La Semana Santa más cruda: Fe, sangre y fervor en Filipinas
Así se viven las extremas penitencias y representaciones religiosas en Kalayaan y Paete, donde la fe trasciende los límites del dolor físico
En una nación profundamente católica como Filipinas, las celebraciones de Semana Santa adquieren una magnitud singularmente intensa, que mezcla una devoción fervorosa con rituales antiguos que rayan en lo brutal. En las ciudades del sur como Kalayaan y Paete, en la provincia de Laguna, estas manifestaciones se convierten no solo en actos religiosos, sino también en expresiones de identidad cultural, historia viva e incluso resistencia social.
Una tradición lacerante en Kalayaan
En Kalayaan, cada Viernes Santo, decenas de penitentes marchan por las calles con sus espaldas ensangrentadas y laceradas, resultado de azotarse con látigos hechos de madera o bambú. Algunos incluso se cortan la piel con cuchillas antes de iniciar el ritual de autoflagelación. Estos actos son parte de una ofrenda de devoción, una súplica o una expiación por los pecados cometidos durante el año.
"Lo hago para poder experimentar las dificultades que pasó Cristo y también para rezar por la seguridad de mi familia", dice Luis Bautista, de 27 años. En su piel se lee no solo sangre, sino fe.
Otro penitente, Jayve Lorenzo, ha participado en este tipo de ritual desde hace 19 años. Su compromiso tiene raíces personales: "Lo ofrezco por mis problemas familiares y para pedir salud", explica.
Las escenas son intensas. Bajo un sol inclemente, los flagelantes avanzan a paso lento, deteniéndose en diferentes estaciones para rezar o tomar agua. Algunos, tras orar de rodillas, azotan con más rigor mientras otros danzan por momentos en estado de aparente trance, inspirados por la espiritualidad del momento.
La crítica de la Iglesia, el respeto de la comunidad
La propia Iglesia Católica ha expresado en múltiples ocasiones su desaprobación hacia estas prácticas, considerándolas innecesarias y peligrosas. En su lugar, promueve actos de penitencia interior como el rezo, la confesión y el ayuno.
No obstante, la comunidad guarda profundo respeto hacia quienes eligen este vía. Vecinos como Baby Ragaza, una viuda devota, colocan frente a sus casas huevos cocidos y agua para que los penitentes puedan reponer fuerzas. "Lo hago en memoria de mi difunto esposo y para estar más cerca de Dios. Me siento feliz de ayudar y aliviar sus penas", comenta.
El ritual culmina con una purificación
Después del austero recorrido, los flagelantes se dirigen hasta una pequeña cascada a las afueras del pueblo, donde se lavan la sangre de las espaldas y se lanzan al agua. Una especie de símbolo de redención y limpieza espiritual. Este acto finaliza una jornada marcada por el dolor físico y la introspección emocional.
Paete: arte, fe y teatro religioso
A pocos kilómetros de distancia, el municipio de Paete —conocido por su tradición artística en tallados de madera— vive la Semana Santa desde una perspectiva igualmente intensa, pero más teatral y simbólica.
Durante Miércoles Santo, los residentes empujan enormes imágenes de madera representando a Jesucristo y a varios santos por las empinadas y estrechas calles del pueblo. Al llegar el Jueves Santo, en la plaza del pueblo se representa la Pasión de Cristo con una obra escenificada bajo el implacable calor tropical.
Actores locales representando a Jesús, Barrabás, soldados romanos y otros personajes bíblicos dan vida al relato evangélico, desde la Última Cena hasta la crucifixión. La producción es austera, pero profundamente conmovedora.
"En nuestro pueblo, la fe y el arte están íntimamente ligados", afirma Rowell Ybanez, moderador del Consejo Parroquial Pastoral de la iglesia de Saint James the Apostle. "Estas tradiciones tienen cientos de años y atraen tanto a devotos como a turistas".
Las raíces históricas de estas tradiciones
Filipinas, país donde el 81% de la población se declara católica, fue evangelizada a partir del siglo XVI con la llegada de los colonizadores españoles. Desde entonces, la fe católica ha echado profundas raíces en la cultura filipina, adaptando símbolos europeos con expresiones locales intensamente visuales y, en muchos casos, dolorosas.
En el siglo XIX, los evangelizadores promovieron dramatizaciones de la Pasión de Cristo con el fin de acercar los relatos bíblicos a las comunidades indígenas y campesinas que no sabían leer. Desde allí, el teatro lenten se convirtió en parte esencial de la identidad filipina.
Hoy, algunas localidades incluso presentan crucifixiones reales, donde penitentes voluntarios se clavan en cruces de madera, un acto extremo pero cargado de ferviente espiritualidad. Aunque son pocos los que se someten a tales castigos, el simbolismo que encierran continúa conmoviendo a propios y extraños.
Entre la devoción y la controversia
Las imágenes de estas prácticas suelen causar controversia cada año. En redes sociales y medios internacionales, muchos acusan a estas manifestaciones de promover la autolesión o de pertenecer a una religiosidad mal encauzada.
No obstante, los partícipes y observadores locales explican que no se trata de masoquismo, sino de una forma intensa de contacto con lo divino, una manera extrema y decidida de unir el cuerpo al sufrimiento de Cristo.
En palabras del sacerdote Fernando Alejo, de la Universidad Pontificia de Santo Tomás: "Aunque no las promovemos, debemos entender estas prácticas como expresiones sinceras —aunque a nuestro juicio incorrectas— de la fe popular".
Un atractivo turístico y cultural
A pesar de la polémica religiosa, estas tradiciones atraen cada año a turistas y peregrinos dispuestos a entender la religiosidad popular desde una óptica más antropológica. Se calcula que más de un millón de personas viajan durante la Semana Santa a distintos puntos de Filipinas para presenciar flagelaciones, procesiones, representaciones teatrales y otras procesiones.
El turismo religioso ha contribuido significativamente a la economía local de lugares como Paete y Kalayaan. Hoteles, ventas de comida, transporte y comercio artesanal se dinamizan en estos días santos.
Más allá del sufrimiento: una comunidad unida por la fe
Al final, lo que une a estas comunidades no es el dolor, sino la profunda espiritualidad que lo sustenta. Los actos que para algunos pueden parecer chocantes son, para otros, una forma sagrada y profundamente simbólica de acercarse al misterio del sacrificio y la redención.
En palabras del devoto Lorenzo: "El dolor físico pasa, pero la paz espiritual que siento al final no tiene precio".
Y para quienes observan, como Baby Ragaza, la experiencia es igualmente transformadora: "Cada azote que dan me recuerda que la fe también se construye con la entrega y la compasión".