Donald Trump y el fantasma de un tercer mandato: ¿broma, ambición o desafío constitucional?
El expresidente deja en el aire la posibilidad de buscar una vía para un tercer mandato, desatando preocupaciones sobre los límites democráticos y la salud de la Constitución estadounidense
En una reciente entrevista telefónica desde su club Mar-a-Lago en Florida, el expresidente Donald Trump fue tajante: “No estoy bromeando” al hablar de la posibilidad de presentarse a un tercer mandato presidencial. Con esta afirmación, Trump potencialmente cruza una línea simbólica —y legal— en la historia constitucional estadounidense. Como es habitual en su discurso, lanzó la idea sin mayores detalles, dejando abierta la especulación sobre las posibles formas de evitar el obstáculo legal que prohíbe un tercer mandato, establecido por la 22ª Enmienda de la Constitución.
Las raíces constitucionales: la Enmienda 22 y FDR
La 22ª Enmienda fue ratificada en 1951 tras el mandato excepcional del presidente Franklin D. Roosevelt, quien fue elegido en cuatro ocasiones consecutivas (1932, 1936, 1940 y 1944), y murió durante su cuarto mandato. Esta enmienda establece con claridad: “Ninguna persona podrá ser elegida para el cargo de Presidente más de dos veces.”
Desde entonces, ha sido un baluarte de la democracia constitucional en Estados Unidos. Incluso presidentes altamente populares como Ronald Reagan o Barack Obama acataron la norma sin mayores objeciones. Pero con Trump, el orden establecido parece estar de nuevo en tela de juicio.
Trump, eterno aspirante al poder
No es la primera vez que Trump sugiere un deseo por alargar su estancia en la Casa Blanca. En discursos durante su presidencia, llegó a bromear (¿bromear?) sobre «quedarse 4, 8, 12 o incluso 16 años». En 2020, mientras hablaba ante miembros del Partido Republicano, planteó la idea de que su posible derrota sería consecuencia de un fraude masivo. Todo esto precedió los hechos del 6 de enero de 2021, un intento violento de impedir la certificación del resultado electoral.
Pero ahora, en 2025 y con una hipotética segunda presidencia en camino, Trump parece volver a preparar el terreno para una narrativa centrada en su permanencia en el poder más allá del marco constitucional.
¿Cómo podría intentarlo?
Cuando se le preguntó sobre cómo podría conseguir un tercer mandato, Trump sugirió mecanismos alternos, incluyendo que su vicepresidente —JD Vance, según la especulación actual— gane una elección y le “pase la batuta”. Aunque no explicó cómo exactamente funcionaría este escenario, el subtexto apunta a la figura del “presidente títere”.
Sin embargo, el 12ª Enmienda establece que ningún individuo inelegible para la presidencia puede ser vicepresidente. Como explica Derek Muller, profesor de derecho electoral en Notre Dame, “Si Trump no puede ser presidente por la limitación de la 22ª Enmienda, entonces tampoco puede ser vicepresidente.” En resumen: no hay cabida legal —al menos hoy— para ese camino.
Lo que dicen los expertos constitucionales
Jeremy Paul, profesor de derecho constitucional en la Universidad del Noreste de Boston, ha afirmado con rotundidad: “No hay argumentos legales creíbles para que Trump se postule para un tercer mandato.” La Constitución es clara, y modificarla requeriría un proceso complejo: la aprobación de dos tercios de ambas cámaras del Congreso, seguida por la ratificación de tres cuartas partes de los estados federales.
En una nación tan políticamente dividida como EE.UU. en la actualidad, este escenario es prácticamente imposible, al menos sin un colapso monumental del marco legislativo tradicional.
¿Un simple juego político?
Para muchos analistas, estas declaraciones de Trump no son más que una táctica calculada. Muller lo resume así: “Un presidente en su segundo mandato, como Trump si es reelegido, tiene cada incentivo para parecer que no es un ‘pato cojo político’.” En política, percibirse como fuerte es esencial para mantener aliados, controlar la narrativa mediática y disuadir a los oponentes.
Trump, sin duda, domina ese arte. La insinuación de un tercer mandato permite que la atención pública se desvíe hacia temas que él controla, relegando cuestiones difíciles a un segundo plano.
La narrativa del líder indispensable
Trump también apeló a su supuesta popularidad, diciendo que los estadounidenses aceptarían un tercer mandato porque "lo quieren en el poder". Pero, como suele ser el caso, sus afirmaciones no resisten el análisis de datos reales. Mientras él afirma tener “los números de apoyo más altos de cualquier republicano en 100 años”, la realidad es que, según Gallup, Trump nunca superó el 47% de aprobación durante su presidencia. En cambio, George W. Bush, tras el 11-S, alcanzó un 90%, y su padre, tras la Guerra del Golfo, llegó al 89%.
El culto a la personalidad, sin embargo, funciona con una parte considerable de la base republicana, lo que da a Trump un espacio considerable para moldear la narrativa y sostener sus ambiciones más allá de las normas establecidas.
La amenaza a la institucionalidad democrática
Intentar un tercer mandato no se limita a un desafío jurídico. Representa, en palabras de múltiples constitucionalistas, una amenaza directa al sistema republicano y democrático de gobierno. Ya en 2020, Trump intentó cuestionar y revertir los resultados legítimos de una elección. Ahora, al lanzar la idea de un tercer mandato, incluso como globo sonda, el expresidente reaviva temores sobre una deriva autoritaria en una democracia históricamente estable.
David Gergen, asesor de cuatro presidentes (tanto demócratas como republicanos), ya había advertido en 2021 que Trump representaba “una amenaza muy clara” para la democracia estadounidense. Esta nueva propuesta, aunque ambigua, parece reforzar esa percepción.
¿Y el papel del Partido Republicano?
Ante estos comentarios de Trump, las principales figuras del Congreso guardaron silencio. Ni el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson; ni el líder demócrata Hakeem Jeffries; ni el líder republicano del Senado, John Thune; ni el demócrata Chuck Schumer emitieron respuesta alguna.
Este mutismo puede ser interpretado de varias formas: prudencia política, miedo a la base pro-Trump o aceptación táctica. Sea cual fuere la razón, su silencio resuena en medio de un momento crítico para el futuro democrático estadounidense.
Un precedente irrepetible: Roosevelt y la excepción histórica
FDR fue un presidente en tiempos de crisis: la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Su permanencia en el cargo durante cuatro mandatos fue vista, por muchos, como una necesidad histórica. Aun así, tras su muerte, el Congreso y el pueblo estadounidense se pusieron de acuerdo para evitar semejante concentración de poder en el futuro.
Hoy, Trump busca invocar esa legitimidad histórica, pero sin guerras mundiales o crisis de magnitudes similares. Su insistencia en un tercer mandato parece menos un gesto de responsabilidad pública y más un acto de egolatría política.
Una ciudadanía en la encrucijada
En última instancia, el sistema político estadounidense se basa en un delicado equilibrio entre instituciones, leyes y la ciudadanía. Si Trump sigue hablando de una tercera presidencia, la responsabilidad no solo recae en jueces o legisladores, sino también en los votantes.
Estados Unidos se enfrenta nuevamente a una de esas bifurcaciones históricas: aceptar la gradual erosión de sus normas democráticas o reafirmar las barreras que las propias generaciones pasadas establecieron para impedir que nadie se eternizara en el poder.
El experimento de la democracia estadounidense, como diría Benjamin Franklin, sólo subsistirá “si podemos conservarla”.