Bielorrusia: Periodismo encarcelado bajo la sombra de Lukashenko
Una mirada profunda a la represión de periodistas en Bielorrusia y cómo contar la verdad se ha vuelto una condena
La verdad como crimen: el nuevo rostro del periodismo en Bielorrusia
En el corazón de Europa se libra una batalla silenciosa. No se trata de tanques ni artillería, sino de cámaras, palabras impresas y micrófonos. En Bielorrusia, contar la verdad puede significar la cárcel, la tortura o el exilio. Desde las elecciones presidenciales de 2020, el régimen de Aleksandr Lukashenko ha desatado la más feroz represión contra la prensa independiente en la historia reciente del país.
La historia de Ksenia Lutskina, periodista bielorrusa con una trayectoria brillante en medios estatales que decidió dar el salto a la independencia mediática, refleja la tragedia de una profesión que se ha vuelto letal. Tras intentar crear un canal alternativo para verificar la información oficial, Lutskina fue arrestada, juzgada y condenada a ocho años de prisión. Salió antes tras graves complicaciones de salud por un tumor cerebral. Hoy vive exiliada en Lituania junto a su hijo.
El estado contra la prensa: una maquinaria de represión
Desde 2020, decenas de periodistas han sido aprisionados en Bielorrusia, muchos de ellos condenados a largas penas tras procesos oscuros y sin garantías. Según Reporteros Sin Fronteras, el país es el mayor carcelero de periodistas de Europa. Al menos 40 profesionales de la comunicación cumplen sentencias largas en cárceles que recuerdan a las del periodo soviético.
La Asociación Bielorrusa de Periodistas (BAJ) documenta más de 397 arrestos arbitrarios a periodistas entre 2020 y 2023. Muchos han sido detenidos varias veces. Y pese al exilio de unos 600 comunicadores, el gobierno ha intensificado la persecución, incluso sobre familiares de prensa en el extranjero.
Crímenes contra la humanidad: la denuncia internacional
Lo que ocurre en Bielorrusia no ha pasado desapercibido fuera de sus fronteras. En enero de 2024, Reporteros Sin Fronteras presentó una denuncia formal ante la Corte Penal Internacional acusando al régimen de crímenes contra la humanidad. La querella describe una campaña sistemática de detenciones arbitrarias, torturas, desapariciones forzadas y persecución por motivos políticos contra periodistas.
«Las condiciones carcelarias son brutales. Muchos reporteros han sido golpeados, aislados sin acceso a abogados, o simplemente desaparecen por meses», declaró Andrei Bastunets, presidente del BAJ.
Casos emblemáticos que evidencian abusos
- Katsiaryna Bakhvalava, periodista de Belsat, detenida en 2020, sentenciada inicialmente a dos años y luego a más de ocho por cargos de traición. Sufre maltrato y aislamiento, y se reportan golpizas por parte de guardias.
- Andrzej Poczobut, corresponsal del diario polaco Gazeta Wyborcza. Condenado a ocho años pese a sufrir una enfermedad cardíaca. Aislado en una celda de castigo por seis meses en la prisión de Novopolotsk.
- Maryna Zolatava, directora de Tut.By, medio digital cerrado en 2021. Condenada a 12 años por "incitación" y “atentar contra la seguridad nacional”.
Este patrón de represión busca silenciar todos los espacios independientes de expresión. Incluso medios que abandonaron los contenidos políticos, como el regional Intex-press, han sido blanco de detenciones masivas. Siete de sus periodistas fueron acusados de "promover el extremismo" en diciembre de 2024.
Exilio forzado: medios en el exilio bajo presión
Frente a la represión, muchos actores del periodismo bielorruso han emigrado a países vecinos como Lituania, Polonia y Ucrania. Desde allí intentan continuar informando al mundo y a sus compatriotas, pero no sin dificultades. La retirada de ayudas extranjeras, especialmente por parte del gobierno de EE. UU., ha debilitado a muchas redacciones.
«No solo enfrentamos represión en el país, ahora también lidiamos con un retiro abrupto de fondos que nos sostenían», lamentó Bastunets.
El chantaje político de Lukashenko
Aunque Lukashenko niega las violaciones sistemáticas a derechos humanos, periodísticamente ha comercializado a los presos políticos como fichas de negociación. El analista bielorruso Valery Karbalevich afirmó que “Lukashenko considera a los presos como mercancía. Libera algunos a cambio de eliminar sanciones o mejorar relaciones con Occidente”.
Un ejemplo reciente: poco después de que Donald Trump asumiera su segundo mandato, Bielorrusia liberó a dos ciudadanos estadounidenses y a un periodista de Radio Free Europe. Sin embargo, al menos dos comunicadores de esa misma red siguen presos, forzados incluso a grabar "videos de arrepentimiento".
El mensaje simbólico: leer a Orwell en un país que lo prohíbe
Ksenia Lutskina y su hijo han leído 1984, la distopía de George Orwell. Hoy, ese libro está prohibido en Bielorrusia. “Encontramos muchas similitudes con la realidad del país”, dijo ella, subrayando cómo el miedo impregna cada rincón de la vida diaria. En la cárcel, afirma, sentía menos temor que entre la gente fuera: “Allá adentro sabías el horror en el que estabas. Afuera, todos bajan la mirada para no ver lo que pasa”.
El silencio no es neutralidad
Ante esta realidad, el mundo tiene una responsabilidad. El periodismo es una de las últimas barricadas de la democracia y los derechos humanos. Condenar la represión en Bielorrusia no es solo un gesto de solidaridad: es una defensa activa de nuestras libertades.
Lutskina lo dijo con claridad: su hijo debe aprender a distinguir la verdad de la mentira, incluso cuando cuesta libertad, tierra natal e incluso la salud. Porque el periodismo, pese a todo, sigue siendo una trinchera de verdad. Y esa verdad, aunque perseguida, tiene voz. Y tiene nombre.
“Bielorrusia se ha vuelto un país gris bajo un cielo gris, donde la gente vive con miedo y habla en susurros”, concluyó Lutskina con fuerza. Porque contar lo que sucede en la oscuridad es, en sí mismo, un acto de luz.