Salvar sapos en Rusia: la brigada del balde y la lucha inesperada por la biodiversidad

Cada primavera, voluntarios rusos ayudan a miles de sapos a cruzar seguros una carretera en su ruta hacia la reproducción. Detrás del acto, se esconde un mensaje poderoso de conservación, ciudadanía y amor por la naturaleza.

Un ejército silencioso en la humedad del pantano

En las afueras de San Petersburgo, Rusia, un fenómeno peculiar y enternecedor sucede cada primavera. Los sapos y ranas del pantano Sestroretsk, una zona natural protegida al norte de la ciudad, inician su migración hacia los sitios donde se reproducen. Pero en su travesía, los espera un obstáculo letal: una carretera de asfalto.

Ante este peligro, cientos de voluntarios rusos, muchos vestidos con chalecos amarillos fosforescentes, se organizan como una especie de brigada anfibia. Su misión: ayudar a los sapos a cruzar la carretera sin morir aplastados por los vehículos. Parece sacado de un cuento infantil, pero esto es conservación en acción.

¿Por qué cruzan los sapos la carretera? Una cuestión de vida

La respuesta literal es simple: estos anfibios deben llegar desde los bosques donde habitan hasta los humedales de las orillas del lago para reproducirse. Allí, en la zona costera del pantano, depositan sus huevos entre los juncos y adoptan ciertas condiciones de agua y temperatura que solo existen durante la primavera.

Konstantin Milta, herpetólogo principal del Instituto Zoológico de San Petersburgo, explica que este momento crucial en el ciclo vital de los sapos ocurre dos veces al año — ida y regreso — y coincide con patrones de temperatura y humedad estacionales. “Si no los ayudamos a cruzar, la tasa de mortalidad en las carreteras sería monstruosa”, afirma Milta.

700 héroes que llevan baldes

Desde 2016, más de 700 voluntarios han participado cada primavera en este operativo de rescate. La mecánica parece salida de un documental de vida silvestre: los voluntarios recogen a los sapos con delicadeza, los colocan en baldes de plástico, registran algunos datos (peso, tamaño, especie), y luego los liberan en el lado seguro de la carretera.

Viktoria Samuta, jefa de educación ambiental de la Dirección de Áreas Protegidas de San Petersburgo, coordina la operación. “Es inspirador ver que cada vez más personas aman nuestra naturaleza y están dispuestas a protegerla”, dice. Estas brigadas trabajan desde mediados de abril hasta bien entrado mayo, dependiendo de las condiciones climáticas.

La señal que detiene coches en nombre de los sapos

Para reforzar su labor, se han colocado señales de tráfico inusuales: una placa anaranjada con la figura de un sapo avisa a los conductores que deben reducir la velocidad. El mensaje en letras grandes: “¡Atención! ¡Reduzca la velocidad! Sapos cruzando la carretera”.

Aunque el tráfico en la vía cercana al pantano Sestroretsk es reducido, se estima que sin intervención humana podrían morir atropellados hasta 1,000 sapos al año. Eso sin contar el impacto acumulado con los años. En autopistas de mayor tráfico, según el propio Milta, el número de muertes puede ser tan alto que el asfalto se cubre literalmente con cuerpos sin vida.

Más que una simple migración: una lección de ecología

Lo que parece una tierna historia de caridad animal tiene un trasfondo ecológico muy serio. Los sapos cumplen una función crítica en el ecosistema como controladores biológicos. Se alimentan de insectos, muchos de ellos considerados plagas agrícolas, como mosquitos, larvas y escarabajos. A su vez, son presa vital para aves, serpientes y pequeños mamíferos.

Perder poblaciones enteras de sapos por atropellos puede tener consecuencias sistémicas. Como señaló en su momento la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), cerca del 40% de las especies de anfibios están amenazadas, siendo el grupo vertebrado con mayor tasa de extinción en el planeta.

Un acto de amor con implicaciones sociales

Más allá del ámbito ecológico, esta actividad ha generado una red de participación ciudadana en torno al respeto por la vida natural. Diana Kulinichenko, una joven voluntaria universitaria, encontró en la brigada una forma de conectar con el bosque y con su deseo de ayudar fuera del aula. “Quería respirar aire puro, estar en el bosque y hacer algo con sentido”, comentó.

El sentimiento de comunidad genera un motor social poderoso. Familias, jóvenes, adultos mayores e incluso escolares participan. Algunos incluso proponen expandir el modelo a otros puntos de Rusia donde se presentan migraciones similares con tritones, salamandras y diferentes especies de ranas.

Sapos como símbolo del cambio social

Lo que comenzó como una pequeña campaña local ha terminado generando repercusiones a nivel nacional. Medios rusos e internacionales han cubierto el proyecto, admirando cómo una simple actividad impulsada por la empatía puede convertirse en una plataforma para la transformación.

La educación ambiental no tiene por qué basarse solo en aulas y libros. Cuando alguien ayuda a un sapo a sobrevivir, está aprendiendo una lección que probablemente nunca olvide”, señala Viktoria Samuta.

¿Se puede replicar en otras partes del mundo?

La respuesta es sí. De hecho, muchas ciudades en Europa y Norteamérica ya han implementado activamente pasos de fauna (eco-puentes o túneles bajo carretera) para permitir el cruce seguro de animales. Suiza, por ejemplo, ha invertido más de 10 millones de francos suizos en infraestructura para proteger a sus anfibios.

Aunque Rusia aún carece de infraestructura costosa, estos “puentes humanos” formados por voluntarios han sido, hasta ahora, una solución eficiente y con gran valor simbólico. Se espera que más municipios en el país tomen esta historia como inspiración y la traduzcan en políticas públicas.

¿Y qué pasa con los que no logran cruzar?

Una parte dolorosa, pero inevitable, es que no todos los sapos logran llegar. Algunos se cruzan fuera del horario de patrullaje, otros se escabullen y salen del balde antes de tiempo, y algunos, desgraciadamente, mueren antes de que sean detectados. Aun así, el número de salvos cada año crece gracias al compromiso de los voluntarios y nuevas medidas.

Sin embargo, como dice Konstantin Milta: “Incluso si salvamos solo a uno, ya vale la pena”.

Una historia para no olvidar

Salvar sapos con baldes puede parecer algo menor en un mundo lleno de crisis ambientales, guerras y desafíos políticos. Pero podría ser exactamente lo contrario: la semilla de un nuevo tipo de sensibilidad. En tiempos donde la desconexión con el entorno natural es cada vez mayor, es reconfortante ver cómo un grupo de personas elige voluntariamente ayudar a una especie a completar su ciclo vital con éxito.

Quizás, como sociedad, necesitamos más historias como esta. Donde ayudar al más pequeño signifique proteger lo más grande: nuestra relación con la naturaleza.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press