La Casa Blanca según Trump: estética dorada, banderas altas e historia personalizada
El expresidente transforma la sede presidencial con rediseños que reflejan su estilo único y generan debate sobre tradición, poder e identidad nacional
Por segunda vez en su paso por la presidencia, Donald Trump ha decidido dejar su marca sobre la Casa Blanca, no solo como sede del poder ejecutivo, sino como lienzo de expresión personal. De nuevas banderas que ondean en los jardines, hasta murales que lo inmortalizan en momentos épicos de su mandato, el expresidente continúa demostrando que para él la política y el branding son inseparables.
La obsesión por el ornamento: una Casa Blanca a imagen y semejanza del Trump Tower
Con fama de magnate inmobiliario y hotelero, Trump ha retomado la estética que lo caracterizó desde los años 80. En esta nueva etapa, ha transformado el Salón Oval, corazón simbólico del poder presidencial, con abundantes toques dorados: desde los marcos de las puertas hasta los detalles en la chimenea, sin olvidar las cortinas oscuras que envuelven una copia de la Declaración de Independencia.
“Uno realmente podría describirlo como resplandeciente”, afirmó Paul Atkins, presidente de la SEC, durante su juramento ceremonial. Y añadió que esta “reestructuración” representa el liderazgo optimista del expresidente.
Este tipo de decoraciones no son inusuales. Todos los mandatarios han ajustado el despacho a su gusto. Por ejemplo, Barack Obama optó por una sobriedad moderna, mientras que George W. Bush prefirió tonos cálidos texanos. Pero la estética dorada de Trump lleva la personalización a un nivel sin precedentes, algunos dirían, casi palaciego.
El arte presidencial: imágenes de un líder
Si algo ha caracterizado a Trump es su empeño en moldear su relato visual. Esta vez ha reemplazado la imagen oficial de Obama por un retrato donado por Andrew Pollock —padre de una víctima en la masacre de Parkland— donde aparece con el puño en alto, supuestamente capturado poco después del atentado fallido del año pasado.
Otra imagen lo muestra sobre fondo negro, con una bandera estadounidense superpuesta al rostro. Esta última se encuentra justo entre los retratos oficiales de las ex primeras damas Laura Bush y Hillary Clinton. La Casa Blanca ha confirmado la autenticidad de estas obras.
Este tipo de culto visual ha sido poco común entre mandatarios modernos. Los retratos presidenciales tienden a tener un tono más sobrio, reservando los gestos heroicos para otros entornos. Trump, sin embargo, parece entender el arte como extensión de su “marca personal”.
Bandera, identidad y legado: la conquista estética del espacio público
En un movimiento menos mediático pero altamente simbólico, Trump decidió instalar dos nuevos mástiles en los jardines de la Casa Blanca, alegando que “han necesitado mástiles por 200 años”. Asegura que él mismo cubrirá los gastos.
La presencia continua de la bandera estadounidense y la bandera POW/MIA en el techo del edificio es norma. Pero Trump ha decidido que no es suficiente y cree que estas nuevas adiciones dotarán al lugar de una mayor solemnidad patriótica.
Fue durante una caminata que realizó con el jefe de jardinería de la Casa Blanca, Dale Haney, que localizó el sitio de instalación. “Son banderas hermosas”, dijo a los periodistas. Esta teatralización del nacionalismo es una constante en su desempeño público, donde los gestos simbólicos tienden a tener tanto peso como las políticas.
Una nueva visión del Jardín de Rosas... con piedra
Si bien el Jardín de Rosas diseñado durante la presidencia de John F. Kennedy es uno de los espacios más emblemáticos de toda la Casa Blanca, Trump ha declarado su intención de pavimentar el césped. “El pasto está siempre empapado y las mujeres no pueden caminar con tacones”, explicó a la presentadora Laura Ingraham durante una entrevista.
La solución, según él, es cubrir la zona con “una piedra hermosa” que respetará la presencia de rosas, pero eliminará los problemas logísticos del césped. Este sería su segundo rediseño del espacio: en 2020, Melania Trump restauró el jardín añadiendo un sendero de piedra caliza de 3 pies de ancho y mejorando el drenaje, infraestructuras e inclusión para personas con discapacidad.
Para algunos, esta propuesta representa la pérdida del carácter natural e histórico del jardín. Para otros, ejemplifica una lógica pragmática aplicada con el enfoque de un contratista.
Tradición vs. marca personal: ¿dónde trazamos la línea?
Cada presidente ha encontrado formas de personalizar su paso por la Casa Blanca. Desde los cambios de alfombra de Clinton, hasta los jardines frescos de Michelle Obama, hay un margen aceptado para la expresión individual. No obstante, Trump parece utilizar el espacio como tablero de propaganda personal.
La instalación de retratos de sí mismo, la modificación de un jardín icónico fundado en 1961 y la adición de elementos arquitectónicos sin precedentes son vistos por muchos críticos como una ruptura con la naturaleza institucional de la presidencia.
El periodista John Dickerson, en uno de sus análisis para CBC News, explicó que “la Casa Blanca es menos la casa de un presidente que la casa del pueblo hecha para albergar presidentes”. En ese sentido, los cambios drásticos de Trump reabren un debate sobre cuál es el espíritu real del poder ejecutivo: ¿institucional, personal, o ambas cosas?
Precedentes históricos en rediseños presidenciales
Trump no es el primero en dejar huella. Theodore Roosevelt trasladó las oficinas ejecutivas al ala oeste en 1902. Harry Truman reconstruyó la residencia casi por completo entre 1948 y 1952. Jacqueline Kennedy restauró arte y muebles históricos.
Sin embargo, pocos lo han hecho con esa intención de rediseñar una narrativa heroica personal. La lógica de Trump recuerda más a la de ciertos líderes internacionales que convierten palacios oficiales en vitrinas de culto a la personalidad. Para bien o mal, su gestión estética también es política.
¿Un legado económico, patriótico o narcisista?
La pregunta final sigue en el aire: ¿estamos siendo testigos de un rediseño patriótico o de un ejercicio de egolatría monumental? Trump ha justificado todos los cambios diciendo que reflejan su visión de una América fuerte, hermosa y sin complejos.
A la vez, sus críticos —y no pocos historiadores— consideran que convertir la sede del gobierno en una cápsula de imagen personal desdibuja los límites entre función y figura. Y ese debate parece apenas estar comenzando.
Para los votantes, el simbolismo importa. Y no hay lugar más simbólico en Estados Unidos que la Casa Blanca. ¿Será el nuevo mármol del Jardín de Rosas tan recordado como los discursos allí pronunciados? ¿O las banderas recién instaladas competirán con los actos históricos detrás de cada ventana del Salón Oval? Al menos por ahora, Trump ha ganado más titulares que cualquier otro rediseñador de la residencia presidencial.