“La leyenda de Ochi”: fantasía, rebeldía y una oda visual a los cuentos de la infancia
El debut cinematográfico del director Isaiah Saxon combina relatos clásicos, estética indie y espíritu punk para formar un universo inolvidable.
“La leyenda de Ochi” no es una película más dentro del catálogo de fantasía juvenil. Tampoco es un intento fugaz de extrapolar alguna saga literaria a la pantalla. Es, por el contrario, una experiencia sensorial, estilística y narrativa que nos lleva a una Carpatia ficticia, poseedora del tipo de magia que solo las fábulas oscuras e inteligentes pueden ofrecer.
Una mirada nostálgica desde la posmodernidad
Isaiah Saxon, director y videoartista conocido por colaborar visualmente con Björk (dirigió el videoclip "Wanderlust") y miembro del colectivo Tool (no la banda, sino el laboratorio artístico digital), entrega una ópera prima que revitaliza ese sentimiento que muchos vivimos al descubrir joyas olvidadas en la televisión abierta o en un VHS de videoclub. ¿Recuerdan ese extraño doblaje noruego de “Los náufragos” en Disney Channel? Saxon sí.
El cine de fantasía, pese a sus grandes presupuestos en Hollywood, rara vez apuesta por lo que “Ochi” logra: una historia íntima, artesanal y profundamente atmosférica. En un presupuesto austero de 10 millones de dólares —muy por debajo de los monstruos de franquicia—, la película destaca por lograr una estética visual fresca, con matte paintings, marionetas y efectos prácticos como los que usaría un joven Guillermo del Toro o Hayao Miyazaki.
Los protagonistas: humanidad y criatura en espejo
Helena Zengel (News of the World) interpreta a Yuri, una adolescente silvestre que vive bajo la sombra de su padre Maxim (un Willem Dafoe tan imponente como siempre), en una isla dominada por rituales de caza de bestias salvajes llamadas “Ochi”. Maxim lidera un pequeño ejército de jóvenes adoctrinados en la violencia macho mientras Yuri, sin encajar, simplemente observa, escucha death metal y lleva un abrigo amarillo que parece más una barricada emocional que ropa práctica.
La historia da un giro cuando Yuri encuentra a un bebé Ochi herido y decide devolverlo a su tribu, descubriendo en el camino la humanidad que los adultos le han negado a esas criaturas y a ella misma. Es entonces cuando el conflicto se vuelve verdaderamente personal, transformándose en una fábula moderna sobre la alienación, la empatía y el duelo.
Estética indie, alma millennial
Saxon es, sin duda, un narrador visual formado por los videoclips hipnóticos de principios de los 2000. Su sensibilidad apunta más a Michel Gondry que a Peter Jackson: el mundo de “Ochi” es táctil, denso, casero. La cámara de Evan Prosofsky colorea este universo con ricos ocres, verdes musgo y fríos azulados, que entregan a Carpatia una textura orgánica y épica al mismo tiempo.
La música de David Longstreth (líder de Dirty Projectors) aporta profundidad emocional al viaje con una partitura extravagante que se siente brumosa y mística, casi como si vinieran de un disco de Brian Eno colaborando con Phillip Glass. Una mezcla arriesgada, sí, pero efectiva.
De los cuentos oscuros a los traumas familiares
Yuri es una outsider. Y eso convierte a “La leyenda de Ochi” en algo más que una simple historia de aventuras. La narrativa aborda el trauma infantil y las estructuras familiares autoritarias desde un lente femenino sutil pero poderoso. El padre, en su obsesión con la guerra y la caza, construye una comunidad basada en la fuerza. La madre, interpretada por Emily Watson, aparece como una figura perdida, casi mitológica, que Yuri rescata y confronta.
En una escena particularmente cómica e impactante, ambas figuras parentales se enfrentan, terminando un duelo entre la razón (o la empatía) y la violencia patriarcal. Este tipo de lecturas simbólicas son las que dan alma a la película; porque si bien su narrativa puede parecer lineal, su carga metafórica es gigante.
Influencia directa: de Miyazaki a Gondry
No se puede ignorar el parentesco espiritual que “Ochi” tiene con obras de Hayao Miyazaki como “Nausicaä del Valle del Viento” o “La princesa Mononoke”, donde las líneas entre el bien y el mal están difusas y la conexión con la naturaleza es visceral. También hay pequeños homenajes a otras cintas icónicas de los 80s y 90s, como “La historia sin fin” o “El cristal encantado”, pero siempre reinterpretadas desde una óptica más punk y millennial.
Ese enfoque —una especie de inocencia iracunda— convierte a Yuri en una antiheroína que sobrevivirá no con fuerza bruta, sino con compasión, instinto y pensamiento crítico.
Aciertos y fisuras
¿Es “Ochi” una obra perfecta? No lo es. Algunas de sus resoluciones emocionales no aterrizan con la potencia que deberían. El ritmo en el segundo acto se tambalea, y hay cierto contraste entre la fantasía onírica y el humor que no siempre funciona.
Sin embargo, es innegable que estamos ante una obra única. La película no busca encajar del todo; quiere provocar, incomodar, emocionar, como lo haría un cuento contado desde el margen, desde la periferia emocional del mundo real.
Una rareza que emociona
“La leyenda de Ochi” es un pequeño milagro de la industria. Una de esas escasas producciones infantiles y juveniles que respetan la inteligencia del espectador joven sin traicionar la imaginación adulta. Como bien decía Tarriona “Tank” Ball sobre el Festival de Jazz de Nueva Orleans: “Cuando estás en casa, todo se vuelve mágico, porque sabes que tu tía o tus primos están entre el público. Le das ese extra”. Esta cinta ofrece ese “extra”. Lo da todo. Se arriesga. Y en tiempos donde el cine tiende al algoritmo y al cálculo seguro, eso ya es una victoria.
“La leyenda de Ochi”, distribuida por A24, se estrena en cines con clasificación PG por “violencia, lenguaje, imagen sangrienta y elementos temáticos”. Dura 96 minutos y se merece no solo aplausos, sino una generación de fieles que la atesore.
★★★★☆ (3.5/4)