados en el fuego cruzado. Según Amitabh Mattoo, investigador y académico indio:

“La vida cotidiana de un joven kashmirí está plagada de checkpoints, vigilancia, miedo y un futuro suspendido.”

La región ha sido militarizada al extremo: se estima que India tiene desplegados más de 600,000 soldados en su parte de Cachemira, lo cual la convierte en una de las zonas más militarizadas del planeta.

La retórica peligrosa del “acto de guerra”

Una de las escaladas más preocupantes tras el reciente ataque ha sido la amenaza paquistaní de considerar cualquier modificación en el flujo del agua del Indo como un acto de guerra. Esto es especialmente delicado debido a la importancia estratégica del agua en la región. El tratado de 1960 sobre el uso del sistema fluvial Indo ha sido históricamente un ejemplo de cooperación pacífica entre dos enemigos implacables, incluso en tiempos de conflicto armado.

Romper este tratado sería un punto de no retorno, con posibles consecuencias ecológicas, humanitarias y militares incalculables.

Opciones de salida: ¿existen?

El conflicto indo-pakistaní parece, desde fuera, un nudo ciego. Pero existen precedentes de avances diplomáticos:

  • En 2003, ambos países acordaron un alto al fuego en la Línea de Control.
  • Entre 2004 y 2008 existió un proceso estructurado de diálogo (“Composite Dialogue”).
  • En 2011, Pakistán otorgó a India el estatus de “nación más favorecida” para el comercio.

Todos estos avances fueron eventualmente enfriados por picos de violencia, pero demuestran que es posible construir puentes cuando existe voluntad política y presión internacional.

Una paz necesaria, pero distante

Lo cierto es que el mundo no puede permitirse ahora otro conflicto de alto voltaje, menos aún en una región nuclearizada. Organismos internacionales, potencias aliadas, e incluso actores regionales como China y Rusia tienen un papel urgente que jugar como mediadores y estabilizadores.

Cachemira necesita algo más que restricciones militares o represión disfrazada de orden: necesita una solución política incluyente, que escuche a los kashmiríes como actores centrales de su destino.

Por ahora, el tiempo corre en contra de la paz. Los gobiernos se refugian en acciones simbólicas, pero al mismo tiempo peligrosas. Y el mundo asiste, una vez más, a cómo un conflicto lejano tiene el potencial de incendiar todo un continente.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press