Apología de un ser viviente
¿Es acaso la naturaleza misma tan repudiable para el humano mismo? Lo considerado defecto, propiamente dicho, tiene como origen el más inmaculado y profundo cenit de lo natural y benévolo que produce vida, pasión y muerte por causas propias. Siendo tan sencillo recriminar todo aquello que no tiene algo de transformación venida del razonamiento, con tal de sentir, aunque sea por un instante, la póstuma sensación de encajar y coexistir con el entorno.
Entonces, ¿qué pasa cuando, por naturaleza propia, eso no puede hacerse? El desplome de la conciencia es lo primero que se avista ante tal penosa situación, ya que pretender estar bien todo el tiempo resulta costoso y doliente.
De nuevo, volviendo a caer a esa frívola y absorta esperanza que brinda la acción hueca y la risa falsa, llena de vacío, caracterizada por la soledad. No es posible siquiera imaginar un instante en el cual no exista esa gélida sensación, aunque el acto de estar dentro de ese parámetro signifique la muerte misma del espíritu carente de emoción y la chispa que genera ese esplendor tácito y discordante.
Esperar, ya que es el único acto cuerdo que se puede hacer bajo este contexto, dominado por la ceguera que causa el egocentrismo enmarañado por todo pensamiento que lleva hacia eso, poco indoloro y nada sobresaliente. A decir verdad, este escrito tiene la finta de que no pretende expresar nada concreto, ya que de lo contrario significaría algún tipo de suicidio mental cuyo perpetrador dista de tal intención.
Algún día, sucederá que, de la nada, está inspiración que imprime cada una de las letras unidas en este texto, revocará en el ser de algún desafortunado ser vivo cuyo entendimiento le permita discernir la idea central de esto, y pueda servirse de ello, como buen civilizado que seguramente será.
La paradoja central del sabio o ignorante que plasma su esencia en estas palabras tiene su mérito en la sinceridad ya extinta en este devenir. Aunado al hecho de que no es para nada necesaria tal cosa, el mero acto de emplearla implica desperdicio de tiempo y raciocinio que no son del todo justificables o benevolentes en cuanto a realidad se refiere.
Ya entre los brazos de aquel distinguido lugar que evoca desazón y melancolía, se puede permitir cualquier gozne de locura e insatisfacción causada por la represión de los sentidos y las emociones que aquejan desde el alba.
Y con la venia, llega el instante en que las caretas se vuelven pesadas, en que la protección que ofrecían cobra su precio, el que, siendo funestamente gravoso, no se puede permitir un instante más. Sin embargo, la embriaguez que causa la comodidad de la mentira y la pulcritud confunde los más cautos actos de desasosiego, ya que la vida está plagada de esta peste disfrazada de buenos modos y malas intenciones.
De seguro llegará el día en que definiciones como la aceptación y la cordura no sea tan distantes entre sí, y su aplicación pueda llegar a consumarse en un ambiente ameno y feliz. En donde ya no sea factible fingir o pretender imposibles y ser uno mismo no sea el peor de los precios a pagar en esta corta estancia sobre nuestra madre Tierra.