Del oro verde al silencio: la selva del Darién y la economía migratoria que murió con Trump
Villa Caleta, un rincón entre Colombia y Panamá, vivió una bonanza sin precedentes gracias al éxodo migrante… hasta que la política migratoria de EE. UU. apagó los motores de sus lanchas
Por décadas, Villa Caleta, una pequeña comunidad indígena panameña en la Comarca Emberá-Wounaan, vivió de los frutos de la selva. Pero con la irrupción de la migración masiva a través del Tapón del Darién, el pueblo se transformó en una estación clave en la ruta hacia Estados Unidos.
Eso hasta que, tras la vuelta al poder de Donald Trump en 2025, las políticas migratorias endurecidas pusieron freno a esa corriente humana. Con ella, desapareció también la economía local que se había gestado sobre los migrantes.
El Tapón del Darién: de jungla letal a autopista migratoria
Puntar entre Colombia y Panamá, el Tapón del Darién es una de las regiones más inhóspitas del continente. Sin carreteras, plagado de peligros naturales y presencia del crimen organizado, era, hasta recientemente, un cuello de botella en la ruta hacia el norte para los migrantes.
No obstante, entre 2021 y 2023, el Darién se convirtió en una vía de paso migratoria sin precedentes. Según cifras del Servicio Nacional de Migración de Panamá, más de 1.2 millones de personas atravesaron la selva en su intento por llegar a Estados Unidos.
Ese flujo humano significó también una inyección económica inédita para lugares como Villa Caleta, comunidades que por generaciones vivieron aisladas y empobrecidas. Las lanchas reemplazaron los machetes agrícolas, y los celulares inteligentes tomaron el lugar de los radios comunitarios.
Del campo a las lanchas: la transformación económica
En conversaciones con líderes locales como Luis Olea, de 63 años, se describe claramente la transformación: "Antes vivíamos del plátano y el arroz. Con la migración, ganábamos hasta 300 dólares al día llevando gente por el río. Era como haber encontrado una mina de oro".
Muchos, como Olea, abandonaron la agricultura para convertirse en lancheros, pilotos de pequeñas embarcaciones que transportaban a los migrantes desde Bajo Chiquito hasta Lajas Blancas, un puerto transitorio antes de seguir su camino terrestre hacia el norte de Panamá.
- Un viaje corto en lancha podía costar entre $10 y $30 por persona.
- Con más de 2.000 migrantes diarios, los caudales de ingresos fueron enormes.
- Comunidades organizaban turnos compartidos para distribuir equitativamente los beneficios.
Además del transporte, surgieron negocios improvisados: venta de comida, recargas de celulares, ropas, botellas de agua y hospedajes temporales. La gente compró televisores, electrodomésticos, instaló paneles solares y, por primera vez en décadas, los niños iban a escuela con útiles completos.
Lajas Blancas: de mercado fronterizo a pueblo fantasma
Un ícono de este auge fue Lajas Blancas. Decenas de puestos improvisados, decorados con banderas estadounidenses y letreros en inglés, ofrecían desde carga de celulares hasta pantalones "made in USA".
La señora Zobeida Concepción, de 55 años, recuerda: "Vendíamos sodas, agua, comida, ropa. Con eso compré neveras, hice un restaurante bajo techo y comencé a construir mi casa".
Pero cuando Trump asumió su segundo mandato en enero de 2025 y aplicó nuevas medidas para anular el acceso al asilo en EE. UU., la migración por el Darién se redujo drásticamente. De los miles diarios, ahora se reportan apenas 10 personas cruzando semanalmente, según estimaciones locales.
Lajas Blancas se convirtió en un pueblo fantasmal. Tres familias, incluida la de Concepción, permanecen ocupando los locales que alguna vez vibraron con movimiento, risas y transacciones.
Políticas migratorias Trumpistas: ¿desincentivo o castigo colectivo?
Las nuevas restricciones implementadas por Donald Trump, enfocados en el uso de tecnología en la frontera, campañas de disuasión en países emisores y acuerdos con gobiernos del sur para frenar el tránsito, funcionaron como un apagón repentino sobre este frágil ecosistema económico local.
Para la analista Elizabeth Dickinson, del International Crisis Group: "Cuando dependes del caos para generar ingresos, ese modelo tiene fecha de expiración. Las comunidades no desarrollaron infraestructura económica alternativa. Cuando el flujo migratorio cesó, colapsaron".
Además, grupos criminales como el Clan del Golfo, que antes cobraban peajes a migrantes que cruzaban desde Colombia, ahora exploran rutas inversas: migrantes que quieren regresar a Venezuela u otros países tras el cierre norteamericano.
El lamento del río Turquesa
Pedro Chami, ex lanchero de 56 años, resume el sentimiento general: "Antes ganaba hasta 200 dólares día sí y día también. Ahora no tengo ni un cinco. Me puse a tallar cucharas de madera. Pronto voy al río a ver si en la arena encuentro oro".
La apuesta por el oro en polvo no es poética. En este punto de crisis, varios hombres han comenzado a rastrear el río Turquesa, con bandejas improvisadas, esperando encontrar partículas preciosas.
En paralelo, las plantaciones abandonadas hace 2 o 3 años por trabajos más lucrativos están intentando ser recuperadas. Pero el retorno al modelo tradicional es costoso: la producción requiere mínimo 9 meses para dar frutos en plantaciones como plátano, maíz o yuca.
¿Y ahora qué? El espejo roto del capitalismo migrante
El caso de Villa Caleta y el Darién revela con crudeza cómo los fenómenos globales —en este caso migración y política exterior estadounidense— crean economías locales volátiles, a menudo insostenibles.
El experto Manuel Orozco del Inter-American Dialogue lo explica así: "Era una bonanza efímera. Una burbuja como la del petróleo, pero con carne humana como recurso. Cuando se esfuma el movimiento, quedan sólo los escombros del espejismo económico".
De fondo, esto plantea el mayor desafío para lugares olvidados por los Estados centrales: ¿cómo reconstruir una economía legal, predecible y sostenible cuando ya se ha vivido el boom del oro migratorio?
Resistencia y resignación en clave indígena
Muchas de estas comunidades, como Villa Caleta, pertenecen a territorios indígenas semi-autónomos. El abandono histórico del Estado panameño y la falta de integración a cadenas agrícolas nacionales ha hecho que, incluso tras el paso de millones por sus tierras, la infraestructura básica —como caminos, hospitales o conexiones digitales— continúe siendo precaria.
Lo poco que se logró con los ingresos del flujo migratorio se usó en bienes inmediatos, y en menor grado en educación o salud. Luis Olea, intentando encontrar algo de humor, dice: "Compré televisión para ver noticias de EE. UU., y los mismos que me dieron trabajo ahora me lo quitaron". Se refiere a Trump, quien aparece con frecuencia en CNN en Español, canal al que accede gracias a su panel solar sobre su casa de madera.
Por ahora, las neveras gigantes de Zobeida siguen vacías. "Las guardo para el futuro. Uno nunca sabe con el próximo gobierno gringo lo que puede venir", dice, con esperanza real o fingida.
¿Lecciones para el futuro?
- La dependencia de economías informales ligadas a flujos irregulares es frágil. Planificar con visión estructural es clave.
- Es necesario invertir en rutas educativas y agrícolas alternativas en zonas rurales que experimentan este tipo de booms espontáneos.
- Los gobiernos tanto emisores como receptores de migrantes deben asumir responsabilidad compartida. La ruta Darién mostró que las consecuencias de políticas del norte se sienten con fuerza en los márgenes del sur.
En palabras de la comunidad indígena de la comarca: el río Turquesa todavía fluye, pero lo que arrastra ahora es incertidumbre, nostalgia y sueños que llegaron en balsas —y se fueron con el silencio del motor.