El legado de Francisco y el hambre de Gaza: Dos tragedias humanas que definen nuestro tiempo
Mientras el mundo rinde homenaje a un Papa que predicó la compasión, Gaza enfrenta una de las peores crisis humanitarias del siglo XXI
Por qué lloramos a Francisco y no vemos morir de hambre a Gaza
Dos imágenes muy diferentes están dando vueltas en el mundo estos días. La primera, muestra millones de personas reunidas frente al Vaticano para despedir al Papa Francisco, fallecido a los 88 años. Pinturas, murales, velas, cartas y rezos se multiplican por todo el planeta. Desde Buenos Aires hasta Manila, el mundo católico está de luto. La segunda imagen, mucho más sombría, nos llega desde Gaza, donde la escasez de alimentos y medicinas ha alcanzado niveles catastróficos tras casi dos meses de bloqueo total impuesto por Israel. Niños demacrados, cocinas de caridad cerrando y una población entera sostenida apenas por un puñado de productos enlatados.
Este artículo busca realizar un análisis profundamente humano: ¿Qué dice de nosotros como sociedad global que celebremos con fervor la vida de un hombre que predicó el amor al prójimo, pero que a la vez volvamos la vista frente a una crisis humanitaria de escala masiva?
Francisco: el Papa humano
Desde su elección en 2013, Jorge Mario Bergoglio, mejor conocido como el Papa Francisco, rompió el molde tradicional del Vaticano. El primer Papa latinoamericano, jesuita y con un amor declarado por el equipo de fútbol San Lorenzo, Francisco representó un giro radical hacia un mensaje cristiano más incluyente, centrado en la misericordia, la justicia social y la humildad.
En 2020 dijo: “La indiferencia es el mayor pecado del siglo XXI”. Lo repitió en más de una ocasión, fiel a su misión de poner a los marginados y olvidados en el centro de su agenda pastoral. Su legado no es dogmático, sino profundamente humano.
Por eso, no sorprende que su imagen esté en todas partes tras su muerte: desde un mural junto a Lionel Messi en Buenos Aires, hasta fans personalizados en la bulliciosa Yakarta, su figura se volvió universal. En Filipinas, mensajes escritos a mano en pizarras improvisadas daban gracias por su amor, esperanza y compasión.
La tragedia invisible en Gaza
Al mismo tiempo, una tragedia sin precedentes acontece en Gaza, donde el Programa Mundial de Alimentos (PMA) anunció que sus inventarios se agotaron completamente. Según la ONU, el 80% de los más de 2 millones de habitantes de Gaza depende actualmente de las cocinas de caridad para comer. Muchas de ellas han cerrado, y las que siguen funcionando apenas pueden preparar comidas a base de arroz o pasta.
“Con los ingredientes agotados, el menú disponible se ha convertido en una sopa de vegetales enlatados. No hay proteínas, ni verduras frescas, ni pan”, informó el PMA. World Central Kitchen, la organización fundada por el chef español José Andrés, señaló que su única panadería activa en Gaza produce 87,000 panes de pita al día, pero es insuficiente.
Las cifras preocupan: en marzo, más de 3,700 niños fueron diagnosticados con desnutrición aguda, un aumento del 80% respecto al mes anterior. Aun así, las ONGs solo pudieron asistir a 22,000 niños con suplementos nutricionales, un 70% menos que en febrero.
Un bloqueo con consecuencias catastróficas
Desde que Israel impuso el bloqueo total el 2 de marzo, cortando ingreso de alimentos, combustible, medicinas y otros suministros, la situación se ha deteriorado drásticamente. El Estado israelí argumenta que la medida es necesaria para presionar a Hamas a liberar a los rehenes que aún mantiene desde el ataque del 7 de octubre de 2023, donde murieron alrededor de 1,200 personas, según cifras del gobierno israelí.
Sin embargo, organizaciones internacionales como Human Rights Watch y Amnistía Internacional han calificado el bloqueo como una estrategia de hambruna, e incluso como un posible crimen de guerra por sus efectos desproporcionados en civiles. Desde el 7 de octubre, más de 51,000 palestinos han perdido la vida, la mayoría mujeres y niños, según el Ministerio de Salud de Gaza.
Francisco sobre Gaza: silencio o impotencia
Una de las críticas menos abordadas, pero sumamente pertinentes en este contexto, es la aparente impotencia (o incluso silencio institucional) del Vaticano frente a la catástrofe en Gaza. Aunque Francisco pidió reiteradamente un alto al fuego, ¿hizo lo suficiente?
En 2021, condenó los bombardeos en la Franja con estas palabras: “La violencia solo genera más violencia. Deténgase, por favor”. Pero con cada escalada, su voz parecía menos escuchada, menos política, más testimonial. En vida, su mensaje fue claro, pero la maquinaria de poder que lo rodea en Roma parece no haber seguido esa línea con fuerza suficiente.
El espejo de nuestras prioridades
¿Qué nos dice esta comparación temporal pero simbólicamente poderosa? Por un lado, celebramos a un hombre que luchó por los pobres y olvidados, y por otro ignoramos, como comunidad internacional, una de las expresiones más brutales de sufrimiento humano contemporáneo.
Mientras lloramos la muerte de un profeta de la compasión, dejamos morir de hambre a quienes él habría querido proteger con más fervor.
El impacto geopolítico del hambre
La hambruna de Gaza no es una consecuencia accidental de una guerra cualquiera. Es una táctica deliberada, diseñada para quebrar la resistencia de la población civil. Las organizaciones de ayuda han denunciado repetidamente la falta de acceso, a pesar de las promesas de “corredores humanitarios”.
El PMA tiene actualmente 116,000 toneladas de alimentos listas para ser entregadas en Gaza, suficientes para alimentar a un millón de personas durante cuatro meses. Pero las fronteras siguen cerradas.
Israel argumenta que Hamas desvía ayuda, pero múltiples testimonios y observadores internacionales afirman que los controles de distribución por la ONU son estrictos y no permiten desvíos significativos. En cambio, los supermercados están vacíos, las panaderías cerradas y los alimentos básicos han desaparecido completamente del mercado. Solo quedan latas de conservas y precios multiplicados por diez.
¿Un funeral que incomoda?
Imaginemos por un momento que el funeral de Francisco se convirtiera en una plataforma para exigir justicia global, como el propio Papa habría querido. Imaginemos si, en lugar de una conmemoración solemne y litúrgica, se hiciera una vigilia en nombre de los niños hambrientos de Gaza.
¿Y si sus últimas palabras fueran escuchadas con coherencia moral? En 2019 dijo: “El hambre no es una falta de comida, es el resultado de una injusticia”.
¿Cuántas veces debe repetirse esa injusticia para que deje de ser tratada como una lamentable consecuencia colateral en lugar de una agresión intencional?
Más allá del luto, ¿qué sigue?
El mundo llora al Papa, pero también debería mirar al sur de la Franja de Gaza, donde los niños prenden fuego a palets de madera para cocinar arroz sin sal. No basta con colgar un rosario. Francisco no lo habría querido. Él habría rezado, sí, pero luego habría actuado. Como hizo tantas veces apoyando refugiados, lavando los pies de presos y enfrentándose a líderes mundiales con firmeza moral.
Por eso este momento es tan poderoso. Porque su muerte podría servir no para mirar atrás con nostalgia, sino adelante con acción. Francisco no fue solo un Papa; fue un hombre que nos pidió poner la dignidad humana por encima de cualquier ideología, religión o frontera. Y Gaza hoy es la antítesis más grotesca de ese mensaje.
Quizás, entonces, el mejor homenaje que podemos hacerle no está en los murales ni en las misas, sino en exigir que ni un niño más muera de hambre porque los adultos decidieron hacer de la alimentación un arma.