El desafío silencioso: Félix Maradiaga y la resistencia democrática contra la dictadura de Ortega

Desde el exilio, un excandidato presidencial mantiene viva la esperanza de una Nicaragua libre a través de la fe, el activismo y una incansable lucha por los derechos humanos

Félix Maradiaga no es solamente una figura reconocida dentro de la oposición nicaragüense; su historia representa la lucha de miles de ciudadanos que han visto desplazadas sus aspiraciones democráticas frente a una maquinaria autoritaria asentada en el poder desde hace décadas. Este artículo traza la trayectoria de Maradiaga desde su niñez en el exilio hasta su papel actual como activista clave en el extranjero, desentrañando el contexto político de Nicaragua y el reto de mantener la esperanza viva frente a la represión.

Una infancia marcada por el exilio

Nacido en 1976, Maradiaga vivió su primer exilio siendo apenas un niño. Durante los años 80, cuando la administración de Ronald Reagan respaldaba a los contras en Nicaragua, Félix fue uno de los tantos niños que quedó atrapado en el fuego cruzado entre ideologías y terminó acogido en Estados Unidos por una familia que le ofreció un nuevo hogar. Lo que parecía un evento trágico infantil, marcaría el inicio de un ciclo que se repetiría décadas más tarde: la persecución por cuestionar el poder y exigir democracia.

La represión del régimen Ortega-Murillo

Desde 2007, Daniel Ortega está al mando de Nicaragua junto a su esposa, Rosario Murillo, quien ostenta el título de vicepresidenta. Juntos han construido un régimen que ha neutralizado sistemáticamente las voces opositoras, medios independientes e incluso a la Iglesia católica. Según un informe de una comisión de la ONU, el gobierno ha cometido "graves violaciones a los derechos humanos, que pueden constituir crímenes de lesa humanidad".

En 2018, el país estalló en protestas masivas tras reformas al sistema de seguridad social. La respuesta del gobierno fue brutal: más de 300 muertos en apenas unos meses, miles de heridos y centenares de detenidos arbitrariamente. Entre ellos, Maradiaga fue acusado de financiar las protestas y considerado enemigo del Estado.

Una candidatura simbólica contra la autocracia

Aún sabiendo que se jugaría la libertad, Félix Maradiaga decidió regresar a Nicaragua para postularse contra Ortega en las elecciones presidenciales de 2021. Lo que siguió fue una ola de arrestos de candidatos opositores, siendo él uno de los principales capturados. Acompañado de más de 200 líderes estudiantiles, religiosos e intelectuales, fue condenado por supuestos "crímenes contra la nación".

"Lo hice sabiendo que habría fraude, sabiendo que me meterían preso, porque quería demostrar que Ortega no podía ganar en elecciones libres", dijo Maradiaga en una entrevista desde Florida, donde reside tras ser deportado a EE. UU. en febrero de 2023.

La diáspora como frente de resistencia

Tras su excarcelación y destierro junto con 222 presos políticos a EE. UU., el gobierno de Ortega-Murillo procedió a despojarles de su nacionalidad y bienes. Sin embargo, esta diáspora ha encontrado en el exilio no una derrota, sino una nueva trinchera desde donde seguir articulando la resistencia.

"Mi papel ahora es apoyar a las nuevas generaciones para que se organicen políticamente, desarrollar una estrategia desde el exilio que incluya derechos humanos, sanciones y presión internacional", explicó Maradiaga. "Los exiliados somos la voz de quienes ya no la tienen".

La fe como sostén y refugio

En medio de la persecución, Maradiaga encuentra su ancla en la fe católica. Durante su primer exilio, fueron las iglesias de Guatemala y México las que alimentaron su cuerpo y su espíritu. Hoy, el acompañamiento del exiliado obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, exiliado también en EE. UU., le sigue sirviendo como guía espiritual y política.

“Sin mi fe, no estaría vivo. La fe me da claridad, me da esperanza. Cuando el Estado se convierte en un opresor, la iglesia se vuelve refugio”, afirma.

Irónicamente, esta misma fe que sostiene a la oposición es blanco del gobierno: se ha encarcelado a sacerdotes, se han cerrado escuelas religiosas y se ha expulsado a la Orden de las Misioneras de la Caridad, fundada por la Madre Teresa de Calcuta. En total, más de 300 organizaciones no gubernamentales han sido proscritas desde 2018.

El precio del exilio

Hablar desde fuera tiene un costo: las familias que quedan dentro. Maradiaga rompió en llanto al recordar que no pudo despedirse de su abuela fallecida hace una semana en Matagalpa: “No pude llevarle flores a su tumba. Es la misma historia de miles de nicaragüenses.”

Ese dolor familiar se entrelaza con una estrategia del gobierno: mantener a los parientes de los exiliados como rehenes simbólicos. “Cada vez que hablamos, ponemos en riesgo a nuestras familias. El mensaje del régimen es claro: quiere matar la esperanza.”

¿Qué sigue para Nicaragua?

La oposición clandestina dentro del país sigue operando, aunque con enormes limitaciones. Maradiaga lo dice sin rodeos: “Las opciones son cada vez más limitadas, porque la dictadura se ha radicalizado. Pero no podemos pedirle más sacrificios al pueblo sin apoyo internacional.”

El contexto internacional es clave. Aunque las sanciones no son una solución mágica, Maradiaga insiste en que deben mantenerse y reforzarse con estrategias integrales de derechos humanos. También señala como vital el trabajo de organismos como la CIDH y la demanda de justicia en foros multilaterales.

Lecciones para América Latina

Nicaragua no es un caso aislado. Lo que ocurre allí resuena en países como Venezuela y Cuba, donde los aparatos de poder han suprimido sistemáticamente la voluntad popular. El exilio se ha convertido en un fenómeno regional, creando diásporas democráticas que intentan mantener vivas las esperanzas desde el extranjero.

“La única manera de vencer una dictadura es organizándose y manteniendo la llama viva. Que no nos quiten la palabra. Que no nos destruyan la memoria”, concluye Maradiaga.

Una cita con la historia

Cuando se escriba la historia reciente de Nicaragua, probablemente el nombre de Félix Maradiaga aparezca como uno de sus protagonistas fundamentales. No por haber derrocado a una dictadura por sí solo, sino por representar la resistencia moral, humana y espiritual de un pueblo que no se resigna al silencio.

“Nos quieren borrar, eliminarnos como ciudadanos y como individuos. Pero mientras tengamos voz, memoria y fe, seguiremos siendo nicaragüenses. Y seguiremos soñando con volver.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press