Acoso sexual en un bar

Una oleada de marchas feministas protestan contra un abuso de la mujer. Y yo, tras escuchar a varias, procuré entender ¿cómo se sentía ser una? Su consciencia moral es muy distinta a la de un hombre, anoté en mi libreta. En la vida me han marcado confesiones de varias mujeres, varias, y he escuchado su sentir sobre sus particulares temas casuales de bar y vida. Su angustia es obvia y sale a relucir, y por el mismo hecho de que sus problemáticas son algo muy obvio, es precisamente la causa de que ellas mismas lo obvien.

Una chica aquí en el bar, lleva horas sonriéndole de tristeza a su pareja, por su dilema entre irse del bar, o mantener una calma optimista y conservar su asiento. Y recuerdo precisamente, que por aquello es que siempre, yo me he declarado un gran pesimista y deseo salir huyendo. Al mirarla he recordado tantas otras confesiones, tantos deseos en varias mujeres que me han enseñado una sola cosa: existe una diosa dentro de cada mujer que quiere llamar y cautivar la atención de los otros, al interior de cada mujer existe un deseo por cautivar innato, pero esa diosa no quiere ser penetrada sexualmente de forma exclusiva, como se interpretaría desde una hermenéutica masculina, sino que su demanda es el ser escuchada y comprendida por su alma expresada en sus palabras.

Un vestido escotado muestra anhelos de palabras, no anhelos de excitación sexual exacerbados, una mujer empapa sus palabras de deseos, y al decirlos, encuentra su calma. Pero ella mantiene su propia lógica, una mujer piensa bajo otro principio distinto al de un hombre, el hombre que tras una mirada provocativa, interpreta que esa chica desea ser penetrada, nunca toma en cuenta el objetivo final de la mujer. Y aun que así sea, aunque aquella mujer solo desee un encuentro sexual, esa demanda sexual el anzuelo para ser aprobada con palabras.

He comenzado por comprender varias razones por las cuales las mujeres nos parecen tan ausentes a los hombres. Y mi interés no es para nada condenar la manera de sentir del hombre, sino más bien, construir puentes entre ambos sexos, para un mayor entendimiento. Y si yo pudiese decir en pocas palabras, como hombre ¿qué siente una mujer? pues yo diría, angustia y al mismo tiempo gran confianza. Por un lado sigue prevaleciendo esa diosa cautivadora que intuye poder lograr llamar demasiado la atención, y con ello, conseguir muchos beneficios, pero al mismo tiempo teme ser malinterpretada, teme estar mostrándose demasiado al punto de poder ser acosada.

Cuando una mujer habla de sí, no lo hace pensando en tener razón al sentido masculino del término, sino que desea exacerbar su propio ego, por medio de sus afirmaciones. Una mujer juega, ríe, dice palabras espontáneas, sin aparente sentido, se queja, llora, es sentimental, o de una fuerza descomunal. Una mujer se preocupa de la seguridad de un grupo, es empática y busca que no exista algo fuera de su sitio, pues su deseo es querer ser reconocida como la diosa que consigue arreglar al mundo, sin pretender tener la razón.

¿Por qué no permitir que las mujeres arreglen el mundo? Los hombres deberíamos empezar por apagar ese filtro de razón-capricho, que tenemos activado cuando sabemos que una mujer empieza a tomar la palabra. Pues lo que dicen, por algo es que lo dicen, y para algo es que lo dicen. Todos sus síntomas son efecto, de alguna razón prodigiosa que opera dentro de ellas en forma obvia, pero que aún no hemos descubierto. Dejemos que ellas lo descubran primero, permitamos que las mujeres se descubran a sí mismas en nuestra sociedad, y veamos lo que pueden sugerir.

Aquella mujer del bar, luego de varias horas de angustia y malestar en éste bar, terminó quedándose aspirando ilusoriamente a ser escuchada, con su escote, procuraba tener espacio para pronunciar su malestar, y a cambio, lo que gana es un acoso y resignación.

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