El pasajero de al lado

El pasajero de al lado

Nadia es fotógrafa de profesión, no de estudios académicos, ella pertenece a ese grupo de fotógrafos autodidactas hechos en el ensayo y error en largos desvelos de estudio en viejas noches caraqueñas. Salió de su Croacia natal luego de la guerra y aterrizó en la sureña Buenos Aires donde se asentó.

También fue en esa Buenos Aires donde el cáncer la hizo enviudar y en donde, intentando salvar la fábrica de su fallecido marido, perdió casi todos los bienes familiares. Me cuenta que, luego de eso, se vino a Caracas con algunos objetos de valor para venderlos y, con 25 dólares, llegó a La Guaira hace 40 años y a Caracas llegó con 5 pues gastó 20 subiendo. Tenía una pequeña cámara que no sabía usar muy bien pero le gustaba tomar fotografías y decidió que podía ser fotógrafa.

Todo esto me lo cuenta mientras esperamos el vuelo que va a su añorada Buenos Aires pues ya, cansada, comienza a pensar en su retiro, el cual le gustaría que fuera en Caracas, pero esta revolución no piensa igual que ella y se lo ha puesto muy cuesta arriba por lo que la migración, con los recuerdos de sus tres patrias al hombro, ¿es su mejor opción aún con sus 90 años de edad?

Se presentó a las puertas un conocido y exclusivo club caraqueño y dijo que el Presidente la estaba esperando (lo cual era mentira). La secretaria le dijo que si no tenía cita no podía pasar pero ella toco la puerta y como le dijeron 'pase', lo hizo.

Le dijo al Presidente del club que quería trabajar con ellos como fotógrafa pero que, como no sabía mucho de fotografía, le proponía trabajar un mes sin ninguna paga para que el probara si le gustaba su trabajo. Al cabo del mes el Presidente le dio un cheque que era mucho más de lo que ella esperaba y, a partir de allí trabajó muchos años con ellos. Desde entonces no ha cesado de trabajar y aprender. Añora los tiempos de la fotografía analógica pero se regocija por el aprendizaje de la digital.

Hoy se lamenta que la póliza del seguro de HCM subió de 9 mil bolívares mensuales a 52 mil y a su edad no es fácil quedarse sin seguro. Sin esa póliza no hubiera podido costear las tres operaciones de las piernas a las que tuvo que someterse luego de que un borracho la chocara de frente y se diera a la fuga.

El mecánico que le 'arregló' el carro le cambió muchas piezas buenas y puso unas usadas para quedarse con las buenas, viveza criolla que llaman. Hoy se gasta más de un millón de bolívares en reconstruir su pequeño y fiel carrito.

Todo esto me lo cuenta mientras esperamos el vuelo que va a su añorada Buenos Aires pues ya, cansada, comienza a pensar en su retiro, el cual le gustaría que fuera en Caracas, pero esta revolución no piensa igual que ella y se lo ha puesto muy cuesta arriba por lo que la migración, con los recuerdos de sus tres patrias al hombro, ¿es su mejor opción aún con sus 90 años de edad?

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