Francisco, el Papa del pueblo, y su última morada: una tumba sencilla para una vida esencial
El histórico entierro de Francisco en la Basílica de Santa María la Mayor marca más que el final de un pontificado: es un mensaje sobre humildad, fe y legado.
Una elección poco convencional: la tumba de un Papa fuera de San Pedro
Pocas decisiones papales han sorprendido tanto como la de Francisco, quien solicitó ser enterrado en un lugar íntimo y con fuerte carga espiritual: la Basílica de Santa María la Mayor en Roma. Esta elección rompió con la tradición de sepultar a los pontífices en las grutas vaticanas, dentro de la Basilica de San Pedro, el centro neurálgico del catolicismo romano.
Esta basílica no es un lugar aleatorio. Francisco la eligió por su cercanía personal con el icono de la Salus Populi Romani, una representación mariana profundamente simbólica que ha acompañado su papado desde el primer día. El mismo Papa oraba ante esta imagen justo antes y después de cada viaje internacional.
Un Papa que quería pasar desapercibido incluso en la muerte
Según declaraciones del arzobispo Rolandas Makrickas, quien actualmente posee la administración de la basílica, el Papa rechazó inicialmente la propuesta, citando la tradición papal. “Después de una semana, me llamó a Santa Marta y me dijo: ‘Prepara mi tumba’”, contó Makrickas.
Francisco dejó claro que quería una sepultura sencilla: una lápida de mármol originario de Liguria, la región italiana natal de su madre, con su nombre grabado en latín: Franciscus. Encima, solo destaca una réplica agrandada de su pectoral, el cual lleva el grabado de un pastor con una oveja cargada al hombro y una paloma. Ningún otro adorno. Una tumba que refleja visiblemente los principios de un Papa que siempre abogó por la sobriedad, los pobres y los márgenes.
Siete Papas, pero ninguno desde 1669
La basílica alberga los restos de siete pontífices, pero ninguno desde Clemente IX, fallecido en 1669. La decisión de Francisco reaviva este vínculo entre Santa María la Mayor y el papado después de más de tres siglos. El Papa supo tejer una conexión emocional e histórica, no solo como líder religioso, sino como fiel devoto de la Virgen María.
La significación histórica de la basílica es asombrosa: construida en el siglo V, jamás ha sido destruida, quemada o severamente dañada, siendo considerada un verdadero tesoro de arte y espiritualidad.
Una vida entre símbolos: del sur global a la eternidad romana
Francisco será también recordado por marcar hitos como primer Papa latinoamericano, primer jesuita en ocupar el trono de San Pedro y por su inusual nombre papal, elegido en honor a San Francisco de Asís, símbolo del desapego material, la humildad y el cuidado de la creación.
“Elige siempre el camino de los últimos” fue una frase que lo guió durante su pontificado. Su elección de cementerio es un reflejo más de ese llamado. No quiso enterrarse cerca de las glorias y pompas vaticanas, sino al lado de una puerta antigua donde vivieron cuatro papas y cerca de una capilla dedicada a la Virgen del Pueblo Romano. Una elección más simbólica que cualquier discurso final.
María y los viajes: el corazón itinerante de un Papa misionero
Francisco rezaba en Santa María la Mayor antes de cada misión pastoral alrededor del mundo y al regresar. Su espiritualidad mariana ha sido una de las constantes menos publicitadas pero más firmes en su forma de vivir el Evangelio.
En sus doce años de pontificado, visitó más de 50 países, desde los más grandes y ricos hasta los más olvidados y perseguidos. Nunca dejó que su avanzada edad o achaques físicos mermaran su deseo de estar con el pueblo.
"No quiero que la gente venga a Santa María la Mayor a ver la tumba de un Papa. Quiero que vengan a venerar a la Madonna." — Papa Francisco
Basílica de Santa María la Mayor: una joya jesuita
Este templo tiene además una resonancia especial para Francisco como jesuita. Fue allí donde San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, celebró su primera misa en la Navidad de 1538. Francisco nunca dejó de considerar este lugar como una referencia de su vocación religiosa y su servicio.
Desde su elección en marzo de 2013, una de sus primeras acciones como Papa fue ir directamente a esta basílica y depositar flores blancas en el altar de la Virgen; toda una señal de sus prioridades.
¿Por qué esta tumba es también un gesto geopolítico?
Francisco ha sido un Pontífice marcado por su optación preferencial por los pobres. Su tumba refuerza un mensaje sencillo pero estruendoso: ni el poder, ni el prestigio, ni los siglos de tradición ubicaron su corazón en San Pedro. Lo ubicaron en el templo donde rezaban los peregrinos anónimos, los inmigrantes, los sintecho que frecuentaban la zona de Termini en Roma. Su sepultura está, literalmente, más cerca del pueblo.
Además, evita cualquier tipo de culto personalista propio de la cultura contemporánea. Ya lo había hecho renunciando a los zapatos rojos, a los apartamentos apostólicos y eligiendo vivir en una residencia comunitaria. Incluso el anillo papal que rechazó al asumir el papado, también fue manufacturado en estilo austero.
Un legado más allá de la tumba
Aunque ya se realizan balances de su papado, su última voluntad material ofrece una de las lecciones más duraderas. Para muchos teólogos y fieles, la tumba de Francisco será vista como una extensión de su magisterio.
No se trata simplemente de un lugar de reposo, sino de una catequesis en piedra: vivir con lo suficiente, honrar la fe con acciones y elegir el camino difícil cuando es el correcto. La sencillez de la muerte como testimonio vital.
Mientras algunos papas han sido canonizados precisamente por los milagros obrados después de su muerte, Francisco parece haber elegido que su milagro sea haber transformado la forma misma de concebir el papado en el siglo XXI.
Santa María la Mayor: más visitada que nunca
Es probable que, irónicamente, su decisión convierta la basílica en un lugar de peregrinación aún más popular de lo que ya era. La gente acudirá, sin duda, al icono mariano... pero también a ver y recordar al Papa que caminó con ellos, no por encima de ellos.
La tumba de Francisco, tallada discretamente en mármol, será durante siglos un recordatorio de que en la Iglesia, como en la vida, menos puede ser más.