¿Estamos seguros viajando en el metro? Un repaso crítico al crimen en el sistema de transporte de Nueva York

Un análisis de los recientes actos violentos en el metro de Nueva York y su impacto en la percepción pública de la seguridad, a pesar de estadísticas alentadoras

Una muerte absurda en plena hora pico

El pasado viernes por la mañana, el corazón de la ciudad de Nueva York fue sacudido por un acto de violencia tan repentino como absurdo. Un hombre de 38 años falleció tras ser apuñalado en el sistema de metro, específicamente en la estación Brooklyn Bridge-City Hall. El motivo: una discusión originada porque otro pasajero, aparentemente de entre 20 y 30 años vestido completamente de negro, le pisó los zapatos.

Según la policía, tras la discusión, la confrontación escaló rápidamente y culminó en un ataque con arma blanca dentro del vagón e incluso en la estación, una vez que ambos descendieron del tren. El agresor huyó del lugar y hasta el momento continúa siendo buscado.

Este asesinato mancha un balance que, hasta hace pocos días, era presumido por las autoridades como histórico: cero homicidios en el metro en los primeros tres meses del año, algo que no ocurría desde hace siete años, según la Comisionada de Policía Jessica Tisch.

Las estadísticas vs. la percepción

Las cifras oficiales pintan un panorama optimista. De enero a marzo de 2024, los delitos en el metro se redujeron al segundo nivel más bajo en los últimos 27 años, lo que se traduce en un número muy bajo de crímenes por cada millón de pasajeros que transporta el sistema diariamente (más de 4 millones en días hábiles).

No obstante, ¿qué valor tiene la estadística cuando las historias individuales son tremendamente violentas y mediáticas? Basta recordar otros casos recientes —una mujer incendiada, personas arrojadas a las vías del tren— para entender por qué muchos ciudadanos viajan con temor, sin importar las cifras frías ofrecidas por el NYPD.

Como bien dijo el alcalde Eric Adams recientemente: “Una sola muerte en el metro es una tragedia que no podemos ignorar. La seguridad percibida debe alinearse con la seguridad real.”

Crímenes de alto perfil y presión política

El asesinato de este viernes pone nuevamente en la mira la seguridad del metro y ha reavivado viejos debates. Hay presión desde Washington, especialmente por parte de alineaciones políticas que vinculan el control del crimen con financiamiento federal. Ya en marzo, la administración Trump amenazó con cortar fondos a la ciudad si no mostraba avances concretos en la reducción de delitos en el sistema de transporte.

Los funcionarios neoyorquinos respondieron afirmando que existen planes estructurados para combatir el crimen, y que los resultados se notaban a nivel estadístico. Sin embargo, la presión política parece ligada precisamente a estos casos altamente mediáticos, los cuales, aunque aislados, agitan con fuerza la percepción pública.

Una ciudad que no olvida

Los neoyorquinos no olvidarán fácilmente otros episodios oscuros ocurridos en el metro: desde las décadas de violencia en los años 80, cuando el sistema era sinónimo de peligros constantes, hasta el caso emblemático de Daniel Penny y Jordan Neely, un incidente de justicia por mano propia que estremeció la consciencia colectiva recientemente. Incluso cuando los delitos son menos frecuentes, los fantasmas del pasado pesan en la memoria urbana.

“La narrativa que se construye en torno a los pocos eventos violentos es muchas veces más influyente que la realidad cuantitativa”, sostiene la urbanista Harriet Alonso, profesora de política pública en NYU. “Si una persona ve una agresión en video viral cada cierto tiempo, su percepción del riesgo aumenta sin importar qué tan seguro dicen que es actualmente.”

¿Falta educación ciudadana?

Más allá del crimen, hay que hablar de civismo. El hecho de que un hombre termine asesinado porque alguien le pisó los zapatos suena a una falta total de control emocional, pero también a una ausencia de educación para la convivencia en espacios públicos.

Especialistas en comportamiento sugieren que el estrés permanente, combinado con un entorno urbano agresivo, puede agravar las reacciones violentas ante estímulos mínimos. “La vida en las grandes ciudades puede volver a la gente reactiva —explica el psicólogo Alan Spector— pero eso no puede justificar actos de violencia irreversibles.”

¿Qué se está haciendo ahora?

Frente a este panorama, la oficina del alcalde Adams ha implementado medidas como:

  • Mayor presencia policial visible en estaciones y vagones.
  • Despliegue de equipos psicosociales para abordar problemas de salud mental en el metro.
  • Uso experimental de cámaras de seguridad con reconocimiento facial en ciertas líneas.
  • Campañas de concientización sobre comportamiento cívico y respeto entre pasajeros.

No todo el mundo recibe estas iniciativas con buenos ojos. Grupos defensores de derechos civiles han criticado el uso de tecnologías de vigilancia automatizada, mientras que empleados del sistema y usuarios sugieren que la mejor inversión sería en limpieza, infraestructura y ampliación de horarios.

Lo simbólico del transporte público

El metro de Nueva York es más que un medio de transporte; es el verdadero nexo de una ciudad céntrica, diversa, caótica y profundamente humana. Cuando se produce un acto violento en este espacio compartido, es como si la ciudad se apuñalara a sí misma en el corazón.

Como indica un análisis del Urban Policy Institute, la violencia en el sistema de metro tiene efectos desproporcionados en poblaciones vulnerables: trabajadores esenciales, personas mayores, inmigrantes y estudiantes. El miedo al desplazamiento seguro puede reducir el acceso a oportunidades educativas, laborales y de salud.

¿Hacia dónde vamos?

La verdadera pregunta es: ¿estamos dispuestos a aceptar una “nueva normalidad” en la que la violencia ocasional en el metro sea una estadística inevitable, o trazaremos una línea y diremos “basta de tragedias por agresiones mínimas”?

A medida que el sistema de metro recupera su flujo habitual post-pandemia, las autoridades deberán balancear las expectativas públicas de seguridad con realidades estructurales, limitaciones presupuestarias y tensiones sociales cada vez más agudas.

Tal vez la solución no pase solo por sumar policías o cámaras, sino por rediseñar el pacto social en espacios públicos. Uno donde las diferencias, el estrés o los tropiezos accidentales no se transformen en tragedias, sino en oportunidades para reforzar nuestra humanidad compartida.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press