Chimayó y Solon: Dos Templos de Arte, Fe y Resistencia Cultural

De los frescos de Maine a la tierra milagrosa de Nuevo México, dos destinos inspiran peregrinaciones espirituales y artísticas en Estados Unidos

En diferentes extremos de Estados Unidos, dos enclaves modestos se presentan como testimonios sorprendentes de espiritualidad y expresión creativa: la South Solon Meeting House en Maine y El Santuario de Chimayó en Nuevo México. Aunque separados por miles de kilómetros y surgidos de contextos radicalmente distintos, ambos lugares comparten una energía transformadora que sigue atrayendo a peregrinos, artistas e historiadores. Esta es una reflexión sobre cómo la devoción religiosa y el arte popular pueden entrelazarse para convertirse en legados tangibles de la identidad cultural de una nación.

La Capilla Sixtina de Maine: un secreto artístico al descubierto

Desde el exterior, la South Solon Meeting House parece una iglesia de Nueva Inglaterra como muchas otras: estructura blanca, sobria, con un simple campanario. Pero al cruzar su umbral, los visitantes se ven envueltos en una explosión de color y simbología: paredes y techos cubiertos de frescos inspirados en el arte sacro del Renacimiento.

Construida en 1842, esta casa de reuniones dejó de celebrar servicios religiosos en la década de 1940. Pero fue gracias a Margaret Day Blake, exalumna de la cercana Skowhegan School of Painting and Sculpture, que el edificio cobró una nueva vida en los años cincuenta, al convertirse en el lienzo colectivo de 13 artistas jóvenes con formación vanguardista.

Entre 1952 y 1956, los artistas pintaron sin restricciones temáticas, aunque se sugirieron pasajes bíblicos como fuentes de inspiración rica. El resultado es un conjunto visual que transmite tanto misticismo como modernidad: frescos que van desde la referencia a La Última Cena de Leonardo hasta el Diluvio Universal, reinterpretado al estilo de Miguel Ángel.

Véronique Plesch, profesora de arte en el Colby College y miembro de la sociedad histórica que preserva el lugar, afirmó en una reciente conferencia: “Me enamoré del sitio porque he estudiado los frescos toda mi vida. Este lugar debe seguir siendo público, accesible e inspirador”.

Dos de los artistas originales, Sigmund Abeles y Sidney Hurwitz, todavía viven y recuerdan con afecto su tiempo allí. Hurwitz comenta: “Íbamos allí a pintar y después nos sentábamos a almorzar en el cementerio detrás de la iglesia. Era un momento idílico”.

Actualmente, la Meeting House está abierta al público sin cerrar sus puertas, funcionando como un espacio comunitario y cultural. Una nueva web creada por estudiantes de Colby College ha renovado el interés por esta joya artística, atrayendo a una nueva generación de curiosos y conocedores del arte.

El Santuario de Chimayó: tierra de milagros y fe tenaz

A más de 3,500 kilómetros hacia el suroeste, en medio de un valle del Alto Río Grande, se encuentra El Santuario de Chimayó, una capilla de adobe del siglo XIX que, cada Semana Santa, se convierte en el epicentro de una de las peregrinaciones religiosas más significativas de Estados Unidos.

Miles de fieles llegan a pie, a veces después de caminar más de 30 kilómetros desde Santa Fe, incluso varios días desde Albuquerque. Lo hacen para renovar su fe, dejar objetos de agradecimiento, curarse de dolencias o simplemente encontrar consuelo. Muchos son atraídos por el “pozo de tierra sagrada” dentro de la iglesia, del que se cree posee propiedades curativas.

La historia del santuario se remonta al siglo XIX, pero su tradición oral se conecta mucho más atrás con creencias indígenas en antiguos manantiales curativos. Según relatos locales, un crucifijo milagroso fue hallado en el sitio. La edificación que conocemos hoy fue moldeada con barro local y encierra una combinación única de arte sacro hispano, fresco tradicional y escultura religiosa conocida como bultos.

Uno de los espacios más conmovedores del santuario es la Capilla del Santo Niño de Atocha, el patrono de los niños y los viajeros. En el cuarto contiguo, cientos de zapatos infantiles cuelgan del techo como ofrendas al Niño que, según la tradición, desgasta su calzado ayudando a los necesitados.

El fotógrafo Miguel Gandert, originario del Valle de Española, recuerda que “todo el mundo iba a Chimayó. No tenías que ser católico. La gente iba porque era un lugar con un poder espiritual”. Imágenes de una peregrinación en 1996, captadas por Gandert, muestran una mezcla de solemnidad y humanidad: hombres con cruces a cuestas, familias con niños en cochecitos, ancianos rezando, jóvenes tomando un respiro bajo el sol.

Una tradición en resistencia frente a la desaparición

Muchos de estos templos hechos de barro y fe corren actualmente peligro. La erosión, el abandono y el cambio generacional amenazan su continuidad. Al igual que muchas iglesias históricas de adobe en Nuevo México que enfrentan deterioro constructivo y disminución de congregaciones, la tradición del arte mural sagrado como el de Solon también necesita visibilidad, restauración y apoyo institucional para no desaparecer.

En ambos casos, la solución ha venido del empoderamiento comunitario y la valorización educativa: estudiantes que documentan, maestros que enseñan sobre estas obras, residentes que abren las puertas de los templos y visitantes que no solo observan, sino que devuelven con respeto.

Arte sacro como puente entre generaciones

Lo que conecta estos dos santuarios —uno en los bosques de Maine y otro en los cerros del suroeste— es más que la religión o la estética. Ambos representan una forma de resistencia cultural, de transmitir valores, historia y espiritualidad a través de formas tangibles y colectivas.

En Solon, los frescos dan vida a una tradición artística anclada en Europa pero reinterpretada por manos modernas y norteamericanas. En Chimayó, las caminatas y los rituales vinculan a católicos, agnósticos y curiosos con una herencia que es tanto indígena como hispana.

Y en ambos lugares, el mensaje es el mismo: que el arte y la fe, más allá de credos o estilos, pueden ser vehículos de sanación, inspiración y conexión humana.

Como dijo Suzanne Goulet, profesora de arte que visitó la South Solon Meeting House, “la inspiración es que podamos transmitir esto a nuestros estudiantes”. Desde Maine hasta Nuevo México, el eco de esas palabras resuena en cada pared pintada y cada paso dado hacia Chimayó.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press