¿Justicia tardía en Long Island? El caso Stuart Copperman y una herida nacional

Más de 100 mujeres obtienen una victoria legal histórica tras décadas de silencio y dolor

Por décadas, el Dr. Stuart Copperman fue un nombre de peso en la comunidad pediátrica de Long Island, respetado y admirado por las familias que acudían a su consulta en un consultorio en el sótano de su casa. Hoy, su nombre es sinónimo de uno de los mayores escándalos de abuso sexual infantil cometidos por un médico individual en la historia de Estados Unidos.

Un silencio cómplice desde los años 80

Las primeras denuncias contra Copperman comenzaron a gestarse en los años 80. Madres y padres confiaban en él lo suficiente como para dejarles solos con sus hijos e hijas, durante estudios que, con el tiempo, muchos describirían como abusivos e injustificados. La respuesta del sistema fue, por decirlo suavemente, deficiente: ni la policía ni las juntas médicas actuaron con contundencia. No hubo consecuencias ni cargos criminales. De hecho, Copperman mantuvo su licencia médica hasta 2000, cuando se retiró a los 65 años.

En ese entonces, solo seis testimonios fueron suficientes para revertir tres décadas de ejercicio de la medicina. Sin embargo, para docenas de víctimas, ya era tarde para exigir justicia en tribunales debido a la ley de prescripción. Eso cambiaría décadas más tarde.

La Child Victims Act: una grieta en el muro de impunidad

Fue necesario esperar hasta 2019 para que el Estado de Nueva York aprobara una legislación que daría un giro al caso: la Child Victims Act, una ley que permitió el inicio retroactivo de procesos civiles contra agresores sexuales incluso si los abusos habían ocurrido décadas atrás. Así, el muro legal que protegía a Copperman comenzó a resquebrajarse.

En total, 104 mujeres valientes presentaron demandas, alegando haber sido abusadas siendo niñas por el pediatra. Todas coincidían en las prácticas "médicas" que Copperman justificaba como "exámenes físicos rigurosos", pero que se realizaban en condiciones fuera de cualquier protocolo ético, clínico o legal. Por ejemplo, sin la presencia de los progenitores y repetidamente durante años de infancia.

Una cifra histórica: 1.600 millones de dólares

En marzo de 2024, una corte del estado de Nueva York dictaminó un monto sin precedentes: 1.600 millones de dólares en compensación a las víctimas. Las cifras individuales varían entre $500,000 y $32 millones, destacando los casos más graves en los que el trauma psicológico ha dejado secuelas permanentes. La reverenda Debbi Rhodes, hoy capellana episcopal, recibió $25 millones. Su declaración ante los medios refleja que esta victoria judicial es más emocional que financiera:

“No estoy segura de que esto sea justicia. Él se salió con la suya durante años. Pero que un tribunal diga 'te creo'… eso es medicina pesada.”

Copperman, el gran ausente

El veredicto, sin embargo, se dio en ausencia total del acusado. Stuart Copperman nunca respondió formalmente a las demandas. No hubo defensa ni argumentación por su parte. Desde su retiro vive en el sur de Florida, donde, a sus 89 años, enfrenta el ocaso de su vida alejado del ojo público y sin asumir responsabilidad legal concreta. Eso sí, su nombre y legado han sido destrozados, y sus ex pacientes ahora tienen un fallo judicial que valida su verdad.

Una justicia emocional, pero no económica

Es poco probable que las demandantes vean una compensación tangible. Los abogados han contratado especialistas en cobro de deudas para intentar recuperar activos de Copperman. Sin embargo, los años han pasado, y sus recursos podrían estar fuera del alcance del sistema.

Aun así, muchas víctimas, como “Jane Doe A.W.”, aseguran que el simple hecho de ser escuchadas por un tribunal constituye una forma de sanación:

“Fue doloroso recordar todo durante mi declaración, pero a la vez, fue una forma de sanar. Que alguien nos oyera… eso alivia.”

Las heridas invisibles del abuso infantil

El caso Copperman no es una excepción, sino reflejo de un problema mucho mayor. Según el Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE.UU., cada año se reportan alrededor de 60,000 casos confirmados de abuso sexual infantil en el país. Y esos son solo los denunciados. La cifra real podría ser mucho mayor.

Las consecuencias de estos crímenes se extienden durante toda la vida: desde trastornos alimentarios, depresivos, de ansiedad, hasta adicciones, aislamiento social y dificultades severas para establecer relaciones afectivas.

La reverenda Rhodes, por ejemplo, admite haber desarrollado alcoholismo y desórdenes alimenticios desde los 13 años. Hoy, trabaja con personas encarceladas, llevando mensajes de superación y perdón, aunque admite que su camino de sanación sigue en construcción.

¿Por qué nadie actuó antes?

Es imposible analizar este caso sin cuestionar la complicidad institucional. Aunque algunas familias sí presentaron denuncias ante las autoridades desde los años 80, éstas fueron sistemáticamente ignoradas. Ni el Departamento de Salud del Estado de Nueva York ni las autoridades del condado de Nassau (donde tenía su consulta Copperman) llevaron adelante investigaciones serias durante décadas.

“Durante décadas, estas mujeres fueron silenciadas y desestimadas”, dijo Kristen Gibbons Feden, una reconocida abogada de derechos civiles que llevó adelante las demandas. “Ahora, nadie puede ignorarlas.”

El sistema médico y el privilegio de clase

Otro elemento clave en este escándalo es cómo el prestigio profesional y los lazos con la élite médica actuaron como un escudo para Copperman. Como pediatra popular en una zona acomodada de Long Island, su imagen estaba protegida por décadas de confianza depositada en él por generaciones de madres y padres. Este tipo de narrativa —el médico respetado que parece intocable— se ha repetido en otros casos, como Larry Nassar y Robert Hadden.

Pero mientras la sociedad pone el foco sobre instituciones como la Iglesia Católica o los Boy Scouts, el ámbito de la práctica médica individual aún tiene muchas puertas cerradas cuando de abuso sexual se trata.

Una advertencia para el sistema actual

Este fallo histórico llega en un momento en el que los debates sobre cómo proteger mejor a los niños están sobre la mesa legislativa de varios estados. Organizaciones como RAINN (Red Nacional Antiviolación, Abuso e Incesto) exigen políticas más agresivas para prevenir, detectar y procesar el abuso infantil en todos los niveles de la sociedad, incluyendo en la medicina.

“¿Cuántos otros Copperman todavía ejercen hoy?”, preguntaba retóricamente una de las víctimas durante una entrevista. “¿A cuántos todavía protegemos con nuestro silencio?”

Narrar para sanar: el poder de contar tu historia

Si algo logra este caso, más allá de las cifras millonarias, es reafirmar el poder de la narrativa. Decenas de mujeres encontraron en este juicio la posibilidad de salir de la sombra, de gritar su verdad y ser escuchadas. Muchos, como Rhodes, hoy convierten sus heridas en pilares de su liderazgo pastoral y comunitario.

“Nadie puede crecer si vive con vergüenza. Nadie puede cambiar. Ni siquiera amar verdaderamente”, afirmó Rhodes.

Y quizás, en un país donde el abuso sexual infantil ha sido una epidemia silente, estas palabras sean justo el tipo de medicina que necesitamos.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press