Sobre la masturbación XY

Sobre la masturbación XY

Hay un placer silencioso que ha de acompañarnos, necesariamente, hasta la muerte; la masturbación. Ese encuentro íntimo y erótico de forma imperativa, única y en primera persona del singular. La masturbación surge de manera premeditada o accidentada, pero nunca impertinente en una etapa en la que sabernos sexuales nos inflama de testosterona y miedo en igual medida. Este ejercicio del placer solitario es, pues, un mal aceptado o pasión sentida y, en cualquier caso, ejercicio fundamental para conocernos y satisfacernos; digo esto en caso tal de que a esta verbo de "querernos" se le solicite la necesidad de sustentarle; claro está, con más soportes y excusas baladíes que verdaderos argumentos; ya que el subibaja personalísimo es un gran argumento en sí mismo.

La acción y efecto de masturbarse permite conocerse, adquirir las primeras lecciones de sexualidad y, sobre todo, recibir el flujo de placer a gusto; lejos de la mirada injuriosa e invasora de la pareja, del peso de su cuerpo, del arrojo de sus fluidos. El onanismo no es otra cosa que el acto sexual en nuestra, y sin otra cosa, que la propia compañía con la cadencia y reflexión que se quiere, que se re-quiere.

No obstante, concederle gran espacio irrestricto a esta actividad sin mezclarla con el sexo ocasional y bipartita, sumado la conversación, puede degenerar en una práctica superflua y por demás utilitaria, que responda más a la necesidad de desfogue que a la verdadera pulsión mental y religiosamente natural de intimidad; a su vez, vuelve caprichoso el advenimiento del orgasmo, lo supedita a ciertos y precisos: jaleos, torceduras y temperaturas, delimitando el placer de irse y venirse a gusto que, por una parte, junta al cuerpo con el alma del mismo ser, pero, y lamentablemente por otra parte, separa a dicho ser con el otro, o sea perjudicando el sexo en pareja, condenando al masturbador sempiterno a la soledad de sus devaneos sexuales, negándole el placer con el otro, que también es necesario.

Aunque la masturbación es un tema taciturno que pasa insospechado por las conversaciones de bar y comentarios de oficina; vive allí, presente, entre la distancia que cubre la cremallera y los dedos; solo un lugar preciso y un mal pensamiento bastan para unir un ser con sí mismo por cosa de algunos minutos o cuarto de hora. Puede llevarse el delirio masturbatorio ora con su peso a cuestas, ora con sus bondades a flor de piel y siempre, siempre, como algo más que hace parte de nuestras vidas. Como un pasado penoso y/o presente vergonzante, para el macho cabrío que ha probado hembra y sin embargo no se separa de su actividad; como un recuerdo entrañable para el abuelo exonanista; como un presente perfecto para el pueril estudiante o, simplemente, como un elemento más, en su propia categoría, de esa lista de cosas inciertas e imprescindibles en nuestras vidas como picarse la nariz, rascarse la oreja y oler sosegadamente nuestros propios hedores.

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