Los indocumentados del SAIME

Venezuela, el país de los imposibles, donde todo lo anormal es normal, de allí vengo, de allí venimos, de allí escapamos. La crisis llega a todos los rincones del mundo, al parecer no hay forma de esconderse de ella. Nosotros no abandonamos al país, al contrario, el país nos ha abandonado. Los venezolanos que vivimos afuera hemos sentido la soledad más grande, aquella que simboliza la imposibilidad de regresar.

Hace unos meses que mi pasaporte se me venció como el de muchos. Soy uno más de esos ciudadanos que no poseen un documento de identidad, porque lo que sería en cualquier país del mundo un trámite común de rutina, en Venezuela es una travesía Kafkiana. En vista de la ineficiencia del estado, muchos de los que fuimos expulsados nos movemos sin nombres y sin números, somos tan sólo unos indocumentados.

El trámite se realiza por medio de una página de internet que nunca funciona, que cierra sus puertas y no da señales de reaccionar. La página del SAIME de Venezuela es la mejor metáfora de cómo funciona las cosas en aquel país. Es como pedirles ayuda a políticos sin rostros y sin voces, así es ingresar a una página que debería dar soluciones.  En vista de que no hay forma de encontrar respuestas de esos funcionarios invisibles que no dan señales de vida, nos toca simplemente vivir como unos indocumentados.

Vivir sin documentos es como ser un preso político más, escondidos en habitaciones prestadas, no podemos irnos y al parecer tampoco podemos quedarnos. En tierras extranjeras el pasaporte es la única prueba de la existencia. Sin pasaporte es como si tu rostro no fuese tu rostro, como si nunca hubieses nacido, en fin, es como no existir.

¿A quién se le pide la respuesta?  Nuestro gobierno es un cobarde que se esconde detrás de una página muda.  Las retóricas de sus discursos tienen a una población agotada, desquiciada y perdida. Soy un migrante como muchos venezolanos, sin brújula y sin documento de identidad. Recuerdo quien soy cuando del otro lado llama mi madre, supongo que a todos los venezolanos siempre les llama sus madres para recordarles quienes son, para recordarles que viven, aunque su patria haya sido secuestrada.

Trato de olvidar que soy también un preso político más, que vive en la imposibilidad del regreso, del encuentro, de la paz.  Y resignado debo esperar que en algún punto alguien me responda cuándo llegará mi pasaporte que me permita liberarme de vivir sin rostro y sin una identidad ante los transeúntes que comparten conmigo estas tierras extranjeras.

 

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