Zurab Tsereteli: El escultor gigante que dividió a Rusia y al mundo
Del arte imperial soviético al modernismo monumental, el legado colosal de un creador tan admirado como polémico
Zurab Tsereteli, escultor georgiano-ruso conocido por sus monumentos masivos, murió a los 92 años de edad tras sufrir un paro cardíaco, según informaron medios oficiales rusos. Más allá de esta simple frase de obituario, la figura de Tsereteli se eleva —literal y figuradamente— como una de las más imponentes del arte monumental post-soviético.
Un artista formado en los cánones del poder
Nacido el 4 de enero de 1934 en Tiflis (hoy Tbilisi), capital de Georgia cuando aún formaba parte de la URSS, Tsereteli creció inspirado por un mundo donde el arte era no sólo expresión, sino también poder ideológico. Su formación pasó por una “escuela que sintetizaba arquitectura y arte monumental”, como él mismo describiría en entrevistas.
Durante los años 70, alcanzó un rol privilegiado como director artístico del Ministerio de Relaciones Exteriores soviético, lo que no solo le permitió viajar ampliamente decorando embajadas, sino también establecer conexiones con la élite del poder comunista. Uno de sus encargos más notorios fue trabajar en la casa de verano de Mijaíl Gorbachov en Abjasia.
De Tiflis al mundo: gigantes de bronce y polémica
Tsereteli comenzó a internacionalizar su obra antes incluso del colapso soviético. En 1989, inauguró un monumento en Londres. Un año más tarde, el mundo contempló su escultura frente a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York. Desde ahí en adelante, su estilo fue creciendo en escala y en controversia.
El artista tenía una obsesión con figuras titánicas que transformaban el espacio público de forma irreversible. Su enfoque aspiraba a lo simbólico total: la historia hecha piedra y bronce.
El zar del urbanismo moscovita
Con la disolución de la Unión Soviética en 1991, Tsereteli se trasladó a Moscú, una movida estratégica que le permitió aprovechar sus vínculos con el entonces alcalde Yuri Luzhkov. Gracias a esta alianza, “Zurab el Magnífico”, como algunos lo llamaban, aseguró una cadena de encargos altamente lucrativos.
Entre los proyectos más notables destacan:
- El diseño de plazas centrales y dos estaciones de metro en Moscú
- La creación de más de una docena de monumentos colosales en la ciudad
- Intervención activamente en la renovación urbana del Moscú post-soviético
Sin embargo, no todos estaban encantados con la estética de Tsereteli. Muchos críticos sostenían que sus estructuras eran desproporcionadas, “invasivas” y visualmente incongruentes con la arquitectura circundante. La palabra que más se repite en la crítica es “kitsch”.
El monumento de la discordia: Pedro el Grande y el imperio visual
En 1997, Tsereteli erigiría quizás su obra más polémica: un monumento a Pedro el Grande de 98 metros de altura colocado a apenas una cuadra del Kremlin. La escultura mostraba al zar encaramado en un barco minúsculo, algo que provocó protestas, memes y una avalancha de burla entre los moscovitas.
El diario Novaya Gazeta lo calificó como “una aberración de estética imperial revestida de megalomanía”. Algunas encuestas indicaban que más de un 60% de los ciudadanos quería desmontar la estatua.
Colón a la deriva: El sueño americano frustrado
Tsereteli intentó replicar su fórmula titánica con un monumento a Cristóbal Colón de dimensiones similares en Estados Unidos. Se especuló con que Donald Trump, empresario inmobiliario en los años noventa, apoyaba la idea, pero tanto Columbus, Ohio, como Miami rechazaron la propuesta por considerarla visualmente discordante.
Finalmente, la gigantesca estatua terminó siendo aceptada por Puerto Rico, donde se ubica hoy en Arecibo, rebautizada irónicamente por algunos como “La estatua sin patria”.
Ascenso y ocaso dentro de Rusia
En 2003, el presidente Vladimir Putin concedió a Tsereteli la ciudadanía rusa con honores, alabando su “contribución a la cultura nacional”. Pero en 2010, con la caída en desgracia de Luzhkov, su mayor mecenas, el escultor fue poco a poco perdiendo protagonismo estatal. La nueva administración moscovita optó por arquitectos y artistas occidentales para sus proyectos de modernización urbana.
Pese a ello, Tsereteli se mantuvo como presidente de la Academia de Artes de Rusia y director del Museo de Arte Moderno de Moscú (fundado por él en 1999), lo que le permitió seguir influyendo de forma indirecta en el panorama artístico.
Un legado masivo: 5.000 obras y una estética sin concesiones
El catálogo de Tsereteli abarca más de 5,000 obras, muchas de ellas en Rusia y Georgia, pero también en países como Francia, Israel, Estados Unidos y España. Su trabajo incluye mosaicos, frescos, esculturas, instalaciones interiores y, por supuesto, monumentos urbanos.
Sus defensores argumentan que fue un “visionario del espacio público”, un artista que supo reflejar la monumentalidad del poder y la identidad nacional en tiempos de transición histórica. Sus detractores ven en él un símbolo del autoritarismo estético y del urbanismo autorreferencial.
“Tsereteli no es sólo un escultor; es un geopolítico visual”, decía el teórico de arte y crítico Igor Zamyatin.
¿Qué hacemos con los gigantes caídos?
La muerte de Tsereteli abre un debate inevitable en el mundo del arte y la política cultural: ¿Qué tipo de arte merece ocupar el espacio público? ¿Debe prevalecer lo monumental sobre lo humano?
En un momento donde muchas ciudades en el mundo replantean su relación con estatuas, héroes del pasado y símbolos de poder, el caso Tsereteli se vuelve paradigmático.
¿Cuántos de sus monumentos sobrevivirán el paso del tiempo y el filtro de la historia contemporánea? ¿Cuántos serán derribados por no representar los valores actuales? La muerte del cuerpo es apenas el preludio de la muerte o la eternidad de la obra.
Un artista entre el imperio y la autoría
Zurab Tsereteli nunca pidió permiso. Creó a gran escala, provocó tanto fascinación como ira, y dejó una marca imborrable en el imaginario postsoviético. Tal vez esa era su intención desde el día uno: ser imposible de ignorar.