Violencia, manipulación y desinformación: cómo un crimen infantil desató el caos en el Reino Unido

El caso del ataque durante una fiesta infantil en Southport y la tormenta de odio alimentada por rumores en redes sociales expone las grietas legales del sistema británico

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La tragedia sucedió el 11 de agosto de 2024, en Southport, una localidad costera en el noroeste de Inglaterra. Tres niñas pequeñas —Alice Da Silva Aguiar (9), Elsie Dot Stancombe (7) y Bebe King (6)— fueron brutalmente apuñaladas y asesinadas durante una clase de baile inspirada en Taylor Swift. Otras ocho niñas y dos adultos resultaron heridos. El autor: Axel Rudakubana, un joven británico de 17 años, hijo de padres cristianos originarios de Ruanda.

Lo que debería haber sido una tragedia nacional con un enfoque en la prevención de la violencia juvenil y la salud mental se convirtió, en cuestión de horas, en el epicentro de un poderoso movimiento antinmigración. ¿La razón? Una combinación letal de desinformación viral, el vacío comunicacional de las autoridades y leyes que no están preparadas para el impacto de las redes sociales.

Un crimen atroz y una marea de odio

La investigación parlamentaria del Comité de Asuntos Internos del Parlamento británico documentó cómo la falta de información oficial rápida permitió que falsas versiones sobre el atacante circularan sin control. Apenas unas horas después del crimen, comenzaron a viralizarse mensajes en X (anteriormente Twitter) alegando que el asesino era un solicitante de asilo musulmán recién llegado al Reino Unido.

La rapidez con la que se extendió esta narrativa fue alarmante: la publicación inicial fue retuiteada miles de veces y vista por millones de usuarios en menos de 24 horas. El nombre real del atacante no se divulgó de inmediato debido a las reglas de secreto judicial británicas, que impiden revelar la identidad de sospechosos menores de edad para garantizar juicios justos.

El resultado de ese vacío fue catastrófico. Multitudes comenzaron a marchar por las calles de Southport y otras ciudades exigiendo la expulsión de inmigrantes, atacando centros de acogida, mezquitas, bibliotecas y todo tipo de instituciones percibidas como "pro-inmigración". Fue el peor episodio de violencia callejera en el Reino Unido desde los disturbios de 2011.

La figura del atacante y el sesgo mediático

El criminal, Axel Rudakubana, era conocido por mostrar comportamientos violentos y haber sido reportado múltiples veces por su obsesión con armas blancas. Sin embargo, pese a su historial, nada logró frenar su escalada: el sistema le falló. Pero su condición de nacido en Reino Unido y de origen cristiano no pareció disuadir a quienes ya se habían convencido de otra narrativa.

Los actores malintencionados explotaron la tragedia para promover falsas teorías racistas y antimigrantes”, explicó Karen Bradley, presidenta del Comité en una rueda de prensa. “La brecha informativa permitió que mentiras llenaran ese vacío, destruyendo la confianza pública en las autoridades”.

Leyes obsoletas frente a un nuevo campo de batalla: las redes sociales

Uno de los hallazgos más reveladores del informe es cómo las leyes actuales de comunicación gubernamental quedaron totalmente sobrepasadas por la velocidad y viralidad de las redes sociales. Las reglas de desacato a la corte —asentadas desde hace décadas— impiden a la policía comentar casos en proceso, especialmente si involucran a menores.

Sin embargo, como apunta el comité parlamentario, estas limitaciones hoy funcionan como un arma de doble filo: protegen el proceso judicial, pero alimentan la desinformación en el vacío que dejan.

No fue sino hasta el día siguiente que la policía negó públicamente las versiones falsas. Y cuando lo hicieron, el daño ya estaba hecho. En palabras de un miembro del comité: "Necesitamos un nuevo paradigma para comunicar en tiempos de crisis. Seguir operando como en los años noventa hoy significa entregar la narrativa al caos".

La explosión de la violencia y su tratamiento desigual en el imaginario político

Uno de los temas polémicos surgidos a raíz del caso fue la acusación de "policía de dos niveles". Algunos políticos y medios conservadores alegaron que la policía reaccionó más duramente frente a los disturbios posteriores al ataque en Southport que contra protestas de otras causas, como el movimiento Black Lives Matter o activistas climáticos de Extinction Rebellion.

El informe parlamentario desestimó tajantemente esas acusaciones: “La policía actuó en base a la violencia cometida, no a las ideas defendidas. Lo que vimos fueron grupos lanzando piedras, quemando autos y atacando mosques. No se trataba de libertad de expresión”.

Más de 1,000 personas enfrentan cargos penales por los disturbios, y 69 oficiales resultaron heridos. Aun así, ciertos sectores insisten en victimizar políticamente a quienes cometieron estos actos violentos.

La responsabilidad compartida: plataformas, gobierno y ciudadanía

El informe también señala la enorme dificultad de las fuerzas del orden para monitorear y responder con eficacia al volumen gigantesco de contenido en redes sociales. Aun cuando contaran con la información correcta, no contaban con los recursos ni la infraestructura tecnológica para contrarrestar la viralidad.

Al respecto, el gobierno británico ha encargado una revisión formal de las leyes de desacato a la corte e iniciado una investigación pública sobre cómo se dejó llegar tan lejos a un joven con evidentes señales de alerta. No obstante, el documento indica que se requiere de una colaboración mucho más profunda entre plataformas tecnológicas, fuerzas de seguridad y autoridades judiciales.

La normativa social construida para proteger derechos puede convertirse en una debilidad si no evoluciona al mismo ritmo del entorno digital”, sentenció una de las expertas del panel consultado por el Parlamento.

¿Un antes y un después en la política migratoria británica?

Este desafortunado caso toca una cuerda particularmente tensa en el Reino Unido actual: la inmigración. Con Brexit fresco en la memoria colectiva, el repunte de llegadas irregulares por mar y la presión sobre los servicios sociales, muchos ciudadanos buscan culpables externos. El desastre en Southport fue rápidamente transformado en "prueba irrefutable" de una narrativa que ya flotaba en el imaginario político ultraconservador.

No obstante, la evidencia documentada lo contradice: el crimen no tuvo ninguna relación con la inmigración reciente, el islam ni el sistema de refugio. Fue resultado de una serie de fallos internos: salud mental, vigilancia del comportamiento juvenil y omisiones institucionales.

Si algo nos deja este episodio es la necesidad urgente de repensar los sistemas de información, introducir leyes que permitan contrarrestar fake news sin socavar la libertad de prensa y proteger a las comunidades vulnerables en una era donde una mentira puede incendiar una nación.

Como sociedad global, este caso nos alerta sobre el inmenso poder de las narrativas falsas y la fragilidad de nuestras estructuras legales si no evolucionan con el entorno. Southport fue solo una chispa, avivada por el clic, la ira y la ignorancia. Pero la lección es profunda y urgente. 

Este artículo fue redactado con información de Associated Press