La Semana Santa de Sevilla: fe, lágrimas y esperanza bajo la lluvia
Entre la devoción centenaria y el cambio climático: cómo la pasión cofrade sobrevive pese a la amenaza de las tormentas
Sevilla, España — Calles empedradas, balcones cubiertos de flores y miradas emocionadas hacia el cielo. Así es la estampa típica de la Semana Santa sevillana, pero en 2025, volvió a repetirse una escena que enlaza lo sagrado con lo devastador: la lluvia canceló múltiples procesiones, arrancando lágrimas a miles de fieles que aguardan todo un año para vivir estos intensos días de devoción, arte y comunidad.
Devoción que desafía el tiempo
La Semana Santa de Sevilla no es únicamente un evento religioso. Es una mezcla compleja de tradición, identidad, arte sacro y fervor popular. Con varios siglos de historia, la ciudad andaluza se transforma cada primavera en un escenario sacro que atrae a más de 1 millón de visitantes, entre locales y turistas.
Las cofradías, algunas con más de cinco siglos de antigüedad, preparan durante todo el año las procesiones que recorren las calles durante los ocho días de la Semana Santa. En ellas, los costaleros portan sobre sus hombros pasos de varios cientos de kilos que representan escenas de la pasión de Cristo o imágenes marianas con profundo significado devocional.
“Verla en la calle es algo que no se puede describir”, declara una emocionada Modesta Montaña ante el paso de Nuestra Señora de los Dolores. A su lado, su hija llora también, absorbida por la fuerza simbólica que emergen de las procesiones.
La frustración bajo un cielo amenazante
Este año, como otros recientes, las lluvias impidieron que muchas hermandades pudieran salir. Miembros de la Hermandad de los Estudiantes, que prepara su procesión durante todo el año con más de 6.000 integrantes, se vieron obligados a cancelar su salida. El motivo: la lluvia podía dañar su venerado paso de Cristo del Buen Fin, una talla del siglo XVII.
José Rodríguez, fiel seguidor, rompía en llanto bajo un paraguas: “Otro año sin poder ver a mi hermandad en la calle... es desolador”.
No fue el único. De hecho, muchos penitentes y costaleros, tras semanas de ensayos y preparación espiritual, tuvieron que desfilar sus emociones por dentro, resignados a celebrar un Vía Crucis interior mientras la Sevilla mojada lloraba junto a ellos.
Los contrastes de una nación castigada por el clima
La paradoja climática que vive España desde hace dos años es desgarradora. Tras una intensa sequía en 2023 que llevó incluso a restricciones de agua en zonas rurales, ahora el país sufre un ciclo de lluvias intensas. Tan solo en otoño pasado, una tormenta en la región de Valencia dejó más de 200 muertos. La comunidad científica advierte que estos cambios extremos están unidos al cambio climático global.
“Antes pedíamos lluvia a la Virgen. Este año, pedimos por la paz mundial”, comenta con media sonrisa y resignación Jesús Resa, presidente de la Hermandad de los Estudiantes.
El cambio climático, además de representar un desafío para la agricultura o la infraestructura, también altera iconos culturales como la Semana Santa. Las hermandades discuten cada vez más sobre medidas de protección de las imágenes ante lluvias inesperadas, lo que provoca debates internos entre tradición y precaución.
El papel persistente de la religiosidad popular
En ocasiones, observadores sugieren que la religiosidad organizada está en declive. Sin embargo, eventos como la Semana Santa muestran que la devoción popular persiste como una fuerza cultural que va más allá de la religión institucional.
“Muchos jóvenes se acercan a la fe a través del arte de la Semana Santa”, explica Resa. De hecho, según datos de la Junta de Andalucía, más del 40% de los cofrades sevillanos tienen menos de 35 años, una cifra que contradice el mito del alejamiento juvenil de la tradición.
Durante los días santos, las calles sevillanas son el escenario de manifestaciones curiosas que dan cuenta de esta continuidad: una madre amamantando a su bebé mientras observa pasar un paso; hombres cubiertos con el capirote que cargan con orgullo una cruz de madera; emociones que se rompen en lágrimas al ver una imagen mariana asomar por las puertas de la iglesia.
La Semana Santa como expresión identitaria
La relación del sevillano con su cofradía trasciende lo espiritual: es identitaria. Para muchos, pertenecer a una hermandad es como ser parte de una sofisticada red social espiritual que abarca generaciones familiares, barrios enteros y estructuras comunitarias.
Sevilla cuenta con más de 60 cofradías activas, muchas fundadas entre los siglos XIV y XVII. Algunas tienen orígenes universitarios, como Los Estudiantes, otras nacieron en barrios obreros y otras entre las elites nobiliarias de épocas pasadas.
La cultura de la Semana Santa se transmite “de abuela a nieta”, como dicen los sevillanos: la túnica, la vela, el incienso, todo tiene un simbolismo que se aprende y se vive en familia.
Durante los desfiles, los fieles lanzan pétalos desde los balcones, recitan pasajes bíblicos, cantan saetas —cantos flamencos cargados de devoción— e incluso acompañan en silencio toda una noche, caminando junto a su hermandad.
El valor intangible de una tradición
A pesar de los cancelamientos debido al clima, el impacto social y económico de la Semana Santa sevillana es innegable. Según el Ayuntamiento de Sevilla, el evento genera en promedio más de 400 millones de euros en ingresos para la ciudad. Más allá de hotels llenos y restaurantes al borde de su capacidad, el evento promueve el empleo temporal, la venta de flores, la confección artesanal de túnicas y la restauración de imaginería religiosa.
Pero, además, muchos psicólogos y sociólogos apuntan al valor intangible: la fiesta actúa como catalizador emocional, terapéutico y comunitario en un mundo cada vez más desconectado.
“La Semana Santa es el lenguaje del alma andaluza”, resume el historiador Antonio Zoido en su obra sobre la religiosidad popular del sur de España. “Una forma de contar su historia, dolores y esperanzas a través del arte, el canto y el gesto ritual”.
¿Un futuro incierto?
La Semana Santa sevillana se encuentra en una encrucijada: conservar su esencia frente a las catástrofes naturales e incluso frente a una creciente presión urbanística que amenaza el carácter tradicional de muchos barrios.
Aun así, los cofrades —como los de San Gonzalo, La Estrella, El Cerro o Los Estudiantes— seguirán preparándose cada año con la misma pasión. Porque, aunque la lluvia caiga con fuerza, aunque el clima cambie y las procesiones se frustren, lo que está en juego no es un desfile, es un acto de resistencia cultural frente al olvido.
Como dijo una anciana frente a la iglesia del Salvador mientras rezaba con una candela encendida: “Si no sale hoy, saldrá Dios cuando quiera, pero mi fe está aquí, bajo la lluvia”.