El dolor que no se apaga: Las familias de los desaparecidos en el conflicto armado de Perú

Cuarenta años después, los familiares aún luchan por la verdad, justicia y memoria de los más de 20,000 desaparecidos en los años de violencia en Perú.

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La tragedia detrás de la guerra interna en Perú

Perú vivió entre 1980 y el 2000 una de las etapas más violentas de su historia. Durante este periodo, conocido como el conflicto armado interno, más de 69,000 personas perdieron la vida y unas 20,000 fueron clasificadas oficialmente como desaparecidas. Entre insurgentes del grupo maoísta Sendero Luminoso y las fuerzas armadas peruanas, las comunidades quedaron atrapadas en una lucha de poderes marcada por secuestros, masacres y violaciones a los derechos humanos.

Una de esas víctimas fue Felipe Huamán, un humilde trabajador que en julio de 1984 fue capturado por militares vestidos de civiles en Ayacucho, la región más afectada por el conflicto. Su esposa, Lidia Flores, encontró su cuerpo un mes después, maltratado por animales carroñeros, y tuvo que transportar sus restos al hombro junto con su bebé para darle sepultura secreta bajo el amparo de la noche.

Lidia Flores: El rostro de la resistencia y solidaridad

A pesar de haber encontrado los restos de su esposo, Lidia se negó a quedarse de brazos cruzados. Transformó su dolor en acción y se unió a la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados y Desaparecidos del Perú (Anfasep), donde ahora funge como presidenta. Con alrededor de 140 miembros, esta organización lucha por la verdad, la justicia y la reparación de las familias afectadas.

“No puedo quedarme tranquila mientras otros siguen llorando como yo lo hice,” comenta con firmeza Lidia, a quien los locales cariñosamente llaman ‘mami’ o ‘madrecita’. Su misión es acompañar a quienes aún buscan a sus seres queridos y exigir justicia para todos. “No me rendiré porque hice un compromiso. Por el resto de mi vida, demandaré justicia para todos y descubriré por qué mataron a mi esposo.”

Los horrores del conflicto

Sendero Luminoso, liderado por Abimael Guzmán, inició como un movimiento inspirado por ideales maoístas en los años 70, pero pronto adoptó tácticas violentas que sumieron al país en el terror. Carros bombas, explosiones en eventos públicos y masacres indiscriminadas formaron parte de su repertorio para intentar tomar el control del país.

Por otro lado, el ejército peruano tampoco estuvo exento de críticas. Bajo el amparo de luchar contra los insurgentes, cometió innumerables abusos, capturando y ejecutando a cientos de personas sin juicio previo, muchas de ellas completamente inocentes, y escondiendo los cuerpos en fosas comunes.

Miguel La Serna, historiador de la Universidad de Carolina del Norte, señala: “Esta época dejó una marca imborrable. No solo desaparecieron generaciones de hombres adultos, alterando la demografía, sino que las comunidades quedaron traumatizadas, muchas de ellas sin respuestas hasta el día de hoy.”

Peregrinaciones por la verdad

La búsqueda de justicia lleva consigo un enorme sacrificio. Familias desesperadas han recorrido años y kilómetros, removiendo cadáveres en fosas comunes, muchas veces sin resultados. Adelina García, quien perdió a su esposo Zósimo Tenorio cuando soldados irrumpieron en su casa en 1983, comparte: “Cerditos y perros se comían los cuerpos, pero nos acostumbrábamos a eso. No sentía ni asco ni miedo.”

Adelina vive con el trauma de no saber qué pasó realmente con Zósimo. Aunque nadie lo confirmó, cree que probablemente fue llevado a Cabitos, una base militar conocida por sus atroces métodos, incluido el uso de hornos crematorios para deshacerse de los cuerpos.

Un proceso lento y lleno de obstáculos

A pesar de los esfuerzos de médicos forenses y organizaciones internacionales como el Comité Internacional de la Cruz Roja, solo 3,200 restos han sido encontrados hasta ahora en Perú. Las esperanzas de muchas familias también se han visto amenazadas ante el riesgo de que el gobierno de Dina Boluarte reduzca el apoyo a las tareas de búsqueda y exhumación de fosas.

Sin embargo, algunas familias han podido cerrar un capítulo doloroso gracias a ceremonias de restitución de restos organizadas por fiscales y expertos forenses. Pablo Valerio, quien perdió a cinco miembros de su familia en 1984, finalmente pudo enterrar los huesos de sus padres y hermanos tras 40 años de espera. “No están completos, pero los colocamos en una pequeña caja y ahora descansan en paz,” comenta Valerio.

El espíritu que no muere

Para las familias de los desaparecidos, la conexión espiritual con sus seres queridos es a menudo el único consuelo que queda. Luyeva Yangali, quien busca a su padre desde 1983, reza todas las noches por él como si hablara directamente con Dios. Aunque asegura que se siente fortalecida al mantener esa fe, admite que su familia jamás se recuperó por completo.

El recuerdo de los desaparecidos sigue vivo no solo en los corazones de sus familias, sino también en museos como la Casa de la Memoria en Lima, y en los retratos y cintillas que honran a los ausentes. Para algunos, como Valerio, su memoria es esperanza. “Nadie puede matar un espíritu, así que siguen vivos,” concluye mientras susurra a los restos de sus seres queridos.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press